Las dos etapas de la crisis de octubre (III)
HAREMOS LO QUE SEA NECESARIO
Comprendió Kennedy que se había equivocado terriblemente al ignorar las muchas advertencias de McCone. Estaba en una encrucijada. En septiembre, cuando él consideraba que no colocarían cohetes en Cuba, había enfatizado que “nosotros haremos lo que sea necesario si Kruschev coloca cohetes MRBMs en Cuba”. Ahora, le consta que los misiles han sido allí emplazados. Había vocalizado su decisión de actuar. Ahora tenía que distanciarse de ella.
Tienen todos, con excepción de McCone y los militares, que enfrentarse a una dura realidad. La expresa en extraordinaria síntesis -en esta conversación grabada en cintas -Edwin Martin, Subsecretario de Estado para Asuntos Latinoamericanos, rebatiendo el argumento presentado por otros de que podrán no ser una verdadera amenaza para la seguridad de los Estados Unidos: “Es un factor psicológico que nos sentamos y los dejamos que nos hicieran esto a nosotros. Esto es más importante que la amenaza directa”. El Presidente se vio forzado a coincidir con Martin.
EL FANTASIOSO RELATO DE ROBERT KENNEDY
Uno de los primeros relatos sobre la crisis está contenido en el libro de Robert F. Kennedy “Los Trece Días” que se usó como texto en muchas universidades, y cuyo contenido ha influido poderosamente en otros escritores. Lo que narró Bob Kennedy se tomó como artículo de fe durante los años siguientes a la crisis. Hoy, con el respaldo de documentos desclasificados, podemos impugnar muchas de sus interesadas interpretaciones o descripciones.
“En la mañana del martes, octubre 16, 1962, poco después de las nueve de la mañana, el Presidente Kennedy me llamó y me pidió que fuera a la Casa Blanca”. Así comienza la dramática narración ofrecida por Robert Kennedy en su obra “Los Trece Días” en que describe, en los términos más encomiásticos y laudatorios, la actuación del Presidente Kennedy y la propia durante esas tensas horas de la Crisis de los Cohetes. Su obra es una glorificacion de su hermano. Los datos que surgen de documentos recientemente desclasificados ofrecen una imagen totalmente distinta.
Afirmaba el joven Fiscal General, al describir la reunión en la que, en la mañana de octubre 16 se informó de las fotos tomadas a los emplazamientos de cohetes, que “el sentimiento dominante en la reunión era de una sorpresa anonadante. Nadie hubiera esperado o anticipado que los rusos fueran a colocar en Cuba proyectiles balísticos de superficie a superficie”.
Para muchos de los asistentes que, intencionalmente eran marginados de las deliberaciones y las tomas de decisiones importantes, pudo haber sido una “anonadante sorpresa”. No para el Presidente ni para su hermano, el Fiscal General. Por más de 30 años, no hubo acceso a los documentos que antes hemos mencionado en los que aparece que, con harta frecuencia, el Presidente era informado, paso a paso, del desarrollo de esos emplazamientos. Quedaba informado. No actuaba. Y exigía el más absoluto secreto sobre la grave información recibida.
Así, el 31 de agosto de 1962 el Presidente dio estrictas instrucciones al Gral. M. Cárter de no dar a conocer a nadie (“put it back in a box and nailed tight”) la revelación, conseguida por el U-2, del emplazamiento de cohetes SA-2 en Cuba. Vuelve el Presidente a congelar en septiembre 6 el resultado de un estudio más detallado de las fotografías que mostraba la probable presencia de cohetes de largo alcance. Ya antes, informado de la existencia de emplazamientos de proyectiles el Presidente había ordenado que “no se diseminara” esto. Es comprensible entonces, que, para algunos de los reunidos esa mañana, fuera esto una verdadera sorpresa.
Confiado en que la información que podría desvirtuar sus declaraciones permanecería en secreto, sigue tejiendo su historia el hermano del Presidente:
“Ningún funcionario del gobierno le había nunca sugerido al Presidente Kennedy que el creciente armamento ruso en Cuba incluiría proyectiles”.
Quería el hermano y asesor del Presidente ignorar el memorándum de agosto 20 del Director de la Agencia Central de Inteligencia, John McCone, y el de agosto 21, y el de agosto 23 y tantos otros en los que se le advertía de la evidente presencia de cohetes en suelo cubano.
Su interesada narración de los hechos la pone aún más en evidencia el Fiscal y Ministro de Justicia al admitir que habían llegado infinidad de reportes, “muchos de ellos resultaron ciertos”, que provenían de refugiados cubanos recién llegados de la isla pero “no fueron siquiera considerados suficientemente sustanciales como para pasarlos al Presidente o a otros altos funcionarios dentro del gobierno. Mirándolo retroactivamente, esto fue, tal vez, un error”.
Tal vez. Ni siquiera, “retrospectivamente”, quiere admitir la grave responsabilidad contraída por el Presidente cuando éste se negaba a reconocer la innegable evidencia.
Vuelve Robert Kennedy a faltar a la verdad. Informes tras informes de la Agencia Central de Inteligencia describían el detallado estudio que se realizaba con estos informes, muchos de los cuales, por supuesto, eran desechados por carecer de valor, pero otros, luego de ser valorados adecuadamente, fueron confirmados por vuelos de los U-2.
HABLA KRUSCHEV
En sus notas autobiográficas “Kruschev Remembers” el Premier soviético ofrece su propia versión. Es otro cuento de hadas. Kruschev es el héroe.
“Cuando los norteamericanos descubrieron lo que estábamos haciendo en Cuba, organizaron una intensa campaña de prensa contra nosotros alegando que estábamos amenazando la seguridad de los Estados Unidos… y la hostilidad comenzó a aumentar… la crisis se estaba acercando a su punto de ebullición… entonces comenzó un intercambio de notas… con el Presidente Kennedy… ÉI climax llegó después de cinco o seis días, cuando nuestro embajador en Washington, Anatoli Dobrynin, informó que el hermano del Presidente, Robert Kennedy, había venido a verlo en una visita no oficial”.
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