En este libro se narra el increíble comportamiento y manejo de la situación creada por la militarización soviética de Cuba que culminó con la instalación de los misiles de mediano alcance. El autor señala con el dedo acusador a los hermanos Kennedy y destruye el mito falsamente creado por los apologistas. Ros pone al desnudo ese mito y leyenda, para que se conozca la angustiosa y
sangrante realidad.
Estalla la crisis (VII)
En su alocución del 22 de octubre el Presidente denunció que, incumpliendo sus promesas, la Unión Soviética estaba construyendo en Cuba bases de proyectiles ofensivos y bombarderos capaces de disparar cohetes con cabezas nucleares en un radio de 1,000 millas náuticas. Acusó a los líderes soviéticos de “deliberadamente expresar falsas declaraciones sobre sus intenciones en Cuba” y calificó el emplazamiento de misiles como un cambio “deliberadamente provocador e injustificado que no puede ser aceptado por este país”.
En su discurso, que fue visto y escuchado de costa a costa, el Presidente informó que había ordenado una estricta cuarentena a todo equipo militar ofensivo que esté siendo embarcado a Cuba.
El presidente pidió una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad de los Naciones Unidas para considerar una resolución demandando “el desmantelamiento y retiro de todas las armas ofensivas en Cuba”. Las tropas norteamericanas “no sólo en Berlín y en la Alemania Occidental sino en todo el mundo han sido colocadas en estado de alerta de emergencia”.
Ya, en ese momento en que luce a todos como un temerario gladiador, el Presidente está pensando en resolver la crisis, creada por su imprevisión, garantizando la permanencia en el poder de Castro. No lo dice un cubano desterrado. Lo insinúa, nada menos, que su biógrafo y Consejero Especial Ted Sorensen.
El domingo anterior al dramático discurso “el borrador fue circulado (ante el Comité Ejecutivo EX-COM) y remodificado”. Se trajo a Eisenhower; al Vicepresidente Johnson. El Presidente -y seguimos citando a Sorensen- hizo al borrador docenas de cambios, “grandes y pequeños”. Amplió “considerablemente la apelación al pueblo cubano redactada por Arturo Morales Carrión quien comprendía la alta significación” que para los cubanos tenían expresiones como “la madre patria”, el “día que los cubanos sean realmente libres”, “libres de toda dominación extranjera”, “libres en su propia patria”, “libres para hablar”.
NO EXISTE EL PROPÓSITO DE REMOVER A CASTRO
Pero, y vuelvo a repetir las palabras textuales de su Consejero Especial: “Kennedy eliminó de su discurso toda indicación de que la remoción o salida de Castro fuera su verdadero propósito”. No quiere comprometerse. La permanencia o salida de Castro no interesaba. Ya se estaban sentando las bases para las negociaciones que se iban a iniciar.
Y el Presidente ofrece un gran sacrificio: Anuncia, en horas de la noche, que no realizaría nuevas apariciones públicas en la campaña debido a la “situación cubana”. No hacía falta. Al día siguiente aparecía su foto, a varias columnas, en la primera página del New York Times bajo titulares a toda plana que leían “Estados Unidos impone bloqueo de armas a Cuba”. “Kennedy listo para un enfrentamiento con los soviéticos”. Era su nueva campaña electoral.
Pero los ciudadanos demandaban una acción mucho más enérgica. Así lo admitía el propio periódico. En su página editorial el NYT reconocía que la cuarentena «no era una acción tan drástica como muchos norteamericanos desearían tomar…pero nosotros felicitamos al Presidente por su “restraint” en no ir más allá de un bloqueo parcial”.
No nos confundamos. Hasta ahora son sólo palabras. El discurso anunciando la cuarentena se pronuncia el lunes 22 a las 7:00 P.M. Pero no. No se pone en efecto de inmediato. Se pondrá en vigor “la estricta cuarentena” no esa noche ni el siguiente día. Comenzará a aplicarse el miércoles en horas de la mañana. Flexibilidad suficiente para entablar, de inmediato, claudicantes conversaciones mientras la OEA, ya previamente convocada, se reúne como “Órgano de Consulta”.
A las 9:00 de la mañana del martes 23, Dean Rusk estaba en el organismo interamericano tratando de conseguir los 14 votos necesarios para la aprobación del bloqueo. Aún las naciones que en el pasado habían emitido juicios críticos sobre la posición norteamericana, se alinearon con ella y ofrecieron su apoyo. Vicente Sánchez Gavito, de México; Llamar Pena Marinhos, de Brasil; Emilio Sarmiento, de Bolivia y Manuel Truco, de Chile, hablaron en el hemiciclo respaldando la medida. El Secretario General de la OEA, José A. Mora, y el Presidente del Consejo, Alberto Zuleta Angel habían volado esa mañana desde Ciudad México. Venían con la certeza de que la “Doctrina Estrada” sería momentáneamente olvidada.
Al final, la votación fue favorable 19 a 0; sólo Uruguay se abstuvo. En su discurso ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Stevenson pudo leer la Resolución de la Organización de Estados Americanos (OEA). Las naciones del hemisferio occidental había respaldado la posición de los Estados Unidos. Veían, firme y decidido, al Coloso del Norte. Era sólo un espejismo.
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