CHANGÓ DE IMA DIOS, GUERRERO Y AMANTE

Written by Libre Online

3 de diciembre de 2024

Por FELIPE ELOSEGUI (1954)

Changó es el dios Eros del panteón Lucumí. Su vida es una eterna fiesta y en perenne derroche sensual sólo interrumpido a ratos por la violenta cólera que le caracteriza y que siempre termina en la satisfacción de su gula impar. La guerra ocupa siempre sitio preferente en sus actividades. Su existencia en su batallar sin tregua contra las amarguras de la vida, contra los esposos de sus amantes, contra su tiempo, contra las mujeres que parecen hallar en él la más alta expresión de la vitalidad. Pero aún en la guerra, Changó es más astuto que valiente, y esa astucia le sirve para sortear toda clase de dificultades y salir airoso de las situaciones más comprometidas.

Como Orisha, Changó es oráculo: domina el tablero del adivino antes que Orula y es él quien descubre el misterio de la muerte y de la salvación. Es Changó, así mismo, el más pequeño de todos los santos, el menor en poder espiritual de todos los “ochas”. Su nombre significa problema en lengua lucumí. De él toma nombre el río Shangó y de sus amantes, los veinticuatro afluentes del poderoso caudal, porque son veinticuatro las mujeres que se anotan en la vida galante del dueño del trueno. 

Como Changó, el río corre alegre, plácido o agitado. Ora se arremolina y sus aguas se tornan furiosas; ya lame dulcemente las entrañas del valle o se despeñan furiosas por las laderas pedregosas… Ambos, río y orisha, son como la vida misma…

Para los creyentes Changó posee un poderoso aché, un extraordinario don divino: es Changó Okanani, que significa un solo corazón, cuando se une a elegguá y ambos son entonces uno solo; es Omanguerilla, cuando simboliza la guerra, su voz es el trueno; es Changó Ebborá en la violencia explosiva como la pólvora; Changó Obba, cuando reina en tierra Ara-cosó, primera de las tierras donde rige el Dios del Fuego; es Lobbera-ube, porque en todas las tierras fue adivino y leyó el destino de los hombres con el collar de Ifá en el tablero del ekuelé; Changó reza por sus hijos, pide a Olofi para sus devotos en Changó Kasieró; pero siempre será Changó Asabellí, uno en todas partes, en todas partes el mismo y en todos los caminos…

Pero la dulce ingenuidad de las leyendas africanas con todo lo que la imaginación del hombre le ha agregado desde el fondo de la historia hasta nuestros días, explica con mayor claridad que todas las interpretaciones de este mundo confuso, primario y riquísimo de las creencias religiosas de los negros lucumíes. De las consejas traídas a Cuba por los esclavos africanos bien podía extraerse toda una biografía del personaje singular y leyendario que es Changó de Ima. A reserva de intentarlo alguna vez, tomemos ahora las leyendas más conocidas del Dios de la guerra para realizar su presentación. 

El Nacimiento

Cuentan los viejos que Obatalá (la Virgen de las Mercedes) requirió los servicios de Agallú Solá (San Cristóbal), barquero por aché de Olofi, para que éste la cruzara a la margen opuesta del río.

Agallú sirvió a la omordé sin que se cruzaran palabra durante la travesía. Una vez en la margen contraria, Agallú demandó sus honorarios, cuyo pago era ineludible por mandato de Olofi (Dios, sumo hacedor). Agallú habló así.

—Omordé, págame mi trabajo.

—No tengo dinero —respondió Obatalá.

—Tienes que pagarme: Oloddumara no permite que trabaje sin cobrar mis derechos.

—Pero no tengo, Oguó —insistió la mujer…

Agallú no transigía y Obatalá, respetuosa de las leyes de Olofi, se despojó de las ropas que vestía y ofreciendo su cuerpo cimbreante al barquero pagó en sus carnes los derechos del dueño de la barca…

De aquel ayuntamiento singular nació un moquenqueré: Changó de Ima, que habría de ser con el andar del tiempo, Dios de la guerra, señor del Trueno, asombro del Güemillere, rey del Bacosó, y, sobre todo, amante impenitente siempre en busca de aventuras galantes.

Pero Changó es un niño díscolo, travieso, desobediente, y la madre se ve obligada a mandarlo junto a su padre, quien, a su vez, lo pone bajo el cuidado de Yemayá Saramaguá (la Virgen de Regla), una mujer de la vecindad, que se distinguía por sus cuidados a los enfermos y desvalidos de toda clase.

Fue Yemayá quien atendió la crianza de Changó, que crece a su lado como los árboles, casi por sí mismo, como una fuerza de la naturaleza. Es ya un mozo de agradable presencia, fuerte y poderoso, cuando Yemayá se descubre en un irrefrenable amor por el muchacho y entrégale su cuerpo convirtiéndose en la primera amante del jovencito.

Fue Yemayá quien le hizo experto en las artes del amor y quien alimentó su extraordinario apetito, preparándole exquisito amalá (harina de maíz con carne de camero y quimbombó) plátanos y manzanas, que constituyen la dieta más cara al Dios del Fuego.

Ya corre por los pueblos la fama de Changó. Se dice su nombre y se evoca el júbilo de la fiesta, la voz de los tambores, el baile y el canto; pero también la cólera violenta, el rayo y el trueno y la guerra.

El Rapot de Oyá

Una de las más bellas páginas galantes de su vida está contenida en el sacrificio de Oyá (la Candelaria).

Casada con Oggún, Oyá conoce al apuesto guerrero que se prenda de ella. Las artes del guerrero hacen surgir en la mujer un infinito amor que pronto llega a conocimiento del esposo. Oggún, que es herrero, construye entonces una casa de hierro en la que encierra a Oyá, burlando al asedio de Changó aconseja a éste que utilice la centella contra la casa de Oggún. Y, en efecto, Changó deja caer sobre la fortaleza del anciano esposo toda la fuerza del rayo, de que es dueño y señor; y destruida la casa, huye con la amada a la grupa del caballo…

Tras los fugitivos sale Oggún, herido en su amor propio. Con él lleva sus garras de tigre fraguadas en su taller y un plan definitivo: mataría a ambos amantes allí donde los hallara y luego, marcaría los pasos del tigre en derredor de los cadáveres, burlando así toda acción de la justicia.

Changó, ajeno a los designios de su adversario, galopaba adelante, metiéndose cada vez más adentro en las entrañas del bosque. Cuando cayó la noche, el joven guerrero sintió que el cansancio agotaba su voluntad: y creyéndose ya fuera del alcance de Oggún, decidió descansar en una cabaña abandonada en el corazón de la selva.

Apenas desmonta se despoja de todas sus ropas y se echa a dormir junto a la amante que, como una fiera en celo, cuida su sueño. De la pared de la choza cuelgan los vestidos y las armas del guerrero, mientras la noche avanza silenciosamente, misteriosamente.

De pronto un galope furioso rompe el silencio. Oyá presiente la tragedia. Su instinto de mujer le avisa que su marido viene en busca de venganza y clama desesperada por despertar a Changó que sigue durmiendo. Le sacude, le grita, pero todo es inútil. Changó duerme profundamente. Los cascos del caballo golpeando la tierra resuenan en el corazón de la mujer como una pesadilla. Ya se acerca el corcel… Pero Changó no despierta. Es entonces que Oyá adopta una resolución suprema: se ciñe las armas de Changó y franquea la puerta para recibir a Oggún en ademán de guerra.

Oyá vence al marido que llega rendido por la larga carrera. Cuando termina la lucha, Changó no ha despertado…

Por esa leyenda, los creyentes de Ocha afirman que los “hijos de Changó no pueden dormir desnudos”, porque el enemigo los sorprende indefensos.

Mujer sin Orejas

La vida de Oyá junto a Changó, voluble como es éste, inconstante como es su carácter, fue una larga sucesión de angustias. Changó la maltrata como a todas sus mujeres, la humilla y la engaña.

Ella, sin embargo, atiende solicita a los más mínimos caprichos de su concubino. Cada día, sirve el amalá exquisito el esposo insaciable, asea la casa cuidadosamente; es mujer ejemplar.

Llegan malos tiempos al pueblo. Una intensa sequía arrasa los sembrados, mata el ganado. Y Oyá confronta dificultades para hallar la carne de carnero con que confecciona el amalá a su amante. Se intensifica la sequía y ya no aparece la carne por ninguna parte. Desesperada, la mujer decide cortarse las orejas y con ellos cocer el plato preferido del guerrero, que lo saborea con deleite supremo.

Pero Changó descubre que su mujer no tiene orejas y allí estalla su cólera. Con las peores palabras de su largo vocabulario de insultos la increpa duramente:

—Mujer sin orejas —concluye—. Mujer fea: vete de mi casa… No quiero verte.

Y Oyá abandona la casa para perderse en el monte desecha en llanto.

Yemayá Olokún

Otra de las amantes del guerrero. Yemayá Saramaguá, se encuentra con el díscolo joven a la orilla del mar, donde siempre vivió la omordé. Aquella ocasión Changó subió el tono de sus desprecios de siempre; sus insultos a la Dueña del Mar, madre de la Tierra y del Cielo y de todo lo azul, resonaron

como nunca en el corazón de la amante. Inútiles fueron las protestas de amor de la mujer ante el desprecio cortante de Changó.

Y Yemayá, avergonzada, escondiendo el rostro entre las manos, huye al mar, busca las profundidades y en el fondo del océano vive desde entonces. A esta imagen o camino se le conoce en las prácticas de santería por Yemayá Olokún, o Yemayá la Brava. Y se presenta por una mujer cuya faz es una calavera de ojos secos, dientes amarillentos y expresión demoniaca. De la nariz, pende un pequeño muñeco que representa a Elegguá y no “baja a cabeza” en el bembé, porque Yemayá Olokún no es visible más que para aquellos que van a morir: ella es la ikú, la muerte misma…

Changó en la Palma

No siempre la cólera de Changó llega a extremos tan fatales. Habitualmente su ira se conforma con increpar a los creyentes en su fiesta de santo, o por medio do los “caracoles” y se disuelve cuando se le ofrecen las comidas de su predilección o sus tambores resuenan alegremente en el bacosó.

Otra leyenda afirma en ese sentido que en uno de sus raptos de ira, Changó sube a lo alto de una palmera y sentado en el penacho pasa largas horas rumiando su indignación. Fue entonces Yemayá, la dulce y abnegaba Yemayá Saramagua, quien ofreciéndole al pie de la planta sus manjares preferidos, convocó a las mujeres que en derredor del tronco bailaron y cantaron al iracundo galán para que bajara a disfrutar de los manjares y de la dulce frescura femenina de aquellos cuerpos de mujer que se le ofrecían en danzas lascivas y cantos insinuantes.

Changó bajó de la palma y pasado su enojo, comió con su habitual apetito y disfrutó goloso de todos los placeres. Por eso, en santería, “cuando el santo se vira”, es decir, cuando el guerrero se querella con uno de sus aleyos, éste le ofrece comidas (manzanas, plátanos, gallo prieto, amalá) al pie de la palmera, para que baje y sienta bien y lo ayude en sus empeños.

¿Hombre o Mujer?

En el sincretismo religioso de nuestro país, en la adoración de las imágenes católicas a que se vio forzado el esclavo africano, Changó equivale a Santa Bárbara, pero esa equivalencia ha provocado numerosas confusiones para el profano; y son muchos los que suelen preguntarse si es hombre o mujer esta deidad.

Para la interpretación católica, Santa Bárbara es una virgen, la dulce y heroica hija del gobernador de la provincia romana de Bitinia: Bárbara, mártir del cristianismo. Para la creyente lucumí y sus descendientes criollos, Santa Bárbara es Changó de Ima, hombre, guerrero, Rey del Mundo, hijo de Agallú Solá, según la leyenda, preferido de Oloddumora, de Dios, según otras interpretaciones…

Pero Ocha va más lejos aún en la explicación. Se cuenta que ya viejo, Changó sufre de asedio de un joven guerrero ganoso de gloria, que, valerosamente le emplaza al combate.

Changó, invicto en la guerra, elude el encuentro con el impetuoso joven que no ceja en su empeño de combatirlo.

Cierta vez, Changó se hallaba en el ilé de Ochún; el joven que lo sabe monta guardia a la puerta de la casa esperando la salida del astuto amante.

La espera se hace larga hasta lo imposible sin que el guerrero en acecho dé muestras de cansancio. Changó decide salir y burlar su vigilancia. Para ello, toma seis de las siete sayas do Ochún y se viste con ellas; corta las trenzas de la mujer y se las añade al cabello y así disfrazado, cruza frente al guerrero que, creyendo trataba con una omordé, le dedica un requiebro…

Esta leyenda no sólo origina la confusión expresada anteriormente, sino que además explica, el color amarillo de las ropas de Ochún (La Caridad del Cobre). Una sola saya dejó Changó a su concubina. La prenda era blanca, pero a fuerza de lavarla cada día el género blanco se tornó armarillo y vino a ser este matiz el símbolo de la dueña del río.

La Adoración a Santa Bárbara

El calendario católico señala el día 4 de diciembre como la festividad religiosa de Santa Bárbara. Ese día, a lo largo de toda la isla se rinde fervoroso culto a la imagen cristiana de Bárbara de Bitinia. Desde las doce de la noche del día anterior, se encienden los altares en que está siempre presente el sentido pagano de la adoración en nuestro país; y ante los cuales se adora la imagen católica conforme al ritual lucumí o en forma entreverada de África y de España.

Y muchas veces, mientras en la sala de la casa se baila, se canta, se reza y se ingieren bebidas alcohólicas, en el fondo, “en el cuarto de santos” o en la “ganga”, la piedra lucumí o el palo congo imponen sus ritos, y babalochas y ganguleros a Changó de Ima y a “Siete Rayos”, según el caso.

Y no faltan los que empiezan la adoración de este día con el mayombero, para seguirla con la Iyalocha y terminar persignándose ante el reverendo padre de la iglesia de Párraga.

Es que nuestro sentimiento religioso, mestizo de los pueblos que forman la nacionalidad nos permite sin que se caiga el cielo, semejante argamasa de ritos, tan desenfadada adoración.

Pero cualquiera que sea la forma de rendirle tributo al poder de la diosa -o el dios- es lo cierto que el culto gana cada día un más preferente sitio en el corazón del pueblo de Cuba, del que ya no puede decirse que “se acuerda de Santa Barbara cuando truena” y su prestigio rivaliza con el de la dulce Santa Mulata, la Santísima Virgen del Cobre, Patrona de Cuba.

Y nuestro pueblo, surcado en todas las direcciones por los agentes de todas las creencias, siente entre sus grandes devociones a este orisha guerrero del panteón lucumí y Virgen y Mártir del Cristianismo. Y en el entendimiento del pueblo el cura y el santero se dan la mano, coincidiendo en los fines. El santero Nicolás Angarica lo dice en ocha, exhortando a los aleyos y los babalochas para que estudien aún más y más los “fundamentos del santo”, en un vigoroso intento por unificar la acción de sus ritos y hallar mejores achés. Y el padre Arencibia lo explica en latín, implorando al hijo del hombre para que los hombres sean dignos de su muerte en la cruz para salvarlos y llamando a la feligresía al servicio de Dios. Pero ambos dicen lo mismo a las devotas:

—Cabie sile, Changó.

––Amén.

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