En el presente lustro, que comienza en enero del 2020 y termina hoy, al final de este diciembre, se ha producido un sorprendente giro en el contexto político regional que presagia un importante cambio en la geopolítica de Latinoamérica. Ocho países, en el espacio de los últimos cinco años, en elecciones generales, han votado contra el oficialismo izquierdista prevaleciente, y elegido a candidatos presidenciales de centro derecha y de pleno corte conservador. El péndulo político comenzó su marcha hacia la derecha. América Latina en una notoria rectificación, comenzó a establecer distancia contra la izquierda, y Venezuela es una de las influencias que pesan en la ecuación. Así funciona la democracia. Los pueblos se equivocan parte del tiempo, pero no todo el tiempo.
Entonces, ¿qué ha pasado? Simplemente que la estridencia revolucionaria procubana que reclamaba fidelidad ha desaparecido. El izquierdismo ha perdido vapor. Está vacío. No tiene el mensaje que una vez mantuvo. Cuba, fuente de inspiración pasada, es absoluta y totalmente irrelevante como producto de sus fracasos socio-político-económicos. El mito de la revolución pasó. Venezuela ha sido un desastroso ejemplo de desencanto para la izquierda. Ninguna nación de América Latina hoy pretende hacer la revolución. Por todo propósito práctico la era de la revolución en la América Hispana ha concluido, con un resultado mixto, aunque más bien ampliamente negativo, que no deja de suscitar preguntas y debates que la historia los irá resolviendo en su debido momento.
En más de una forma la América Latina ha sufrido cambios profundos, algunos de ellos imprevisibles, en las dos últimas décadas. En la infancia del siglo XXI se acentúa el surgimiento de gobiernos de izquierda iniciado en los noventa que obliga a los sectores políticos de centro-derecha de la región a revisar el análisis proyectado para la izquierda latinoamericana para los años por venir. El resultado de esas revisiones, con sus necesarios ajustes, trae como consecuencia, nada sorprendente, el nuevo viraje de América Latina hacia la derecha observado desde mediados del presente decenio.
Hay que tener presente que la composición social de Latinoamérica dista mucho de ser homogénea. Es, digamos, una amalgama de sociedades profundamente desiguales. Y esta realidad es uno de los factores que limitó el empeño de la izquierda de transformar esas sociedades en cuestión de su economía y de su relación con el mundo en décadas pasadas, basado, esencialmente, en una retórica evocatoria del antiimperialismo, ignorando las características individuales de cada país. Una talla no les ajusta a todos por igual. Esperamos que los promotores de la nueva vuelta a la derecha que se viene experimentando a prisa, y sin descanso, entiendan esta diversidad de necesidades, aspiraciones, costumbres y sensibilidades, pertinentes a cada una de estas naciones. No se pueden medir con el mismo rasero a Brasil y a Honduras. Ni a Guatemala y Chile. Son diferentes, como lo es el resto del vecindario.
Los cambios electorales que se han producido en la brevedad de estos últimos años, corroboran la premisa de que la América Latina de nuestros días tiene muy poco que ver con la convulsionaria época, no lejana, de la fogosidad revolucionaria, y mucho más que ver con las sociedades de clase media de la mitad del pasado siglo.
El evidente retorno de América Latina al conservadurismo que promete expandirse, tal vez tenga que ver con una melancólica nostalgia hacia la relativa tranquilidad de los años cincuenta, o sesenta, más otros factores imperantes hoy en la región, colmada de rampante crimen, unas economías débiles y un deprimente caos migratorio. Todo parece indicar que los pueblos americanos de habla hispana sienten una regresión, una escisión creciente, comparada a sus vidas de mediados del pasado siglo. Es posible que estemos escuchando el eco de Jorge Manrique de que “cualquier tiempo pasado fue mejor” en la idealización nostálgica de los días de ayer.
El movimiento hacia gobiernos conservadores se reafirma con la elección de José Antonio Kast como presidente de Chile venciendo al candidato apoyado por el saliente presidente Gabriel Boric, de marcada tendencia socialista.
De igual manera, derrotando a candidatos izquierdistas, fueron electos presidentes de orientación derechista en Paraguay, Ecuador, Argentina, República Dominicana, El Salvador y Honduras, donde al fin fue declarado ganador Nasry Asfura, pero los dos candidatos eran de centro-derecha.
Generalmente los pueblos de nuestra América Hispana, y podríamos agregar que todos los pueblos, llevan al poder a gobiernos a su imagen y semejanza en una dinámica que obedece al movimiento del péndulo. De acuerdo al analista internacional Pablo Lacoste, del Instituto Para Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago, “el bloque conservador del momento en Latinoamérica se impulsa y fortalece en respuesta a profundos déficits fiscales, alta inflación, lenta, o semi paralizada actividad económica, y un generalizado descontento social”.
Son muchos, y de variados matices, los factores que inclinan esta evolución en el espectro político hemisférico.
Pero tenemos que agregar, de manera categórica, que, al margen de todos los factores enumerados, inequívoca, e innegablemente determinantes, el primero y más influyente en la metamorfosis política del momento, es el impacto destructivo que ha tenido el chavismo-madurismo y su nefasto socialismo del siglo XXI.
No cabe duda que la revolución chavista, y su desenlace en el llamado Socialismo del Siglo XXI, incuestionablemente con buenas intenciones iniciales, pero con pésimos resultados, desató en su proceso de crecimiento, un estado represivo, corrupto y violador de todos los derechos inherentes a la persona, enviando al exilio a más de ocho millones de venezolanos, creando la mayor diáspora jamás conocida en esta parte del Hemisferio Occidental.
Este movimiento populista, desordenado y a la deriva, en su desaventurado vaivén, buscando una quimérica transformación social, no ha hecho más que alcanzar un resultado radical que ha traído fatales consecuencias económicas, políticas e internacionales para Venezuela y un elevado grado de penuria para los venezolanos.
Irónica y paradójicamente, abrazándose a la extrema izquierda, el Socialismo del Siglo XXI con sus abusos, políticos y humanos, y sus nexos con el narco-tráfico, ha contribuido a su agotamiento, dando paso, a la vez, a un reordenamiento geopolítico en la región.
La próxima prueba de esta vuelta a la derecha de Latinoamérica vendrá el 31 de mayo en Colombia con las elecciones generales. Media docena de candidatos presidenciales se aprestan a la consulta con la potencial adición de dos o tres más. Los sondeos iniciales del momento, demasiado temprano para ser tomados en cuenta, muestran una minúscula diferencia entre ellos. Colombia es un país de peso regional considerable y el cambio de mando en mayo tendrá notable impacto en la alineación de la composición geopolítica en la comunidad de países hispanoamericanos.
Si la derecha de la región solidifica el estado permanente de las cosas, es decir, el statu quo del momento, y persevera en el camino de la sensatez y la moderación, puede contribuir a un cambio trascendental en el mundo real.
Y habría que dar gracias al radicalismo perverso del Socialismo del Siglo XXI y su pandilla de depravados delincuentes, por estimular, con sus atropellos, la metamorfosis higiénica que ya comenzó en nuestro traspatio.
Sí, es cierto: ¡no hay mal que por bien no venga!






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