El músico Benny Moré sigue siendo un ídolo para muchos cubanos y aficionados a la música, que mantienen intacta su admiración por el legendario “Bárbaro del ritmo”.
Por Raquel Martori
Homenajes en su tumba, actos en su honor y conciertos con las canciones que inmortalizó el cantante y compositor pululan en múltiples espacios culturales de Cuba, mientras multiplican los reportajes y las alabanzas los medios de comunicación de la isla. Bartolomé Maximiliano Moré Gutiérrez, conocido como “El Benny”, nació el 24 de agosto de 1919 en el pueblo de Santa Isabel de las Lajas, en el centro de la isla, y murió a los 43 años en La Habana, el 19 de febrero de 1963.
Su localidad natal fue el centro de las celebraciones y el día del 90 aniversario familiares, amigos y centenares de admiradores desfilaron desde la calle principal hasta el cementerio para rendirle honores ante su tumba, declarada monumento nacional en 2007, y en el trayecto la banda municipal interpretó algunas de sus canciones.
Según publicaciones de hace medio siglo, cuando lo llevaron a enterrar a Santa Isabel, la gente salía al camino y se sumaba al cortejo fúnebre, que terminó con un solemne funeral ‘mayombero’ (de la santería cubana), con banderas para abrir los caminos y espantar los malos espíritus.
Cada año, en su “rincón querido”, como dice una melodía suya, varias orquestas animarán bailes y conciertos, y se interpreta el “toque de la makuta” en el Casino de los Congos, el lugar donde aprendió en la infancia a palmear el bongó, instrumento de percusión de origen africano con fuerte presencia en la música de la isla.
Tanto el público cubano como los especialistas coinciden en calificarlo como un “auténtico mito” cuando analizan su peculiar estilo, y no vacilan en reconocerlo como el más grande intérprete de todos los tiempos del son cubano, el principal género de música tradicional de la isla.
MÚSICO NATO
Todos coinciden en que el autodidacta Moré -nunca pudo estudiar música- fue un tenor de amplio registro, un cantante que demostró cualidades de excepción, un compositor irrepetible y un director de orquesta de poderosa intuición.
Muchas de sus interpretaciones son consideradas todavía inigualables y pocos se atreven hoy a cantar algunas melodías de las que hizo una interpretación muy particular, como “Alma mía”, “Dolor y perdón”, “Hoy como ayer” o “Te quedarás”.
Contaba su madre que con solo seis años ya buscaba una tabla y un carrete de hilo y simulaba que arrancaba las primeras notas a una guitarra. También que más de una vez lo encontró “en medio de un grupo de hombres mayores que lo aplaudían mientras él cantaba y bailaba trepado sobre una mesa”.
Alternaba desde pequeño las labores del campo con la escuela, que abandonó al terminar la primaria, por razones económicas. Su primera canción, “Desdichado Corazón”, la compuso a los 14 años, y a los 16 ya integraba un grupo musical. Pero el entorno de Santa Isabel de las Lajas se le hizo pequeño y decidió probar suerte en La Habana en 1940, acompañado de un primo.
CARRERA PROFESIONAL
Deambuló por calles y avenidas de la capital ofreciéndose para cantar en bares, fiestas, cantinas o parques, y dando serenatas en las noches habaneras. Aprendió de soneros de la época como Abelardo Barroso y Miguelito Cuní, y en un concurso radial obtuvo el primer premio, que le valió para empezar en el Cuarteto Cordero su trayectoria profesional.
Entrar al conjunto Matamoros le permitió grabar el primer disco de su carrera y viajar a México para estrenarse internacionalmente en 1945. Matamoros le aconsejó adoptar el nombre artístico de “Benny”.
Tres años después alcanza el éxito con su incorporación a la orquesta de Dámaso Pérez Prado, creador del famoso mambo, con quien actuó en cabarés, teatros y 15 películas, hasta que decidió volver a Cuba en 1953.
De regreso, se integró en la orquesta de Bebo Valdés, pero poco tiempo después fundó su Banda Gigante, especie de “jazz-band” con sonoridad cubana, con la que llegó a la cumbre de su carrera, recorrió el mundo y grabó más de 40 discos.
Para entonces, ya era muy conocido y había adoptado su original estilo, que incluía una voz privilegiada, su concepción particular del ritmo, el sombrero de ala ancha, trajes superentallados, zapatos de dos tonos y su inseparable bastón.
Aunque no podía leer partituras, desde muy joven dominaba los tambores, la guitarra y el tres, y él mismo compuso la mayoría de sus éxitos, como “Bonito y sabroso” y “Qué bueno baila usted”. Hacia 1962, en la cúspide de su carrera, su salud se resintió y tuvo que cancelar una gira por Europa. Sus abusos con la bebida y sus desordenados hábitos alimentarios le causaron una cirrosis hepática que lo mata a los 43 años, tres días después de su última actuación.
El cantante Willy Chirino, exiliado en Estados Unidos, ha recordado su encuentro con Moré cuando tenía siete años: “Yo vivía en Consolación del Sur, provincia de Pinar Del Río, y se celebraba el 2 de febrero la fiesta de la Virgen de la Candelaria. Benny Moré era el artista estrella de la noche que, como siempre, llegó tardísimo”.
“Era tal el enfado en el ambiente -prosigue Chirino- que los guajiros del pueblo lo querían matar cuando llegó alrededor de la una de la madrugada. Se hizo el silencio cuando este hombre altísimo me pasó por el costado, caminó al escenario y dando los primeros tonos, comenzó su show. A los dos minutos, el pueblo entero se había olvidado de la demora porque era tal el carisma que desprendía este hombre que se armó la fiesta sin más”.
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