Por María C. Rodríguez
Piramo y Tisbe, la leyenda que dio color a las moras
Píramo y Tisbe eran dos jóvenes babilonios que vivieron durante el reinado de Semíramis. Habitaban en viviendas contiguas y se amaban a pesar de la prohibición de sus padres. Se comunicaban con miradas y signos hasta descubrir una grieta en el muro que separaba las casas. Sólo la voz atravesaba tan estrecha vía y los tiernos mensajes pasaban de un lado a otro por la hendidura. Así pudieron hablarse, enamorarse y desearse cada vez más intensamente, hasta que un día acordaron que a la noche siguiente, cuando todo quedara en silencio, huirían sin ser vistos y se encontrarían junto al monumento de Nino, al amparo de un morral de moras blancas que allí había, al lado de una fuente.
Tisbe llegó primero, pero una leona que regresaba de una cacería a beber de la fuente la atemorizó y huyó al verla, buscando refugio en el hueco de una roca. En su huida, dejó caer el velo. La leona jugueteó con el velo, manchándolo de sangre. Al llegar, Píramo descubrió las huellas y el velo, y creyendo que la leona había matado a su amada, sacó su puñal y se lo clavó en el vientre. Su sangre tiñó de púrpura los frutos del árbol, y de ahí viene el color de las moras según Ovidio. De hecho, dentro de la tradición latina, el término Pyramea arbor (“árbol de Píramo”) se usaba para designar a la morera.
Tisbe salió cuidadosamente de su escondite y al llegar al lugar vio que las moras habían cambiado de color y dudó de si era o no el sitio convenido, pero entonces vio a su amado con el puñal en el pecho y cubierto de sangre. Le abrazó, sacó el puñal y se suicidó a su vez, clavándoselo ella misma. Los dioses, apenados por la tragedia, hicieron que los padres de los amantes permitiesen incinerarlos y guardar sus cenizas en la misma urna, y desde aquel día los frutos de la morera (moras), que hasta entonces eran blancos, quedaron para siempre teñidos de púrpura.
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