No conocíamos lo que era el “odio”, ni la existencia de la “envidia”, ni del “racismo”, y nos decían que delatar a alguien no era correcto.
Amigos eran todos y cada uno de los que estaban en nuestro entorno y hasta alguien que acabábamos de conocer inmediatamente pasaba a ser considerado un nuevo amigo.
A todos los muchachos nos exigían ser respetuosos con las personas mayores, con las damas, con los maestros, con todos.
Nos inculcaban a ser nobles, no darnos lija, no creernos “la última Coca Cola en el desierto”, y a todos nos explicaban que: “Tú no eres superior ni inferior a nadie”…
Si olvidábamos dar “las gracias”, los padres nos regañaban: “¿Qué se dice?” Y nos obligaban a agradecer hasta el más mínimo favor.
Obligatoriamente teníamos que dar constantemente: “Los buenos días, buenas tardes, buenas noches” y tratar de “usted” a maestros y personas mayores.
No se debía hablar con una dama, ni sentarse en una mesa a comer, con una gorra puesta.
Nos enseñaron a levantarnos de nuestros asientos para estrechar la mano de una persona.
Evitábamos completamente las malas palabras, las groserías. Y las buenas costumbres nos llevaban a cederles el puesto en una guagua -y dondequiera- a una dama.
Clases en las escuelas de “Moral y Cívica”, mientras en todas las iglesia de todas las denominaciones predicaban a “Amar al prójimo” y “No hacerle a nadie lo que no te guste que te hagan a ti”…
Blanquitos, negritos, mulaticos, todos jugando juntos y revueltos.
Agradecidos a Dios, a nuestros padres por todos los sacrificios que hacían, a los vecinos, a los maestros y condiscípulos, a la tierra que nos vio nacer.
Y de pronto, de sopetón, un energúmeno llegó y le exigió a los niños cubanos seguir el ejemplo de un argentino asesino.
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