En este libro se narra e increíble comportamiento y manejo de la situación
creada por la militarización soviética de Cuba que culminó con la instalación de los misiles de mediano alcance. El autor señala con el dedo acusador a los hermanos Kennedy y destruye el mito falsamente creado por los apologistas. Ros pone al desnudo ese mito y leyenda, para que se conozca la angustiosa y
sangrante realidad.
Toma preferencia la campaña electoral
(I de III)
Agosto y septiembre habían sido meses de constante especulación pública sobre el continuo envío de armamentos y equipos militares soviéticos a Cuba. Las armas eran calificadas por la Casa Blanca, sistemáticamente, como “defensivas”. Como tal las había considerado el Presidente Kennedy en sus declaraciones de septiembre 4: “Los embarques rusos a Cuba no constituyen una seria amenaza a parte alguna de este Hemisferio”. Estas insólitas declaraciones las formula el Presidente una semana después que los aviones U-2s de reconocimiento habían detectado -y fotografiado con precisión- ocho emplazamientos de misiles SAM-2. Los mismos cohetes de tierra a aire que, en mayo 1, 1960, habían derribado un U-2 norteamericano sobre territorio de la Unión Soviética. El descubrimiento de los emplazamientos había puesto el tema cubano en la primera página de los periódicos.
Kennedy se encontraba en una contradicción que había sido claramente planteada por el New York Times en septiembre 3: “El señor Kennedy se encuentra atrapado entre los cargos que le presenta el régimen de Castro de que está planeando invadir la isla y la creciente demanda del Congreso que le exige que haga precisamente eso”.
Kruschev que desde el desastre de Playa Girón y la posterior reunión en Viena sobre la cuestión de Berlín había calibrado perfectamente la capacidad de Kennedy para el apaciguamiento le envió un mensaje tranquilizador, entregado por el embajador soviético en Washington a su hermano Robert Kennedy. Luego que Moscú anunció que la Unión Soviética había aceptado enviar más armas a Cuba junto con asesores y técnicos, el Embajador Soviético en Washington Anatoly Dobrynin, invitó a Robert Kennedy a la embajada soviética para asegurarle que las intenciones de la URSS en Cuba eran estrictamente defensivas. Dobrynin aseguraba a Kennedy que su gobierno no dejaría en manos de terceros el poder de envolver a la Unión Soviética en una guerra termonuclear.
Dos días después, Dobrynin extiende su invitación a Ted Sorensen para que éste le hiciese llegar al Presidente un mensaje que había llegado directamente de Kruschev en el que el Premier Soviético le daba seguridades de que nada haría la Unión Soviética antes de las elecciones congresionales que complicase la situación internacional. También había calibrado el Premier Soviético la fiebre electoral que consumía al Presidente norteamericano.
El Presidente comprende que son falsas las seguridades ofrecidas por el dirigente soviético. Pero le oculta al pueblo norteamericano la innegable evidencia. Está en plena campaña política y tiene que (o cree que debe) esforzarse al máximo para ayudar a elegir -en estas elecciones no presidenciales- candidatos cuyo respaldo habrá de necesitar dentro de, apenas, dos años. Considera que la histeria desatada por algunos órganos de prensa y por políticos de la oposición debe ser acallada. Se hace necesario calmar la injustificada inquietud.
Kennedy, que en el Congreso de 1961 había logrado la aprobación de sólo el 48% de sus iniciativas legislativas, estaba sumamente interesado en producir un Congreso (para él) más sólido. Para lograrlo tomó el camino de debatir los temas domésticos (Medicare, segregación, ayuda a los desempleados) y soslayar algunos temas internacionales como la cuestión cubana que los Republicanos se esforzaban en llevar al primer plano.
GOLPEAN LOS
REPUBLICANOS
El Senador Keating es uno de los más acerbos críticos de la inacción del Presidente en el caso cubano. En la mañana de Septiembre 4 de 1962 Keating está siendo entrevistado por Martin Agronsky en el Programa de la NBC “Today”. Entre otras cosas, Keating afirmó que tenía información confiable de que unos 1,200 hombres sin uniformes del ejército soviético habían llegado a Cuba en agosto; y sugería que el pueblo norteamericano no había sido suficientemente informado de la peligrosa situación que existía tan solo a 90 millas de las costas de la Florida.
Tan pronto Keating abandonó el estudio, Pierre Salinger llamó por teléfono para criticar duramente a Agronsky expresándole que a la Casa Blanca no le había gustado la forma en que había conducido el programa y que esto mostraba que Agronsky conocía poco sobre Cuba: “La Casa Blanca resentía los estimados erróneos de Keating sobre la amenaza cubana”.
No era cierta la información de Salinger. Keating siempre ofreció la información correcta que el Presidente Kennedy le ocultó a la población norteamericana. Días antes, tomando por tribuna el hemiciclo del Senado, el 31 de agosto de 1962 -el mismo día que Bobby Kennedy estaba recibiendo información sobre otros aspectos de la situación cubana- el Senador Keating, ante el asombro de todos, había dado datos sólidamente documentados, sobre la presencia militar en Cuba.
“He sido informado que entre agosto 3 y agosto 15 han llegado al puerto cubano Mariel de 10 a 12 barcos soviéticos de gran tonelaje que atracaron en los muelles de Mariel… cinco lanchas torpederas han sido descargadas…” El discurso, intenso y lleno de datos específicos sobre convoyes militares manejados por personal soviético, número y tipo de los vehículos militares y lugares en que fueron descargados, no movió al Presidente a la pública admisión de la peligrosa situación que enfrentaba la nación.
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