No hay mejor virtud que saber reírse de uno mismo. Yo la poseo. E.F.

1985. Se inicia la “Lottery” en California y yo, “ni corto ni perezoso”, compré mi primer ticket.

Había que adivinar 6 números. Me pareció muy difícil, pero recordé aquel dicho de “la suerte es loca y a cualquiera le toca”.

A las 9 de la noche encendí la computadora, busqué en Google los números ganadores, y con tremenda alegría descubrí que había adivinado tres números, vaya, la mitad de los que se requerían para obtener el gran premio de 120 mil dólares.

Inmediatamente -y a pesar de mi estupidez para los números- la más elemental lógica me llevó a imaginar que si la mitad de 120 es 60 yo me había ganado 60 mil baros americanos.

Creo que hasta los vecinos de enfrente escucharon mis alaridos de: ¡Ñooo, me la comí, coroné, la partí!”

Pero, desde luego, después de la euforia inicial pasé al absoluto misterio, no se lo dije a nadie, sólo mis hijas compartieron mi secreto y mi alegría.

Fui tres veces al liquor más cercano, fui al Seven Eleven, mi hija Sandra me acompañaba y me daba cranque para que me bajara del carro y cobrara mis 60 mil cocos.

Pero, siempre los lugares estaban llenos de gente y me parecía que me robarían “mi fortuna”.

Al fin me decidí, me puse mi Browning 9mm. en la cintura (ella siempre me inspira seguridad) y me fui a la gasolinera que estaba a dos cuadras de mi casa.

Miré hacia el interior. Sólo había un cliente. Bajé, le pregunté misteriosamente al dependiente: “¿Ustedes pagan los premios grandes en efectivo o dan un cheque?”

El empleado pasó mi ticket por la computadora, me dijo “Congratulations” y me dio los cinco dólares que me había ganado. Tremenda decepción.

Pero, como tiene su lado positivo, la buena noticia fue que el cliente era cubano, allí nos presentamos, se llama Joseph Santin y ha sido mi amigo y lector eterno.