APRENDAMOS A TRATAR A LOS ‘INTRATABLES’

Written by Libre Online

17 de diciembre de 2024

Por GUSTAVO TORROELLA (1954)

La capacidad de tratar a los “intratables” es la prueba final de la madurez de su personalidad.

Generalmente consideramos que la persona adulta y madura es aquella capaz de comprenderse realista y objetivamente a sí misma y a los demás, que posee buen control de sus impulsos emocionales, trata de resolver sus problemas con inteligencia, y tiene además capacidad de amar y cooperar con sus semejantes. Pero quizás la prueba definitiva, de la madurez de la personalidad consiste en la aptitud para tratar a las personas desajustadas e irritables. 

La verdadera madurez se adquiere, no cuando uno es capaz de resolver sus problemas inteligentemente, sino cuando es apto para convivir con las personas que no han resuelto los suyos. Por otra parte, una de las dificultades diarias que confrontamos es tratar a los que no han solucionado sus cuestiones y que por lo mismo se convierten en sujetos “intratables”. 

Usted puede haberse esforzado en desarrollar su personalidad, en mejorar su salud mental, en trabajar por su madurez, pero quizás sucede que tiene que convivir con compañeros de trabajos, familiares o amistades que considera como insoportables, irritables, de trato difícil. El encuentro y relaciones con estas personas inmaduras o desajustadas, que se pueden haber atravesado en su destino, constituye un desafío, y una prueba a su verdadera madurez. Hasta que no haya resuelto usted el problema de aprender a tratar acertadamente al prójimo intratable, no habrá alcanzado realmente su personalidad adulta. 

Hay probablemente en su vida personas que aparentemente no se pueden influir o cambiar y que no queda más remedio que soportarlas, para lo cual se necesita un acopio de fortaleza y resistencia interior. Sin embargo, usted puede llegar a comprender inteligentemente a estas personas problemáticas e influir en su vida de modo que resulte beneficioso para las dos partes. 

Quizás usted sufra con el carácter de personas muy allegadas. Es necesario que trate de conocerlas y de comprender sus dificultades, para que pueda tratarlas y sobrellevarlas. A lo mejor —a lo peor––tiene que vérselas con su hijo desobediente y rebelde, o tiene que convivir con una esposa irritable o trabajar con un jefe de mal carácter o relacionarse con un vecino insoportable o un pariente neurótico.

Cuando usted comprenda más profundamente las razones que determinan estas conductas desagradables, estará en mejores condiciones para manejar a esos sujetos problemáticos. 

Empiece por conocer la vida y el carácter de los “intratables” 

Lo primero que hay que hacer es conocer los rasgos predominantes de su carácter y descubrir cuáles son los problemas, los conflictos personales que le han hecho adoptar a estos “intratables” esas formas indeseables de comportamiento. En la vida mental rige el determinismo, en el sentido de que toda característica o conducta que exhibe un sujeto tiene sus razones determinantes. Nada ocurre por casualidad o por el mero azar. Hay que descubrir los motivos que han producido esos síntomas, esos rasgos molestos o detestables. Para esto hay que conocer cuáles fueron las influencias y condiciones que rodearon a la persona en su infancia; cuáles han sido sus deseos y móviles; cuáles sus fracasos y frustraciones, cómo ve ella sus problemas y qué forma de conducta ha escogido para adaptarse o resolver sus problemas. 

Un modo de comprender a un sujeto es empezar por sus problemas. Quizás él no ha sabido resolverlos; probablemente trata sus problemas de un modo inadecuado, y ha escogido una forma de conducta inapropiada para alcanzar sus objetivos. Muchas veces las personas apuntan mal a sus objetos y cuando “disparan” su acción, el “tiro” les sale naturalmente errado. Lo peor es que adquieren a menudo el “hábito” de seguir actuando erróneamente, o séase, de persistir en sus rasgos indeseables, aunque en esta forma no logren resolver efectivamente sus dificultades. 

Cómo comprender al sujeto intratable 

Hay varios modos que nos ayudan a comprender cuáles son los problemas que han producido esa conducta molesta, irritante que hace sufrir a los demás. Un modo es procurar simpatizar, compenetrarnos, y ganar la confianza del sujeto para que nos hable de sus penas y dificultades. Otro modo es tratar de conocer las condiciones de su infancia: cómo fue tratado por sus padres, familiares y compañeros, cómo era la atmósfera emocional que le rodeaba, y cuáles fueron las experiencias más impresionantes que recuerde de sus primeros años. También hay que averiguar cuáles han sido, o son los propósitos u objetivos que persigue en su vida, y por qué los ha elegido. En qué medida ha realizado sus fines y qué fracasos o frustraciones ha experimentado. Y finalmente cómo ha reaccionado a sus problemas y frustraciones o fracasos. 

Recordemos que solo conociendo profundamente a la persona y a sus problemas seremos capaces de tratarla con acierto y convivir adecuadamente con ella. Y bien vale la pena de emprender esta averiguación cuando se trata de alguien con quien tenemos que mantener estrechas relaciones por motivos sociales, familiares o profesionales.

Algunos casos de sujetos problemáticos o Intratables 

Por ejemplo, si nos encontramos con un adulto que carece de confianza en sí mismo, que tiene dificultades en sus relaciones sociales y le cuesta trabajo empezar o terminar una frase en una reunión social, debemos preguntarnos si esa inseguridad personal tuvo sus raíces en alguna situación de inferioridad o inseguridad emocional de su infancia ¿Cómo lo trataron sus padres?, ¿Cómo se llevaban sus padres entre sí? ¿Estuvo su infancia amargada por la amenaza de divorcio o por el desajuste entre sus padres? ¿sufrió por falta de medios económicos? ¿Le faltó el cariño de sus padres o la seguridad del hogar? A veces los padres exigen demasiado de tos hijos; piden excesivamente de sus capacidades, y les critican y reprenden por no realizar los ideales que quieren imponerles. En represalia, los hijos suelen repudiar o desviarse del ideal que sus padres pretendían obligarles.

Así, por ejemplo, el niño criado con sumo rigor y severa disciplina es fácil que acumule resentimiento y rechace a sus padres. Este encono y rebeldía se pueden manifestar en forma de intereses e ideas diferentes u opuestos a sus padres. El hijo del comerciante prominente se hace artista, el del hombre de letras se hace negociante y el del financiero se hace comunista. 

Veamos otros casos. Es conocida la tendencia de ciertos hombres físicamente inferiores a compensar su corta estatura con apariencias y maneras ostentosas y jactanciosas. El esposo que es dominado por su mujer en la casa se compensa tratando de avasallar sus subordinados en la oficina. El sujeto que experimenta sentimientos de inferioridad y desajustes sociales manifiesta a veces, para encubrirlo, actitudes de engreimiento y altanería con los otros. 

El que ha carecido de afectos en su vida, el que no ha recibido el suficiente calor emocional en su hogar, suele ser resentido y agresivo en su edad adulta. El que ha sido muy humillado o reprendido en su infancia a menudo se convierte en un sujeto con sentimientos de inseguridad e inferioridad. 

La persona terca y obstinada que “no quiere dar su brazo a torcer” y que no acepta nunca sus errores, así como la negativista que es incapaz de cooperar porque se abstiene o hace lo contrario de lo que espera, son personas que generalmente estuvieron sometidas en su infancia a la presión predominante de algún familiar. Este seguramente las obligó, las forzó a hacer cosas contra sus deseos. 

Ahora, cuando la persona testaruda o negativista quiere imponer siempre su voluntad o rechazar la ajena, en el fondo está tratando, inconscientemente, de vengarse del dominio de que fue objeto, y defender su absoluta independencia frente a cualquier indicio o sospecha de injerencia. En otras palabras, usa la terquedad y la obstinación como defensa contra la agresión, como reacción frente a cualquier amenaza, real o imaginada, de predominio sobre ella. No importa que en la actualidad nadie quiera dominarla o nadie ejerza poder sobre ella. 

El hábito de defenderse del predominio y la agresión recibidas en la infancia, es decir, el hábito de la terquedad y la obstinación persisten en la adultez, creándose así un rasgo molesto para la buena convivencia social. 

Hemos expuesto algunos casos de personas problemáticas, de carácter irritable, insoportables o difíciles de tratar. Hemos visto también cómo han surgido esos problemas, cuáles son las razones por las cuales manifiestan esos rasgos indeseables y molestos. Probablemente usted ha visto en esos ejemplos el retrato de alguna persona allegada o conocida con quien le resulta difícil el trato. Veamos ahora algunas normas y sugerencias para aprender a 

tratarlas. 

1) Cómo tratar a los “Intratables” 

Recuerde que la conducta irritante de los sujetos intratables es después de todo, lógica y natural en el caso de ellos. Tienen que actuar en esa forma como consecuencia de las condiciones en que han vivido. Tienen, que comportarse del modo en que lo hacen, de la misma manera que los planetas recorren sus órbitas o las plantas crecen, por las leyes naturales que los rigen. 

Hemos visto en los casos presentados cómo las características desagradables de estas personas son debidas a hechos que han sucedido en su vida. Es perfectamente explicable que se comporten de ese modo, como también lo es el movimiento de la lava de los volcanes o de los vientos de las tempestades. Las personas que tienen rasgos molestos no los exhiben para molestarlo a usted, sino lo hacen como una reacción a sus problemas, como el que tiene fiebre cuando está enfermo. 

El rayo no cae para asustarlo a usted, ni los ciclones se producen para perjudicarle. Son fenómenos de la naturaleza que se cumplen por causas ajenas a nosotros. La actitud sensata del hombre frente a las fuerzas y fenómenos de la naturaleza no es repudiarlas o maldecirlas— esa sería la actitud del primitivo— sino más bien tratar de conocerlas para controlarlas en su beneficio. 

Cuando usted alcanza este punto de vista objetivo y realista de la conducta de las personas observará cómo le es posible soportar o aceptar más fácilmente el comportamiento molesto o indeseable de las mismas. Se dará cuenta de que estos sujetos “intratables” hacen sufrir a los demás porque ellos sufren primero y necesitan descargarse de esa tensión interior. 

Si usted convive con una persona que constantemente le encuentra faltas y le critica o le hace pagar las culpas de ella, o que actúa en forma vanidosa y altaneramente, o se da mucha importancia, seguramente que podrá soportar mejor esos rasgos si usted se da cuenta que esas formas de conducta son lo que los psicólogos llaman “mecanismos de defensa”, es decir, modos de defenderse de los sentimientos de inferioridad e inseguridad que experimentan esos pobres diablos. 

Una vez que conozca que esa conducta molesta es un modo inadecuado, erróneo, que la persona ha escogido para luchar contra sus problemas, quizás le tenga más piedad e inclusive permita entonces que lo cojan como “Víctima propiciatoria” o “cabeza de turco”. A veces es necesario darle la oportunidad a estas personas para que se desahoguen, para que “drenen” sus presiones emocionales. Cuando usted ha comprendido objetivamente la causa y significado de esas actitudes queda “inmunizado” contra sus efectos. 

Entonces, aunque el sujeto descargue las “flechas” de su irritabilidad contra su persona, usted puede mantenerse, sin embargo, ecuánime y sereno, si lo contempla objetivamente, igual que percibe al trueno y a la tempestad. 

Estos son fenómenos de la naturaleza que asustaban y preocupaban al primitivo que creía que eran castigos de los dioses. De modo semejante a veces nos enojamos o molestamos indebidamente por la conducta irritante de nuestros prójimos. Pero si la consideramos como una consecuencia natural y lógica, como un efecto de causas anteriores, seremos capaces de mantenernos calmosos e inclusive de perdonar, en medio de las tempestades emocionales que azoten a nuestros semejantes. Sabemos que es difícil, muy difícil de llegar a ese estado, pero es posible si realmente nos proponemos. 

2) Evitemos mostrarnos superiores ante las personas “intratables”

Una razón por la cual las personas suelen molestarnos es porque, sin darnos cuenta, asumimos ante ellas actitudes de superioridad que naturalmente provocan su enojo e irritabilidad. Otras veces esa misma actitud nuestra de superioridad nos hace intolerantes e intransigentes frente a las acciones de los otros por considerarlas, en nuestro orgullo, como faltas de aprecio o respeto a nuestras personas.

Entonces resulta que el prójimo “molesta” no porque en efecto lo haga, sino porque nuestra susceptibilidad o amor propio es tal, que cualquier insignificancia nos molesta. Sería injusto en este caso decir que tratamos con personas “intratables”, mejor sería comprender que nosotros somos realmente los insoportables y que lo que sucede es que proyectamos esa condición nuestra en el prójimo. 

Cuidémonos de no caer en esta ilusión de estimar que el vecino es fastidioso, cuando simplemente nosotros somos los intolerables, intransigentes y nos enfada cualquier nimiedad. Como regla podemos aceptar que mientras mayor sea su sentimiento de superioridad, más probable es que le molesten las cosas. Si se justipreciara mejor a sí mismo, sería en consecuencia más justo con los demás. Aprendamos a considerar que nuestro punto de vista no es el único bueno, ni el mejor. Respetemos y estimemos las opiniones, acciones y peculiaridades de los demás. 

Cuando dejemos de ser narcisistas y apreciemos entonces el punto de vista y la conducta ajena, dejaremos también de sentirnos “molestos” o irritados por las personas supuestas “intratables”. En este caso no hay tales personas intratables, somos nosotros, es nuestro egocentrismo que nos ciega y nos cierra a la comprensión y aprecio de lo ajeno, lo que no nos permite tratar adecuadamente a las demás personas. Entonces decimos injustamente que son “intratables”.

Realmente, los intratables somos nosotros mismos, en tal caso. 

3) Aprendamos a creer y a tener fe en el prójimo 

Debemos tener fe y confianza en el prójimo, aunque al principio él no parezca tenerla en nosotros. Puede que trate de defenderse. Hagámosle ver que no hay razón para defenderse, que no se le ataca, que estamos de su parte y creemos en él. 

A veces las personas “intratables” lo son porque no han encontrado en su vida amor, comprensión, simpatía, personas en quienes creer y tener fe. 

Demos el primer paso, extendámosles la mano, hagámosles sentir amor sincero y probablemente cambien su actitud y sean más tratables. 

4) Tratemos de captar los sentimientos, ideas y deseos del prójimo 

Tratemos de ser como antenas sensibles que recogen los estados mentales y emocionales de nuestros semejantes. Tratemos de comprender por los signos exteriores, por los gestos, las emociones, las tendencias, móviles y estados interiores de los demás. Esto es muy importante en la convivencia porque facilita la compenetración con el prójimo y le ayuda a expresar y satisfacer estos estados interiores. No esperemos a que el prójimo declare sus emociones o ideas. Adelantémonos interpretando sus estados de ánimo y tratemos de ayudarle a expresarlos y cumplirlos. 

Es muy conveniente para ganarnos la simpatía y la voluntad de un sujeto que usted sea capaz de interpretar sus sentimientos e ideas y se anticipe a participar y compartir esos estados psicológicos. Así el prójimo se siente realmente acompañado. Eso es lo que realmente une a las personas: la capacidad de pensar, sentir, reír y llorar conjuntamente Eso es la simpatía y la compasión. 

5) Esté presto a admitir sus deficiencias y errores y acéptelos sinceramente

La persona normal y bien ajustada puede hacerlo. No lo hace el sujeto desajustado y con el hábito de “defenderse” de sus deficiencias. Quizás este individuo declare a veces sus defectos y errores, pero en un modo defensivo, justificándose o echándole la culpa a otro. “Fracasé en ese trabajo” —nos argüirá— “porque el jefe me obstaculizó mucho”. “No pude aprobar la asignatura —dirá otro— porque el profesor “apretó demasiado”. 

La persona sana mentalmente, ajustada normalmente, puede decir las mismas cosas, pero las interpretará de modo diferente, sin tratar de disculparse, justificarse, o defenderse, sino simplemente tratando de comprender las causas verdaderas de sus deficiencias y los motivos de sus errores. Lo que le interesa es aprender a hacer mejor las cosas y no tratar de aparentar que tiene la razón. 

Ahora bien, esta actitud sana y justa de aceptar y admitir los propios errores es muy favorable para el trato con los sujetos problemáticos o “intratables” porque amado ven que nosotros “bajamos” nuestra defensa y reducimos nuestro sentimiento de superioridad, automáticamente, ellos también tienden a disminuir sus defensas personales y a volverse más accesibles y tratables.

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