Por José “Chamby” Campos
El mes de mayo es dedicado a las madres del mundo, comenzando con la Virgen María, y en su honor va este artículo.
He aquí dos ejemplos de mujeres extraordinarias que en su momento se consolidaron como grandes atletas; alcanzando la gloria al mismo tiempo que jamás abandonaron el rol más importante de sus vidas.
Una de ellas ya fallecida vivió durante los años difíciles de la Segunda Guerra Mundial mientras que la otra fue víctima del comunismo y sufrió lo que puede considerarse sus “mejores años” durante la caída del bloque soviético.
En ambas situaciones sus hazañas fueron logradas en momentos cruciales de sus hijos.
Criticada, pero al final admirada
En 1946 la holandesa Fanny Blanquers-Koen, fallecida en el 2004, dio a luz a su hija Fanneke quien se unió a su hijo de tres años. La joven madre había sido una gran atleta de campo y pista que debido a la catástrofe que el planeta sufría no había podido continuar compitiendo en las olimpiadas, certámenes que en esa época marcaban la grandeza de un atleta.
El conflicto mundial acababa de concluir y el Rey Jorge VI había prometido que Inglaterra por encima de todo sacrificio llevaría a cabo los próximos Juegos Olímpicos de 1948, por lo tanto, la mamá de dos infantes se dio a la tarea de cumplir sus sueños y por los próximos dos años, dos veces a la semana montaba a sus criaturas en una bicicleta y partía a sus prácticas de rigor.
Por la imposibilidad del tiempo y la dificultad de centros de entrenamientos concentró todos sus esfuerzos en los eventos de velocidad y dejó detrás los de campos. Su tenacidad unida al talento deportivo que poseía la llevó a que conquistara cuatro medallas de oro y fuera bautizada “La Ama de Casa Voladora”.
Finalmente, a sus 30 años de edad después de haber sido criticada por egoísmo de seguir compitiendo fue recibida como un héroe en su país.
Su verdadera proeza y motivo de orgullo siempre, fue que obtuvo sus éxitos sin olvidar que la responsabilidad de ser madre está por encima de todo deporte.
La Pequeña Gigante de los “Aros y las Barras Paralelas”
Si existe un caso excepcional de una madre atleta sacrificada es el de Oksana Chusovitina. Esta diminuta gimnasta nativa de Uzbekistan, compitió por primera vez internacionalmente en 1989 representando a la antigua Unión Soviética, de donde su país natal era solo una provincia.
Cuando llegó el momento de las olimpiadas de Barcelona se unió al equipo que llamaron “Unificado” el cual estaba compuesto por 12 de las 15 Repúblicas que se habían separado de la URSS. En esa ocasión ganó la medalla de oro.
Ya desde ese momento empezó a competir como ciudadana uzbeka y continuó cosechando triunfos al mismo tiempo que en 1999 junto a su esposo Bakhodir Kurbanov se convirtieron en padres de un niño. Su responsabilidad aumentó, pero no canceló su actividad deportiva.
Desafortunadamente en el 2003 una desgracia y su amor de madre la llevó a mudarse a Alemania para que su hijo que en ese entonces contaba con tres años pudiera ser tratado de la Leucemia que lo atacó. Gracias a la generosidad de unos atletas alemanes le consiguieron que pudiera competir y de esa manera ella pudiera pagar los tratamientos que eventualmente le salvaran la vida de su primogénito.
En agradecimiento a su nuevo hogar entregó todos sus esfuerzos a la bandera alemana representándola en las olimpiadas de Beijing y ganando una medalla de plata.
Una de las gimnastas más condecoradas en la historia del deporte, de paso hay que señalar que a sus 46 años de edad compitió en Los Juegos Olímpicos de Tokio. Desafortunadamente por causa de una lesión no pudo competir en París, lo que hubiera sido su 9ª olimpiada consecutiva.
En la actualidad continua activa y no descarta calificar para la edición de Los Ángeles en el 2028.
A pesar de todas las medallas y premios, su éxito más importante fue la salvación de su hijo Alisher.
Estas dos heroínas son ejemplos perfectos del esfuerzo y el sacrificio titánico que conlleva ser una madre atleta. Pero en sus casos demostraron que el amor maternal lo conquista todo.
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