CLOTILDE GARCÍA MOREJÓN

Written by Libre Online

12 de agosto de 2025

Por Jorge Quintana (1955)

Fue un valiente cuya valentía podía enmarcarse en la leyenda. Fue un patriota. Y fue un niño a quien la guerra convirtió, primero en hombre y después en héroe. Los que le veían, aureolado por la fama, no se explicaban aquel fenómeno, pero en cuanto le veían cargar se daban cuenta de que en aquel cuerpo se concentraba todas las bravuras de la guerra, todas las osadías del mambí, toda la grandeza del patriota cubano que no tenía otra idea que la de libertar a su patria.

La fecha en que nació hay que calcularla. Se dice que nació en Recreo. Pero no hay constancia de ello. Los archivos parroquiales se destruyeron en plena campaña del 95. Pudo haberse averiguado fehacientemente el hecho en los primeros años de la República cuando aún vivía su madre, pero nadie tuvo la preocupación de indagar en torno a los antecedentes de su vida. Y se perdió la oportunidad. Decíamos que la fecha hay que calcularla porque si nos atenemos a la edad que se decía tenía cuando en 1895 se incorporó a las huestes insurrectas que era la de veinte años, debió haber nacido alrededor de 1875, pero si nos atenemos a los que sostienen que tenía veinticuatro años en 1896, cuando cayó frente a los fuertes que custodiaban la entrada de San José de los Ramos, debió haber nacido alrededor de 1872.

De su infancia se conoce muy poco. Se sabe que se dedicaba a trabajos del campo y su destreza en montar caballo identificaba al excelente jinete con las tareas del mozo de potrero. Hacia 1895 se hallaba comprometido para sublevarse con el coronel Rafael Arcia. cumpliendo su palabra salió al campo en plan de insurrecto, en junio de ese mismo año, cuando aquél se sublevó en Cascajal.

Su primer grado fue el de soldado raso. Unos días más tarde las fuerzas de Árcia trabaron combate con los españoles. En el mismo resultó herido un jefe y el soldado Clotilde García se distinguió tanto ayudando a su comandante, que le ascendieron a cabo. Ya con grado comenzó a recoger gente cerca de San José de los Ramos. Pronto tuvo treinta hombres, todos tan jóvenes y tan atrevidos como él. Uno de esos jóvenes fue Felino Álvarez.

El 13 de septiembre, con sólo diez hombres, amenaza a la guarnición de Los Arabos. Diez días después incendia la estación de Hato Nuevo, quemando además veintisiete casas y la iglesia. Dos días después volvió a atacar aquel poblado logrando esta vez entrar en él. El 14 de octubre, unido a Regino Alfonso y Andrés Fraga y con solo tres hombres más, asaltaron y quemaron las veinte casas que formaban el poblado de Sabanilla de la Palma. A fines de diciembre le vemos entre los oficiales matanceros que cooperaban con sus operaciones al avance de los soldados invasores que mandados por los generales Máximo Gómez, Antonio Maceo y Serafín Sánchez venían de Las Villas dispuestos a abrirle paso, por entre la muralla de bayonetas de los soldados de Martínez Campos, hacia Occidente.

Clotilde García, obedeciendo órdenes superiores, se encarga de quemar y destruir todas las fincas ubicadas en la región Sur de Matanzas. En los primeros días de enero de 1896 ya combate a las órdenes del general Lacret en Las Charcas. Avanza después con el general Maceo, acompañándolo hasta Batabanó, desde cuyo lugar emprendió marcha de regreso a su zona de San José de los Ramos. En marzo le encontramos acompañando al general Juan Bruno Zayas que trataba de llevar, al extremo occidental de la isla, un contingente de soldados invasores villareños. A su lado combatió en las Sabanas de Motembo, ayudándolo a buscar refugio en la Ciénega de Zapata. El 7 de marzo de 1896 era tan sólo Alférez. De un sólo golpe ascendió a coronel. Dejemos que el periodista Héctor de Saavedra cuente la escena que publicó hace algunos años, como capítulo de un libro en preparación, en la cual recogía la versión de un testigo presencial del hecho.

Fue en el ingenio La Diana. Allí el general Lacret se comprometió seriamente en una función de guerra con los españoles, siendo necesario que el general Maceo viniera en su auxilio.

 “En una evolución en que convenía al general Maceo sacar ilesa una gran impedimenta, escribe Héctor de Saavedra, para unirla al grueso del ejército que marchaba a invadir nuevamente la provincia occidental le vinieron a avisar que grandes fuerzas españolas se dirigían a hostilizarle por el flanco derecho. Maceo abarcó de una mirada todo aquel espanto, con la rapidez de concepción que justo contrastaba con su exterior tranquilo, y volviéndose al ayudante, que se llamaba Rosario Delgado, le dijo:

-Necesito veinticinco hombres muy valientes. El ayudante se encogió de hombros. Maceo se sonrió:

-Ya lo sé que todos lo son. Pero necesito esos hombres mandados por un jefe decidido, porque de ellos depende la retirada de todos los otros.

Delgado respondió: García. 

-¿Quién es?, preguntó Maceo.

-—¿Quién? —repuso Delgado—, pues un guajirito de veinte años que no tiene todavía un pelo de bozo. Es hijo de San José de los Ramos y yo lo conozco.

—¿Qué graduación tiene?

—No es más que Alférez.

—Hágalo usted venir —dijo Maceo.

Al poco rato estaba delante del general un muchacho de mediana estatura, delgado, con ojos azules y fisonomía triste. Tenía, como dice Víctor Hugo, el rostro de los que mueren jóvenes.

—¿Usted es el alférez García? —le preguntó Maceo

—Si, señor —le respondió el oficial.

—Va usted a coger veinticinco números y a situarse encima precisamente de aquella loma que está a la derecha: desde allí me tirotea la columna y me la sostiene para que no avance, el tiempo que yo necesite para retirar la gente. Se está usted allí hasta que yo le mande a buscar. ¿Ha entendido usted bien?

—Sí, General —respondió García.

Con sus veinticinco hombres ocupó la loma y sostuvo el fuego. Maceo hizo su evolución retirando tranquilamente la impedimenta. Entre tanto los españoles estaban contenidos por aquellos valientes allá encima de la loma, ocultos en los matorrales. El enemigo hacía descargas cerradas. Los cubanos contestaban con tiros sueltos, pero certeros. Cuando Maceo vio libre a su gente, mandó a buscar a García. Este se apareció acompañado de dos hombres.

—¿Y los otros?, preguntó el General

—Los heridos están curándose; los demás quedaron muertos allá en la loma— respondió el alférez.

Maceo contempló aquella tranquilidad tan sublime, después de una resistencia tan temeraria y tan heroica, y dijo: Está bien. Vaya usted a incorporarse con la fuerza.

García hizo un saludo y volvió la espalda. Entonces Maceo, de un salto de su caballo se puso enfrente al guajirito, y dándole la mano le dijo:

—“¡Adiós, coronel…!”

El relato está impregnado un tanto de la fantasía del periodista, pero algo de cierto hay en ello, porque el general Roloff, en su “Índice de Defunciones del Ejército Libertador de Cuba”, al referirse al coronel Clotilde García, no le menciona los grados, ni las fechas de los ascensos, sino uno sólo: el de coronel. Y le da la antigüedad de 1º de mayo de 1896.

El 21 de marzo, operando a las órdenes de los generales Lacret Collazo y del coronel Pepe Roque participa en la acción librada en los ingenios “Desempeño”, “Andrea” y “Arango” contra la columna española mandada por el coronel Nario. Tres días más tarde el coronel Molina le sorprende a Clotilde García su campamento en San José de los Ramos. 

Los cubanos lograron retirarse con siete bajas. Al día siguiente vuelven a encontrarse Molina y García en el Potrero “La Paz”, repitiéndose el encuentro el 27. El 1º de abril Clotilde García ataca a la guerrilla de movilizados de Macagua. El 2 vuelve a combatir con Molina. En este mismo día destruye dos fuertes en el paradero de Los Arabos. El 3, unidos Clotilde García con Felino Álvarez, atacan a Molina en el ingenio “Covadonga”. Los cubanos tuvieron dos muertos y tres heridos; los españoles confesaron siete bajas. Dos días después Clotilde García y Molina vuelven a encontrarse. 

El 13 García carga a la guerrilla de Chapelgorris de San José de los Ramos en el ingenio “Esperanza”, haciéndoles dos muertos. No concluyó aquel mes de abril sin volver a enfrentarse, con su tradicional enemigo, el coronel Molina. El 21 y el 24 de abril combatieron durante varias horas ambas fuerzas.

El 2 de mayo el coronel Clotilde García libra un encarnizado combate con los españoles en las afueras de Lagunillas. Al derrotarlos entró al pueblo quemando cincuenta y cuatro casas. Su actividad es incansable. El 7 de mayo, a las órdenes del general Pedro Velázquez, lucha con el coronel Molina en el potrero “Rosario” y en el ingenio “Soledad”. El 11 será con la Guardia Civil en la finca “Rodríguez”, cerca de Bolondrón. El 21, en la finca “La Carabina” combaten cubanos y españoles. Eran los villareños que al mando de Juan Bruno Zayas trataban de volver a Occidente en plan invasor. En esta acción pereció el general Esteban Tamayo. Al día siguiente el coronel García se reúne con Zayas en San Antón, recogiéndole los heridos que internó en la Ciénaga de Zapata.

En julio le hizo veinticuatro muertos a la guerrilla de Macagua, tomándoles además quince prisioneros, treinta y cuatro máuseres, cuatro rémingtons, un rifle y cuatro mil tiros. Los días 12 y 17 de ese mismo mes de julio ataca nuevamente a Macagua. El 19 en el ingenio “Recompensa”, frente al paradero de Macagua, le vuelve a hacer veinte muertos a los españoles, tomándoles catorce prisioneros a la columna del comandante Nájera. 

Los prisioneros fueron entregados a los españoles cumpliendo órdenes del coronel Clotilde García, por el teniente coronel Felino Álvarez. Al día siguiente derrota a los españoles en las inmediaciones de Macagua, haciéndoles numerosas bajas. Ese mismo día 20 de julio de 1896 el teniente coronel Eduardo Rosell Malpica anota en su “Diario: 

“Clotilde García es un muchacho solo cuenta veinte años y no tiene edad para el puesto de coronel que desempeña, sin embargo, es difícil sustituirlo, parece que es muy valiente; lo adoran sus soldados, y no admitirán sino su jefatura”. “Clotilde, en Lombard, en pleno batey, organizó un guateque al mediodía, tiene dos chiquillos como ordenanzas y tanto estos como él son valientes hasta no más, son soldados muy disciplinados; muchos lo tutean y aquello, más que una fuerza regular, parece una verdadera guerrilla; cuando se separan tienen por costumbre llamarse a tiros y en esta zona, la de él, a cada rato se oyen detonaciones por todas partes.

El día que fuimos sorprendidos por la noche en Cuatro Caminos, fue a causa de una verdadera imprudencia. Desde por la tarde sabíamos que en Los Arabos estaba la guerrilla preparada para salir y sin embargo nos fuimos a dormir a casa del jefe de aquélla. Y lo que sucedió fue que a este buen señor se le antojó visitar esa misma noche a su señora y tuvo la poca suerte de encontrarnos allí.

Los primeros tiros sonaron casi en la casa, pues sólo teníamos una imaginaria y está situada en el portal. Clotilde, yo y algunos más estábamos en la sala tomando café. Los otros fuera en un bohío adyacente, casi todos acostados y la primera impresión fue la de que estábamos perdidos y había que vender cara la vida, así que cuando Clotilde, desarmado, me mandó que lo siguiera y me dio la mano, lo celebré mucho, pues vi en ello mi camino de salvación. Salimos, pues, de la mano, por una puerta trasera; yo no conocía el terreno, y la noche era muy oscura y lluviosa. Así que este auxilio fue para mí el gran recurso. Pero como Clotilde es muy ligero, y yo no, e íbamos atravesando una tierra de camellones, muy blanda y sembrada de maíz, Clotilde tiraba de mí y me caí tres veces.

Entre tanto las balas silbaban a nuestro alrededor. A pesar de eso Clotilde, cada vez que yo me caía hacia alto y aguardaba a que me levantara, también él se cayó una vez; pasé muy mal rato, pues al ver mis caídas y que me flaqueaban las piernas me creí herido. Además, la misma precipitación, la carrera tan accidentada, me sofocó y hubo momentos en que llegué a perder la respiración. Después me enteré de que, a Travieso, uno de los Tabio y a varios más le sucedió lo mismo. 

Por fin llegamos a una manigua próxima. La perspectiva era lamentable; muchos sin armas, sin sombrero, sin zapatos; todos sin caballos, entre tanto, en la casa continuaba el tiroteo, eran tres o cuatro valientes de la escolta de Clotilde que se habían parapetado en ella y seguían disparando, ¿a quién? a nadie, pues los españoles muy sorprendidos, aún más que nosotros, se habían retirado en el acto, más nosotros no lo sabíamos. Entonces Clotilde me pidió mi revólver, que tenía yo en la mano, empezó a disparar y a gritarle a su gente. ¡Arriba muchachos! ¡Al machete con ellos, muchachos! ¡Aquí era Clotilde, muchachos! A esos gritos se multiplicaban los tiros y se nos incorporaron varios dispersos. 

En el acto Clotilde los mandó que se acercaran a la casa e hicieran varias descargas cerradas para averiguar si aún estaba allí el enemigo; como resultó que nadie contestaba a las descargas entramos a la casa. Al poco rato nos trajeron los caballos, me tuve que recoger todo lo mío, mis alforjas, los zapatos, y como no aparecían mis asistentes, se los entregué a dos números y por la misma razón le confié mi yegua pinta al moreno Federico, que es de Aguedita, y que andaba a pie porque no encontraba bestia”.

El 16 de agosto estando acampado el coronel Clotilde García en las inmediaciones de San José de los Ramos, tuvo noticias de que fuerzas españolas habían quemado el bohío de un pacífico, dejándolo libre con la condición de que le dijera a Clotilde García que lo mismo iban a hacer con él cuando lo encontraran. El coronel García dispuso inmediatamente que se atacara a aquellos provocadores. Situó al comandante Pepe Echeverría con cuarenta y dos hombres en el ingenio “Batalla”.

 Al comandante Nicanor Corzo le ordenó que acampara en la loma del Arango y él, con el resto de las tropas que allí tenía, ocupó el flanco izquierdo en espera del enemigo. En horas de la tarde se sintió fuego por las posiciones que ocupaba Corzo. El coronel Clotilde García se movió para cortarle la retirada al enemigo que ya se iba procurando ponerse bajo la protección de los fortines que guarnecían las afueras de San José de los Ramos.

En el lugar conocido por Oliva se libró lo más recio de la acción. El coronel García le había hecho ya dieciséis bajas al enemigo. Todo indicaba que la acción se liquidaría, cuando recibió la noticia de que su hermano, el comandante Antonio García al ir a desarmar a una guerrilla había recibido de éste un balazo mortal. Corrió al lugar donde se hallaba el cadáver de su hermano. Se bajó del caballo abrazándose al infortunado hermano. Lo besó. Inmediatamente volvió a montar e invitó a los soldados que allí se encontraban a que lo siguieran, partió rápido, en la persecución de los guerrilleros que huían precipitadamente hacía San José los Ramos. Al llegar a un lugar conocido por Cayo Hueso un disparo hecho de uno de los fortines, alcanzó a Clotilde García que se desplomó herido junto a una mata de piñón, diciendo solamente:

—Me han matado…

Mientras un grupo de soldados corría hacia el lugar donde se hallaba el cadáver de Antonio García, el capitán Alipio Corzo montaba en su caballo al jefe herido tratando de sacarlo de aquel lugar. No había caminado un kilómetro el capitán Corzo, cuando el coronel Clotilde García expiraba en sus brazos. Llegaban entonces los otros soldados con el cadáver del hermano. Se dirigieron al lindero de la finca “Santa Rita de Baró”, lugar conocido por Cantarranas, en terrenos   del ingenio “Recompensa”. Allí los velaron. Después el comandante Ramón Fernández dispuso que todas las fuerzas se retiraran, mientras él en unión de los capitanes Alipio Corzo, Carlos Delgado, Pablo Triana y José Perdomo procedían a trasladar los cadáveres hasta la finca “San Cristóbal”, propiedad del patriota Salvador Ballester, que les permitió enterrarlos allí secretamente.

Veinte días más tarde, el 4 de septiembre, el teniente coronel Rosell se enteraba de la noticia. En su “Diario” anotó: “¡Pobre Clotilde!, era un valiente, un verdadero bravo, como dice Armando Menocal; he sentido mucho su muerte, pues logré tomarle afecto por su ingenuidad y su corazón de niño; de organizador, no tenía nada, ni tampoco dotes de coronel a no ser como Calunga, para mandar una vanguardia; pero su grado se lo tenía bien merecido por lo mucho que ha peleado. Su ideal era cargar y lo hacía siempre que entraba en fuego, él el primero. Su bravura era tal que yo casi llegué a creer que sólo tenía el valor inconsciente de un niño. ¿Qué se habrán hecho de esos chiquitines?”

El 23 de abril de 1899, cuando ya el poderío de España había sido abatido en Cuba, sus restos y los de su hermano Antonio, fueron exhumados y trasladados al cementerio de Macagua, donde en la actualidad reposan. En esta oportunidad el general Lacret, a cuyas órdenes más de una vez había combatido el coronel Clotilde García, le escribió a la madre del héroe esta expresiva carta:

Marianao, 21 de abril de 1899.

A la señora madre del Coronel Clotilde García, Macagua.

Mi distinguida señora:

Hubiera deseado ir personalmente al entierro de los restos de Clotilde, pero no permitiéndomelo mis atenciones, va en mi expresa representación el Comandante Julio Rodríguez Baz.

Los que lucharon y murieron como Clotilde, tienen dos madres para honrarlos; la primera es Cuba y la más orgullosa de ese hijo debe ser usted.

Soy de Ud. en verdadera consideración, su affmo. S.S.Q.B.S.M.

J. Lacret Morlot.

Santa Lucía 4 (altos).

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