La reeducación está de vuelta en medio mundo y la guerra en Ucrania ha incrementado un proceso puesto en marcha hace años. A su manera los gobernantes cubanos, quienes nunca se han desmontado de ese tren practican desde el monólogo de sus tribunas esa patética práctica mientras la sociedad en la isla se deshace más y más, casi hora a hora.
Hacer referencia a toda reeducación política en un país remite a los peores momentos que en el siglo pasado protagonizaron el estalinismo y el maoísmo, y los corolarios horrendos que les fueron consustanciales, las prisiones y el terror. Si bien las circunstancias son diferentes los dirigentes contemporáneos de Rusia y de China comunista están enfrascados en un combate que esencialmente es idéntico al de quienes le precedieron. Para los primeros hacer la guerra en Ucrania sería desnazificar al vecino del sur, mientras que los segundos describen su intransigencia en cuanto a Taiwán y a sus minorías religiosas domésticas como sinónimos de «sinologizar»(sic) territorios que reivindican como inalienables y ocupados por los antichinos. En ambos casos el indiscutible imperialismo que quieren ejercer los dos gigantescos países tiene como denominador común acusar al adversario que disiente de pro-occidentalismo, estigmatizando de esa forma a quienes, en Kiev, en Formosa y en el Xinjiang desean vivir según sus intereses y convicciones.
Los autócratas rusos y chinos sostienen que la reeducación de las masas es positiva e indispensable. Es por eso que utilizando los cuantiosos recursos de que disponen han puesto en marcha una colosal operación psicopolítica que tiene como objetivo la manipulación de los espíritus con vista, una vez más, a la formación de un hombre nuevo, que les sea incondicional. Y lo anterior a pesar de que se ha visto en el pasado a que conducen esas pretenciones siempre desmentidas a la postre por resultados adversos para quienes las propugnan. El mejor ejemplo es Cuba donde la isla se vacía inexorablemente de su población activa que huye hacia el exterior empleando todos los medios a su alcance, a riesgo de perder la vida en el empeño. Llevan más de medio siglo construyendo el hombre nuevo y al final el engendro ha resultado ser no ya nuevo sino cualitativamente peor a lo viejo.
La maquinaria putiniana está orientada actualmente a convertir en un buen ruso a cada ucraniano habitante de las regiones que han ocupado desde 2008 y actualmente, de manera paralela, los chinos pretenden que los uigures renieguen su religión y costumbres para someterse a la dominante heredada de la dinastía Han. Inútil mencionar a los taiwaneses fervientemente adheridos a su ejemplar democracia representativa. Los dirigentes rusos comenzaron por decir en febrero último cuando desencadenaron la agresión invadiendo Ucrania, que esa subregión convertida desde los albores de la revolución bolchevique por decisión de Lenin en independiente estaba siendo apartada ladinamente de su alma rusa, imperdonable ingratitud que autorizaba el uso de la fuerza. Motivo por el cual era indispensable emprender al mismo tiempo que operaciones militares una acción colectiva de reeducación. De ahí la imposición del idioma ruso, el rublo como moneda y una palabra de orden «somos un solo pueblo» doquiera que han ido implantando su diktat militar.
A corto plazo los vasallos de Putín se proponen sustituir todos los libros de texto que utilizan los escolares, comenzando como es natural por los de Historia. Se trata de destruir sistemática y rápidamente la identidad ucraniana. No es la primera vez que en la Rusia post-comunista hacen algo así porque el procedimiento fue puesto en práctica antes en Chechenia sin que Occidente alzara la voz para denunciarlo. Sistemáticamente se han venido produciendo translados de poblaciones, en particular de niños y de adolescentes, hacia regiones que están en lo más recóndito de la Rusia profunda. Interrogada al respecto recientemente una titulada «comisaria para con los derechos de la infancia en Rusia» explicó que los desplazados estaban «en vía de ser reeducados». Para los adultos era cosa de proporcionales una «formación profesional» que garantizaría su futuro laboral.
En lo que respecta a China Comunista el país esta continuando una manera de hacer que fue impuesta allí por los Guardias Rojos entre 1966 y 1971 durante la sangrienta Revolución cultural. En uno de sus más lúcidos ensayos Simon Leys describió aquella política inhumana y genocidiaria cual «la resurgencia evidente de una mentalidad heredada de Confucio para que impregnara profundamente toda la estructura social». En el caso de los que poseen un desviacionismo religioso debieron obtener un «nuevo camino personal adecuado», léase un sometimiento sin condiciones al poder omnímodo del Partido, gracias a la educación prodigada y determinada por la dirigencia comunista.
En Moscú como en Pekín los dirigentes, tan ilegítimos y antidemocráticos como lo son los que ejercen en Cuba, estiman ser los únicos habilitados para establecer cual es la identidad intrínseca a cultivar y a desarrollar para labrar futuro que unilateralmente describen como luminoso. Putin y Xijinping afirman que el destino de los respectivos países que dirigen conjuntamente con las esferas de influencia que les son dependientes tienen que desarrollarse bajo el signo de la sumisión. Para los ciudadanos que han sido «contaminados» por sus propias convicciones o por la penetración enemiga, necesariamente occidental, un solo camino posible que es el de la reeducación. A tal tarea se consagran esos grandes enterradores de la democracia, vale decir enemigos encarnizados de sus propios pueblos.
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