Estalla la crisis (II)
Por semanas, el Presidente había descartado los informes de refugiados cubanos, estudiados por expertos en inteligencia, considerándolos inexactos. Ahora, la innegable evidencia mostrada por las fotos confirmaban las denuncias que congresistas y expertos militares había reiteradamente presentado. No era posible continuar ignorando, públicamente, la existencia en Cuba de cohetes ofensivos. El Presidente convocó a sus más cercanos colaboradores. A las 11:45, de ese martes 16 de octubre en el Cuarto de Gabinete se reunieron las siguientes personas:
Por el Departamento de Estado: El Secretario Dean Rusk, el Subsecretario George Salí el Subsecretario para Asuntos Interamericanos Edwin Martin, el Asistente Alexis Johnson y el experto soviético Uewellyn Thompson, antiguo embajador en Moscú. También Charles Bohlen, que al día siguiente viajaría a Francia como embajador.
Por el Departamento de Defensa: El Secretario Robert McNamara, el Subsecretario Rosswell Gilpatric, el Subsecretario Paul Nitze y el Gral. Maxwell Taylor (recién nombrado Jefe del Estado Mayor Conjunto).
Por la Agencia Central de Inteligencia: El Subdirector Cárter (en los siguientes días, regresaría el Director John McCone, quien estaba fuera de Washington).
Otros presentes: El Ministro de Justicia Robert Kennedy, el Secretario del Tesoro Douglas Dillon, y los Asistentes de la Casa Blanca Bundy y Sorensen. A éstas, y reuniones posteriores, asistieron intermitentemente, otros funcionarios.
OPCIONES ANTE EL
COMITÉ EJECUTIVO
Típico de la Administración de Kennedy, para analizar una cuestión militar se reunían más de una quincena de personas con la sola presencia de un miembro de las Fuerzas Armadas. Se enfrentaban, ahora nerviosamente, al peligro que antes habían desdeñado.
Del martes 16 al viernes 19, ese equipo de trabajo sesionó, con frecuencia, en el Salón de Conferencias del Subsecretario de Estado George Ball discutiendo todos los posibles cursos de acción. Inicialmente esas posibilidades parecieron dividirse en seis categorías:
1) No hacer nada.
2) Poner presión diplomática y “advertencias” a los soviéticos.
3) Contactar secretamente a Castro.
4) Iniciar acciones indirectas como el bloqueo.
5) Realizar ataques aéreos contra las bases de cohetes o contra otros objetivos militares, con o sin aviso.
6) Lanzar una invasión.
La grave situación no le impidió al Presidente concurrir aquel martes a varios eventos sociales, uno de ellos en la casa del influyente columnista Joseph Alsop. El miércoles en la mañana no era una fiesta lo que lo distraía de enfrentarse a la crisis. Era, una vez más, otro viaje de la interminable campaña electoral: temprano en la mañana parte hacia Connecticut para hacer campaña por su viejo amigo Abraham Ribicoff, candidato Demócrata a senador por aquel estado.
En Connecticut, tarde ese día, Kennedy recorrió Bridgeport, Waterbury y New Haven, donde muchos estudiantes de Yale lo abucheaban mientras mantenían pancartas que leían “más coraje, menos perfil” acusando al Presidente de cobardía por no hacer nada por derrocar al régimen de Castro. Las fotos aparecían en la prensa nacional.
Esa mañana, en ausencia del Presidente, el grupo que se llamó a sí mismo Comité Ejecutivo bajo la práctica presidencia de Bobby Kennedy, discutió los varios cursos de acción:
a) No hacer nada de inmediato y dejar que transcurriera la entrevista que al día siguiente tendría el Presidente con el Ministro de Relaciones Exteriores Soviético Andrei Gromyko sin confrontarlo con la evidencia fotográfica de los proyectiles.
b) Enviar un emisario a Kruschev para informarle privadamente que los Estados Unidos conocían que los cohetes se encontraban en Cuba y pedirle que los sacara.
c) Llevar a la Unión Soviética y a Cuba ante el Consejo Nacional de Seguridad de las Naciones Unidas.
d) Aplicar un embargo a todo embarque militar a Cuba, que sería puesto en vigor por un bloqueo naval.
e) Producir un ataque sorpresa para eliminar las instalaciones de proyectiles.
f) Una invasión a Cuba
EL EMBARGO:
EL CAMINO LENTO
EL ATAQUE SORPRESIVO: EL CAMINO RÁPIDO
El embargo sería conocido como el “camino lento”, y el ataque sorpresivo como el “camino rápido”.
George Ball fue el primero en argumentar vigorosamente contra el ataque sorpresivo. Robert Kennedy lo respaldó afirmando que “mi hermano no será el Tojo de los años sesenta”. Posición contraria la asumió Dean Acheson, el antiguo Secretario de Estado, que rechazó la analogía con Pearl Harbor, aludiendo a la Doctrina Monroe que por más de un siglo había proclamado que los Estados Unidos no toleraría la intrusión de ninguna nación europea en la América.
Para Acheson el apropiado curso de acción era un ataque aéreo sobre las instalaciones de los cohetes porque el intento del Presidente de forzar a Kruschev a retirarlos, enviándole un mensaje, representaba un irresponsable riesgo. Mientras Kennedy se comunicaba con Kruschev continuaría sin interrupción el trabajo en las bases de los cohetes.
Tarde en la noche del miércoles -72 horas después de las inocultables evidencias- regresa el Presidente de su gira política por Connecticut.
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