Por José “Chamby” Campos
Todo deporte cuenta con una parte primordial que raramente es mencionada y cuando se habla de ella es usualmente para criticarla o burlarse de esta. No importa si nos encontramos presenciando un partido de béisbol o baloncesto, una pelea de boxeo, un match de tennis o una partida de ajedrez. Al final este componente pasa por desapercibido o es duramente juzgado.
Sin duda alguna el protagonista de todo evento deportivo es el atleta y sería injusto e irresponsable no ser la pieza más importante, inclusive es imprescindible; ahora bien, para que exista una competencia se necesita otra parte indispensable: un árbitro o juez. Alguien que imparta los reglamentos del juego imparcialmente.
En la pelota cubana los nombres de Amado Maestrí, Raúl “El Chino” Atán e Iván Davis son reverenciados por el respeto y profesionalismo que demostraron en el diamante.
En ese béisbol de la Cuba que reía, también surgió un matancero que a través del arbitraje supo elevar el nombre de nuestra patria e hizo historia en Las Grandes Ligas.
Para ser más exacto, cerca del poblado de Arcos de Canasí en una finca llamada Semanat nació Armando Rodríguez un 6 de diciembre de 1922.
El estadio de La Tropical, propiedad de la familia Blanco Herrera, fue anfitrión del debut profesional de Rodríguez en el año 1938. Su entrada la hizo por la puerta grande ya que compartió el terreno con el profesor Maestrí, y según él fue una increíble experiencia.
Después de esa primera ocasión, continúo actuando en las ligas a lo largo de la isla; hasta que su conocimiento de reglas y decisiones justas e imparciales lo catapultan a trabajar como umpire en el famoso “Champion”, nombre por el cual era conocida la Liga Invernal de Cuba y sus inolvidables Almendares, Habana, Marianao y Cienfuegos.
La gran labor que desarrolló durante sus primeros seis años lo convirtieron en uno de los mejores árbitros de Latinoamérica y varias ligas lo contrataron para trabajar. Una de ellas, La Liga Mexicana de verano, lo empleó en el año 1959 y sin imaginárselo allí nació una relación que perduró por el resto de su vida.
Cuando el castrocomunismo se apoderó de Cuba y el profesionalismo fue abolido, “El Guajiro” Rodríguez, apodo como era conocido y del cual él se sentía orgulloso, se marchó a la nación azteca y estableció su familia en Veracruz.
Sin problemas de trabajo, ya que impartía leyes en México durante la liga veraniega, también añade la Liga Invernal Venezolana después de haber trabajado un año en Nicaragua.
A pesar de no dominar a la perfección el idioma inglés, su reputación lo llevó a ser umpire en la “Triple A” de EE.UU. en el 1966. De nuevo su labor fue recompensada cuando por años fue uno de los árbitros escogidos para oficiar en los juegos de pretemporada de Las Grandes Ligas.
El momento de la consagración de su carrera ocurrió el jueves 4 de abril de 1974. Ese día en la apertura de la temporada de Grandes Ligas, en el terreno de Los Texas Rangers y donde recibían a los campeones Oakland A’s; el matancero, administrando la tercera base se convierte en el primer cubano y por ende el primer latinoamericano en lograr arbitrar en el mejor béisbol del mundo.
Durante dos campañas en Las Grandes Ligas cementó su legado, que en la actualidad es continuado por dos cubanos-americanos, Lázaro Díaz y Ángel Hernández.
Su labor de más de 42 años y más de 60 temporadas en los campos beisboleros de su querida Cuba, EE.UU., Puerto Rico, República Dominicana, Panamá, Nicaragua, Colombia y Venezuela lo llevaron a permanecer por siempre en 5 diferentes salones de la fama, siendo el último, el de Cuba en el Exilio en una ceremonia que se llevó a cabo en nuestra ciudad de Miami.
El 27 de octubre del 2008 lejos de la finca Semanat, en la ciudad de Veracruz falleció Armando Rodríguez, el umpire cubano que a pesar de no tener patria y no dominar el idioma inglés, hizo historia en Las Grandes Ligas.
¡Descansa en Paz Guajiro!
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