De Girón a la Crisis de los Cohetes: La segunda derrota

Written by Enrique Ros

8 de abril de 2025

Estalla la crisis (V)

EVALUACIÓN DE LA 

AMENAZA OFENSIVA EN CUBA

El Teniente General Marshall S. Carter, Sub-Director de la Agencia Central de Inteligencia, presenta ese 20 de octubre una “Evaluación de la Amenaza Ofensiva en Cuba”. Con absoluta precisión menciona que hay en Cuba, entre otros armamentos ofensivos que aparecen detallados, “un total de 12 barcos patrulleros Komar, con dos lanzadores de cohetes cada uno; 24 emplazamientos de cohetes SA-2, cohetes de mediano alcance…” Son armas y números que coinciden con los ofrecidos 30 años después por el Gral. Gribkov.

El Presidente prefirió comenzar con una acción limitada considerando que un ataque aéreo era una forma equivocada de dar el primer paso. El bloqueo era lo indicado para comenzar. 

Adlai Stevenson sugirió que los Estados Unidos debía convocar al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Stevenson respaldaba la decisión del bloqueo e insistía en que la aprobación de la OEA era vital. Por la tarde Stevenson -y esta es la versión que por años repetirían los historiadores- insistió en que el Presidente debía considerar retirarse de la Base Naval de Guantánamo como parte de un plan para desmilitarizar, neutralizar y garantizar la integridad territorial de Cuba. El Delegado ante la ONU consideraba que Guantánamo tenía poco valor. Igualmente propuso abandonar la Base Júpiter en Turquía a cambio de la retirada de los proyectiles rusos de Cuba. Dillon Lovett y McCone atacaron duramente a Stevenson pero éste mantuvo su posición. La prensa, más tarde, recogió este intercambio, intencionalmente filtrado, afirmando que “Stevenson deseaba un Munich”.

Por 32 años se ignoró que al sugerir Stevenson retirar los cohetes norteamericanos de Turquía tan sólo exponía la idea planteada, nada menos, que por el propio Presidente Kennedy en la reunión del Comité Ejecutivo del Jueves 18, y respaldada por Bundy. En esa reunión, a la que asistieron John F. Kennedy, John McCone, Robert Kennedy, Robert McNamara, Dean Rusk, Charles E. Bohlen, Gral. Maxwell Taylor, Ll. Thompson y otros, el “Presidente inquirió si no sería conveniente retirar los cohetes de Turquía,… Bundy consideró que ésta era una gran idea”.

Pero ya se buscaba un chivo expiatorio. Robert Kennedy, luego de este encuentro, decidió que Stevenson carecía de la dureza necesaria para negociar efectivamente con los rusos en las Naciones Unidas la liquidación de la Crisis de los Misiles, sugiriéndole al Presidente designar a John McCIoy para ayudar en las negociaciones en las Naciones Unidas.

HACIA LAS MINAS DE MATAHAMBRE

Los dos teams de infiltración que partieron de los cayos navegan en el Velero (el antiguo Barbara J). El Velero tiene 180 pies de eslora y desarrolla una velocidad de 11 nudos. Va equipado con un radar de 40 millas de alcance. Va también, más pequeño y más rápido, otro barco; el Cutías, de 54 pies que hace 22 nudos. El Velero está artillado con un cañón de 75 mm sin giróscopo y sin retroceso, dos cañones de 20 mm dobles y varias ametralladoras calibre 50. El Cutías lleva un cañón de 57 mm y 3 ametralladoras 50. Los sigue una tercera embarcación el Ree-Fer, de 36 pies con velocidad de 40 nudos; la función de éste será de dar frecuentes viajes a la costa, una vez que se hayan infiltrado los hombres, para recogerlos si se presenta una emergencia.

La noche siguiente están frente al punto de desembarco. Es una zona de difícil acceso que se encuentra en el Bajo de los Colorados al que sólo se entra por lo que los navegantes llaman una “pasa” (un pasaje entre las rocas). No tiene, como Guanacabibes, la dificultad de las grandes olas o marejadas que pueden lanzar a un hombre contra los farallones, pero es fácil encallarse y perder el barco, narra al autor uno de los hombres que tomó parte en estas infiltraciones.

Es la ensenada de Santa Lucía. Había mal tiempo, no pudieron desembarcar. Regresaron, esta vez a Dry Tortuga. Dos días después, volvieron a entrar de noche. Se infiltraron Miguel Orozco y Pedro Vera.

Se había acordado recogerlos tres días después. Amado Cantillo y los demás tripulantes que no formaban parte de los teams de infiltración volvieron a su base en American Shores para regresar, el día y la hora convenidos, al punto ya acordado en Santa Lucía a recoger a sus compañeros. Pero no podrían hacerlo.

El Fiscal General que había demandado con tanta energía que se realizaran las infiltraciones; el Ministro de Justicia que había exigido que se efectuara esta acción; el hermano del Presidente, antes tan impulsivo, había perdido su ímpetu bélico. Se encontraba ahora en plena negociación con el Embajador Dobrynin.

No se le da acceso a los barcos a los tripulantes que permanecen, encerrados y aislados, en las casas de seguridad y que demandan regresar a buscar, como habían acordado, a los compañeros infiltrados. No se lo permitieron. Allá, en las Minas de Matahambre, en el sitio y momento autorizado por Robert Kennedy, quedaban abandonados Miguel Orozco y Pedro Vera, el destino de ambos siempre unido.

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