DE LA REDACCIÓN DE LIBRE Y FUENTES ANEXAS
Mañana será 10 de Octubre, y en ese día conmemoramos el 156 aniversario de esta fecha patria.
El Grito de Yara (10 de octubre de 1868) fue un hecho que marcó el proceso de formación de la identidad de la nación cubana. Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, liberó a sus esclavos y alzó en armas a los primeros patriotas cubanos.
Durante los catorce años que Martí vivió en este país, de 1880 a 1894, asistió a todas las conmemoraciones del 10 de octubre, menos una, y en casi todas fue el organizador y orador principal. Y es que el 10 de octubre, fue para los cubanos del siglo pasado, la gran fecha, el inicio de una larga guerra de diez años, en cuya primera parte se probó que España no era en modo alguno invencible y además porque el 10 de octubre era la culminación de casi sesenta años de lucha por la libertad, desde los intentos de Román de la Luz, en l809, continuando con numerosos intentos revolucionarios entre los que se incluyen cinco conspiraciones, dos invasiones, y dos levantamientos en armas.
Pese a que los cubanos en el exilio, se encontraban como ahora, divididos en varios grupos todos concurrían a las conmemoraciones del 10 de octubre. Y es bueno recordar que a Martí le costó un trabajo enorme el unir a la mayoría de los cubanos del exilio, ya que a la totalidad nunca pudo unirlos.
Sin embargo aquellos hombres, con esa individualidad de nuestra herencia española, reunidos en diferentes grupos, o siguiendo a líderes diferentes, yo considero que nos superaban en algo a los cubanos de hoy.
Y es que siempre concurrían al llamado de Cuba, quien quiera que fuera el convocante. Y la división que existía entre los cubanos de entonces llegó al extremo de que varias reuniones terminaron a puñetazos, y hubo hasta varios duelos planteados. No obstante, todas esas diferencias quedaban atrás cuando la Patria convocaba, porque por encima de todas las diferencias individuales y los modos diferentes de enfocar nuestra problemática, estaba Cuba, ella siempre ante todo.
Algunos de aquellos duelos fueron famosos al plantearse entre patriotas muy destacados, y hubo muchos casos, pero siempre los duelos fueron pospuestos para cuando Cuba fuera libre, porque para aquellos hombres la Patria era mucho más importante que todas las querellas personales y todas las ofensas recibidas.
Entre 1860 y 1868, estaban creadas las condiciones para un estallido revolucionario en nuestra patria; estas se apreciaron con mayor evidencia durante la crisis económica de 1866, el fracaso de la Junta de Información y cuando se tuvo noticia de que la metrópoli mantendría la esclavitud, y establecería un impuesto del 10% sobre rentas y utilidades, en lugar del 6% que había prometido con anterioridad.
Lo realmente notable estuvo en que la acción de Céspedes aceleró el levantamiento armado de Camagüey, a su vez, extendió la insurrección con gran rapidez y amplitud hacia las jurisdicciones de la parte occidental de Oriente, con lo cual alcanzó una extraordinaria repercusión de carácter nacional. Sus resueltas acciones se extendieron como pólvora en la población.
El movimiento armado iniciado por él, en un momento y lugar geográfico preciso, desencadenó una guerra que, no obstante las divisiones internas de aquellos héroes, mantuvo en jaque al ejército español durante toda una década.
Recordemos que los patriotas del 68, proclamaron ante el mundo la firmeza de sus ideales y la determinación de luchar por ellos para lograr alcanzarlos —si fuera necesario— hasta la muerte. Una prueba de esa determinación fue la toma y el incendio de la ciudad de Bayamo —la que fue capital insurrecta por casi tres meses— antes de que cayera de nuevo en manos de los colonialistas.
Cuando Céspedes se enfrentó a España, tuvo la osadía necesaria para adelantarse a sus compañeros e iniciar la guerra y, sin embargo, cuando en nombre de la patria la Cámara le enjuició y destituyó, tuvo también la humildad indispensable para aceptar aquella decisión. Audacia y humildad eran, en última instancia, hijas de su amor a Cuba y a la Revolución. Al respecto en una carta íntima decía: “En cuanto a mi deposición he hecho lo que debía hacer. Me he inmolado ante el altar de mi Patria en el templo de la ley. Por mí no se derramará sangre en Cuba. Mi conciencia está muy tranquila y espera el fallo de la Historia”.
La sublevación del 10 de octubre de 1868
Céspedes rondaba ya los cincuenta años cuando comenzó la contienda en 1868.
En 1868 Carlos Manuel de Céspedes organizó reuniones con varios comités patrióticos de la región integrados por importantes figuras de la inminente guerra de independencia, tales como Belisario Álvarez, Salvador Cisneros Betancourt o Isaías Masó. El 4 de agosto de 1868 Céspedes participó en una junta revolucionaria en la propiedad San Miguel de la ciudad de Las Tunas. Lanzó un llamado a la sublevación: “Señores: la hora es solemne y decisiva. El poder de España está caduco y carcomido. Si aún nos parece fuerte y grande es porque hace más de tres siglos que lo contemplamos de rodillas. ¡Levantémonos!”.
Mientras Céspedes deseaba lanzar el movimiento insurreccional a la mayor brevedad, se enfrentó a la oposición de los representantes de Camagüey, Salvador Cisneros Betancourt y Carlos Mola, que prefirieron retrasar la fecha por la falta de armas. Céspedes decidió entonces fijar la fecha del levantamiento para el 14 de octubre de 1868. Pero el Capitán General español Francisco Lersundi descubrió el proyecto revolucionario y ordenó, mediante un telegrama del 7 de octubre, la captura del líder cubano. Avisado a tiempo por el telegrafista Nicolás de la Rosa, Céspedes convocó a las fuerzas independentistas el 9 de octubre en su propiedad La Demajagua y adelantó la fecha de la insurrección.
El 10 de octubre de 1868, en La Demajagua, Carlos Manuel de Céspedes lanzó el Grito de Yara y entonó un “¡Viva Cuba Libre!”. Proclamó la independencia de Cuba y decretó la insurrección a la cabeza de 150 revolucionarios. En el Manifiesto, explicó las razones de la rebelión: “Al levantarnos armados contra la opresión del tiránico Gobierno español, siguiendo la costumbre establecida en todos los países civilizados, manifestamos al mundo las causas que nos han obligado a dar este paso… España nos impone en nuestro territorio una fuerza armada que no lleva otro objeto que hacernos doblar el cuello al yugo férreo que nos degrada”.
Céspedes ordenó al mismo tiempo la liberación de todos los esclavos y empezó con los suyos. Hizo así de la emancipación de todos los habitantes de la isla el primer acto político de la nación cubana. Invitó a los nuevos hombres libres a que se unieran a las filas de la insurrección:
“Nosotros creemos que todos los hombres son iguales […], admiramos el sufragio universal que asegura la soberanía del pueblo; deseamos la emancipación gradual y bajo indemnización, de la esclavitud; […] demandamos la religiosa observancia de los derechos imprescriptibles del hombre, constituyéndonos en nación independiente, porque así cumple a la grandeza de nuestros futuros destinos, y porque estamos seguro que bajo el cetro de España nunca gozaremos del franco ejercicio de nuestros derechos”.
El 11 de octubre de 1868 Céspedes libró su primer combate en el pueblo de Yara a la cabeza del joven Ejército Libertador. Los revolucionarios decidieron ir a federar a los habitantes al proyecto emancipador y en el camino fueron sorprendidos por una columna militar española que los recibió con una lluvia de balas. Obligados a replegarse, los patriotas sufrieron su primera derrota. La tropa se redujo a doce insurrectos. Ángel Mestre, futuro General de Brigada del Ejército Libertador, relató la situación: “Con Céspedes permanecieron en el lugar doce hombres, y la bandera en mi poder: más parece que alguno exclamó: “¡Todo se ha perdido!” y Céspedes contestó en el acto: “Aún quedamos doce hombres, bastan para hacer la independencia de Cuba”.
Han transcurrido muchos años de esta historia, de la muerte de Céspedes y Agramonte, pero en este bendito día de la patria, vaya a ellos y a todas las generaciones revolucionarias que le sucedieron, nuestro agradecimiento eterno. En esta fecha sagrada, tomando el pensamiento del Apóstol cubano y recordando al propio Martí, a Céspedes y Agramonte, tenemos la dicha infinita de proclamar, se puede vivir en nuestra tierra porque viven en nuestra historia hombres tales.
Tal vez el mejor homenaje a los hombres que hicieron posible el 10 de octubre, sería el olvidar un poco las polémicas y rencillas de unos cubanos con otros, y dedicarnos con todo cuanto tengamos a la tarea superior de luchar por la libertad de Cuba hasta que Cuba se vea libre de la tiranía y de los traidores a Cuba que le sirven.
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