Más concesiones: Retirar los cohetes Júpiter de Turquía e Italia (I)
“Los dos hombres se reunieron media hora más tarde en el Departamento de Justicia. Hay dos versiones de esta reunión del sábado en la noche: una escrita tres días después por Robert Kennedy, y una escrita en 1971 basada en informes de Dobrynin a Anatoly Gromyko, historiador soviético e hijo del Ministro de Relaciones Exteriores”.
Según Schlesinger “Bobby Kennedy comenzó la conversación enfatizando la gravedad de la situación. Si los cubanos derribaban aviones norteamericanos los norteamericanos iban a responder”.
El hermano del Presidente en su “Thirteen Days” dice haberle expresado al Embajador que los Estados Unidos sabían que los soviéticos continuaban los trabajos en las bases de los cohetes y que los habían acelerado en las últimas horas, que el Presidente no deseaba una confrontación militar, que la Unión Soviética había mentido sobre las armas en Cuba y, por tanto, los vuelos de reconocimiento tendrían que continuar y si los cubanos o los soviéticos disparaban a los aviones de reconocimiento, “nosotros tendríamos que responder”. No era “un ultimátum; sino una declaración de hechos”. Hasta aquí todo luce bien en el testimonio de Bob Kennedy para la posterioridad.
Pero falta el comentario totalmente innecesario que, aunque lo ha revestido o fraseado en la forma más conveniente para él y su hermano, representó -aún en el tono informal e intrascendente con que lo narra- una invitación al canje de los cohetes soviéticos en Cuba por los misiles norteamericanos en Turquía:
“(Dobrynin) planteó el tema de retirar nosotros los cohetes de Turquía. Yo le dije que no debía haber un acuerdo de “dando y dando” (“quid pro quo”); pero que el Presidente Kennedy había estado ansioso de retirar los cohetes de Turquía e Italia desde hacía tiempo. Que el Presidente lo había ordenado mucho tiempo atrás; y que creíamos que dentro de poco tiempo, cuando terminara la crisis, los cohetes serían retirados”. Luego envuelve esta enomne concesión, con un emplazamiento: “Debemos tener su respuesta en 24 horas”.
La versión de Gromyko difiere de esta dramática y amenazante postura conque Bob Kennedy describe su propia actuación, sólo en apariencia.
De acuerdo a Gromyko, Kennedy dijo que:
“Si estalla la guerra, millones de americanos morirían. El gobierno de Estados Unidos está tratando de evitar esto… y él estaba seguro de que la Unión Soviética tenía la misma posición. Cualquier demora en encontrar soluciones a esta crisis estaría preñada de gran peligro”.
La versión de Dobrynin (una de las únicas dos versiones que de esa entrevista sin testigos existe) continúa apartándose de la de Bobby Kennedy. Un recuento tan poco fiable como el del Secretario de Justicia. En la versión soviética, el Fiscal General siguió expresando que “el Pentágono está ejerciendo una gran presión en su hermano por el derribo del U-2”. Según Dobrynin relata a Gromyko “Kennedy manifestó que en los Estados Unidos, entre los generales de alto rango habían muchas cabezas estúpidas, ansiosos e impacientes por guerrear. Él no excluía la posibilidad de que se pudiera perder el control de la situación y esto llevaría a consecuencias irreparables”.
El embajador ruso describe así a su interlocutor: “Robert Kennedy lucía agotado. Uno podía ver que no había dormido por días. Él mismo dijo que no había estado en su casa durante seis días y noches. Expresó que “el Presidente está en una grave situación, y no sabe como salir de ella. Estamos bajo una gran tensión. De hecho estamos bajo la presión de nuestros militares para usar la fuerza contra Cuba. Probablemente en este momento el Presidente esté escribiéndole un mensaje al Premier Kruschev. Nosotros deseamos pedirle a usted, señor Dobrynin, hacerle llegar al Premier Kruschev a través de canales no oficiales el mensaje del Presidente Kennedy…”. Por supuesto, esta es la versión que ofrece Kruschev del informe de Dobrynin que debe considerarse tan parcializado como el embellecido relato de Bobby Kennedy.
Salinger confirma este estado mental y físico de los activos participantes en éstas, hasta hace poco, oscuras negociaciones. Admite Salinger:
“En octubre 27, cuando los miembros del Ex-Comm nos reunimos, muchos, como yo, habíamos estado viviendo en la Casa Blanca por ocho días, yo dormía en mi oficina en un pequeño catre”.
En la carta a Kruschev, cuya copia entregó personalmente Kennedy al Embajador Dobrynin, y en la conversación, sin testigos, del Fiscal General de los Estados Unidos y el embajador soviético en Washington, el destino de Cuba quedó sellado.
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