El mismo día (12 de abril) en que mi hija Ana Julia estaba naciendo en el Hospital de Los Ángeles, un niñito llamado Andresito apagaba 10 velitas celebrando su cumpleaños en un bello pueblo cubano llamado Bejucal.

La niña se convirtió en mi adorada primogénita, el muchachito en un gran actor…

He visto todas sus películas, todas me han encantado, sus actuaciones geniales y me hizo llorar en “The Lost City” en la escena donde se despedía de su padre en Cuba, recordándome la mía.

Pero, recuerden que les dije que “el talento tiene que ser acompañado por la actuación correcta en la vida y ahí Andy García jamás y nunca me ha decepcionado”.

Tremendo cubano, anticastrista hasta la médula, buen esposo, buen padre y habla, defiende y añora a su querido Bejucal como yo a Güines.

Me encontré con él cuando daba un multitudinario acto en Los Ángeles a favor de las “Damas de Blanco”…

Chévere, simpático, sin darse lija, a los 10 minutos de conversación me hizo sentir como si fuéramos viejos amigos.

Es de esos cubanos que no se destiñen a pesar de convivir en un medio farandulero hostil a la causa nuestra, es de esos seres humanos que pueden caminar por un pantano sin ensuciarse las polainas…

Sigue bailando rumba, sigue tocando la tumbadora y el bongo, sigue siendo cubano de pura cepa, y eso para mí es superior a ganar mil “Oscars” de la Academia.

Pero, como si todo lo antes dicho fuera poco, aunque no lo hubiera conocido -aunque se hubiera quedado pintando casas como inicialmente hizo- para convertirse en un hermano de lucha mío solo hubiera bastado con estas palabras a la muerte del tirano afirmando:

“Para comprender la alegría del exilio es necesario que exprese el profundo dolor que siento por todo el pueblo cubano… que ha sufrido las atrocidades y represión provocadas por Fidel Castro y su régimen totalitario”.