Las dos etapas de la crisis de octubre (IV)
Según Kruschev, Robert Kennedy expresó a Dobrynin: “El Presidente está en una grave situación… estamos bajo una gran tensión… los militares quieren usar la fuerza contra Cuba… probablemente en este mismo momento el Presidente está escribiéndole un mensaje al Premier Kruschev. Nosotros deseamos que usted, señor Dobrynin, le envíe al Premier Kruschev el mensaje del Presidente a través de canales no oficiales…”. Continúa Kruschev expresando que escribimos una respuesta a Kennedy en la que decíamos que habíamos instalado cohetes sólo con el propósito de defender a Cuba y que no perseguíamos otro objetivo que impedir una invasión a Cuba…
Mientras conducíamos alguno de estos intercambios a través de canales oficiales diplomáticos, las cartas más confidenciales fueron entregadas a nosotros a través del hermano del Presidente. Él le dio a Dobrynin su número de teléfono y le pidió que lo llamara en cualquier momento … enviamos a los norteamericanos una nota diciendo que estábamos de acuerdo en retirar nuestros cohetes y bombarderos con la condición de que el Presidente nos diera su seguridad de que no habría invasión a Cuba por fuerzas de los Estados Unidos o por alguien más. Finalmente Kennedy aceptó hacer una declaración dándonos esa seguridad.
La situación se estabilizaba. “Casi inmediatamente que el Presidente Kennedy y yo comenzamos a intercambiar notas en el momento culminante de la crisis, nuestras relaciones con los Estados Unidos comenzaron a normalizarse. Nuestras relaciones con Cuba, sin embargo, de pronto empeoraron. Castro dejó, inclusive, de recibir a nuestro embajador. Parecía que al remover nuestros proyectiles nosotros habíamos sufrido ante los ojos de los cubanos una derrota moral. Nuestra imagen en Cuba en lugar de haberse elevado, había disminuido”.
“Decidimos enviar a Mikoyán a Cuba, y Castro planteó sus cinco puntos para normalizar las relaciones con los Estados Unidos. Nosotros lo respaldamos de todo corazón. Fue un triunfo de sentido común. Pero Castro no lo vio de esa manera. Él estaba molesto porque nosotros habíamos retirado los proyectiles. Muchos años han pasado y nosotros nos sentimos satisfechos de que el gobierno revolucionario de Fidel Castro aún se mantiene. Hasta hoy, los Estados Unidos han cumplido su promesa de no interferir en Cuba ni dejar que nadie interfiera”… “después de la muerte de Kennedy, su sucesor, Lyndon Johnson, nos aseguró que él mantendría la promesa de Kennedy de no invadir Cuba. Hasta hoy, los norteamericanos no han incumplido su palabra”. ¡Si lo sabremos los cubanos!
Este libro, “Kruschev Recuerda”, donde aparecen esas observaciones de Kruschev fue editado en 1970. Cuatro años después el mismo autor y el mismo traductor publicaron un nuevo volumen con un nombre similar “Kruschev Recuerda. Su Último Testamento”.
Repite el Premier Soviético, como en el primer libro, que habían colocado fuerzas armadas en el suelo cubano para prevenir la invasión que los Estados Unidos estaba en este momento preparando. “No teníamos intención de comenzar nosotros una guerra… hubiera sido ridículo de parte nuestra iniciar una guerra contra los Estados Unidos desde Cuba… que estaba a 11,000 kilómetros de la Unión Soviética. Nuestras comunicaciones por mar y tierra con Cuba eran tan precarias que era impensable un ataque contra los Estados Unidos”.
Menciona, como antes, la visita y conversación con Robert Kennedy, la proposición de la retirada de los misiles a cambio del compromiso norteamericano de no invadir a Cuba, y, en este nuevo libro, habla del ofrecimiento del Presidente Kennedy de retirar los cohetes de Turquía e Italia.
HABLA CASTRO
En sus extensas intervenciones en la Conferencia de La Habana, resultan clarificadoras algunas de las públicas admisiones de Castro. Sobre la llegada a Cuba de personal soviético luego de la firma del convenio dice el dictador cubano: “en unos pocos meses, los soviéticos comenzaron un gran movimiento de armas y tropas”. Tropas. No técnicos como una y otra vez afirmaba Kennedy. Tropas.
Y viene una interesante afirmación: “Desde un punto de vista de logística, fue una operación perfecta. Nosotros podemos calibrar esto, no sólo desde una consideración teórica, sino porque nosotros también hemos enviado fuerzas armadas al exterior, como hicimos en Angola, por ejemplo”.
Luego, despeja una incógnita que había permanecido sin respuesta por años. Habla, por primera vez, del acuerdo formal entre los dos gobiernos: “Después del acuerdo global, fue necesario formalizarlo, pero ya estaba de hecho en efecto. Se hizo un borrador en la Unión Soviética. Se envió a Cuba. Políticamente el borrador era errático, porque no establecía un claro fundamento sobre el tema. Yo lo modifiqué le di fundamentos políticos al acuerdo que, en mi opinión, eran inobjetables”.
En el convenio no se hacía mención del tipo de armas estratégicas y así, dice cínicamente Castro, “nadie podría objetar la legalidad y moralidad del acuerdo”.
Le preocupaba el deterioro que sufriría su imagen en Latinoamérica si se conocía su triste papel de lacayo. Lo admite con total desparpajo: “Cuando hablo de la imagen de Cuba, estoy pensando principalmente en la América Latina… Convertirnos en una base militar implicaría un costo político muy alto”. Por eso, -a pesar de entregar el suelo cubano como dantesco escenario de guerra- para mantener su imagen de líder nacionalista, Castro se preocupa de no mencionar “el tipo de armas estratégicas”.
Admite Castro, el 11 de enero de 1992, en aquella Conferencia, lo que treinta años antes afirmaban cientos y cientos de exiliados que llegaban a los Estados Unidos y cuyos relatos, verificados la mayor parte de las veces por las agencias de inteligencia del gobierno norteamericano, era negado reiteradamente por el Presidente y sus consejeros políticos:
“Cuando los cohetes iban a ser instalados habían personas viviendo en el lugar que se había escogido. Existían campesinos, edificios, cosas. Y eran grandes extensiones de terreno. No tengo ahora los datos frescos en mi memoria pero cientos de familias tuvieron que moverse”. Y admite lo obvio: “Hubo muchas filtraciones de noticias… así que nosotros adoptamos el método que se usa en caso de epidemias serias que es la cuarentena de las personas infestadas. Toda persona que sabía algo estaba, para nosotros, infestada y fue colocada en una cuarentena”.
Habla después, de la llegada de los cohetes y del gran movimiento de tropas. Se refiere también al viaje de Raúl a Moscú y al del Che Guevara y Emilio Aragonés a la Unión Soviética cuando el Che entregó el borrador final. Y dice con orgullo: “Nuestro borrador fue aceptado como estaba, sin agregarle ni eliminar una coma”. Pero la decisión fue tomada por Kruschev, no por Castro. Y los términos impuestos a Castro, no discutidos.
Responde Castro con cierto tono despectivo a aquéllos que calificaban de ofensivas o defensivas las armas:
“Ustedes podrán ver que en ninguna de las declaraciones de nuestro gobierno -y hubo muchas- participamos en el juego de darle categorías a las armas. Nos negamos a entrar en ese juego… dijimos que Cuba tenía un derecho soberano a recibir cualquier tipo de armas que considerara apropiado. Nosotros nunca negamos la naturaleza estratégica de las armas… nosotros nunca negamos ni confirmamos la naturaleza de esos armamentos”. Kruschev hablaba de armamentos defensivos. Kennedy aceptaba ese calificativo. Las figuras públicas, congresistas, senadores, militares, técnicos, las calificaron de ofensivas y el presidente norteamericano se mofaba de quienes tal cosa afirmaban. “No. No tomó parte el dictador en el pasatiempo de calificar las armas de una u otra forma. Tal vez porque nadie se consideró obligado a preguntarle. Castro participó en otro juego más repugnante. Consentir en convertir a Cuba en escenario de una guerra nuclear por ser esto “beneficioso para la consolidación del poder defensivo de todo el bloque socialista”.
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