En olor de lluvia

Written by José A. Albertini

22 de diciembre de 2025

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Al retirarse, de mala gana, la turba de siglos, jamás saciada de representaciones cruentas, la comitiva, ahita de futuro lúgubre, torció por la calle Unión hasta Buen Viaje. Calle que enfiló recto, rumbo al aserrío cercano al Puente de los Buenos que cruza el río Bélico.

Heraldos de los ajenos adelantaban la marcha y a gritos ordenaban el cierre obligatorio e inmediato de puertas y ventanas: Hasta la salida del sol de mañana prohibido mirar al exterior y salir a la calle, repetían una y otra vez.

En la medida que el cortejo avanzaba la mayoría de los ajenos, escalonadamente, cumpliendo órdenes, recibidas con anticipación, fueron regresando a los cuarteles. De cumplimiento estricto y de forma individual se les alertó sobre la necesidad de guardar silencio absoluto y olvidar la misión en la que acababan de participar.

El resto del trayecto, hasta la charca, especie de tembladera, rodeada de matojos, se completó en la noche. Ejecutores juramentados del acto final fueron el Guía en Jefe, el Doctor asmático y los seis ajenos custodios-torturadores del cura. 

Testigo involuntario del suceso fue el pescador de ranas toros Rene Reynoso, borracho habitual y vecino del barrio Condado, que por motivos de su oficio dormía la mayor parte del día y las noches las dedicaba a capturar a los anfibios de ancas apetecidas. Aquella noche, la de los hechos, que no se supo con exactitud dónde y cómo pasaron, hasta coincidir con la desaparición del porvenir, el pescador aguardaba sentado detrás de unos matojos a que fuese más tarde para encender la lámpara de carburo portátil y comenzar la faena.

Al oscurecer, antes de salir de la casa su mujer, agitada, le comentó sobre la reaparición de Candelario Candela y el asalto a la iglesia de La Divina Pastora. René Reynoso, habituado a la vida silenciosa y nocturna escuchó, hizo una mueca esquiva y partió.

Se había dado el primer buche de ron de la jornada, cuando oyó voces de mando que se acercaban. Precavido, sin noción de lo que sucedía, apagó el cigarrillo y encuclillado se disimuló aún más. El tropel se le venía encima y en un parpadeo supo que aquellos ruidos se asociaban con el cuento de su mujer.

Percibió que la marcha se detenía a escasos metros de su escondite. Con precaución, apartando malezas, asomó los ojos. Algunos portaban linternas y vio, a la luz esquiva de los chorros de luz, que, prácticamente, arrastraban al cura Palomino Palomo con la imagen de La inmaculada Concepción de la Virgen María encima del cuerpo. Por el acento pueblerino y la voz de mando que orientaba, presumió que Candelario Candela dirigía al grupo.

Y René Reynoso tembló al ser testigo de la brusquedad empleada para liberar al cura del peso de la Virgen. Y vio acercar la imagen a la orilla del pantano más grande y profundo; el preferido por él para pescar. Y fue testigo involuntario y temeroso de como los seis ajenos, cumpliendo indicaciones, balancearon la figura de mármol, como saco de papas, para a la cuenta de tres lanzarla al medio de la charca.  Y René Reynoso, por fuerza, tuvo que escuchar el desgarrón de grito y sangre que escupió el sacerdote Palomino Palomo, al contemplar el hundimiento de la Santa imagen en el fango suave y opresivo de la charca.

Temas similares…

Los artistas cubanos en Navidad

Los artistas cubanos en Navidad

Los artistas cubanos también celebraban las Navidades de una época pasada. Para muchos cubanos, las interpretaciones...

Lo esencial de Cepp Selgas

Lo esencial de Cepp Selgas

La retrospectiva de un artista plástico le permite al público evaluar el proceso ascendente del pintor. Si además, la...

0 comentarios

Enviar un comentario