En olor de lluvia

Written by José A. Albertini

16 de diciembre de 2025

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Capítulo IV

Se presentaron a la hora señalada. Cruzaron, con el resto, un saludo reservado y, con asombro silente, se convencieron que la convocatoria algo tendría que ver con Las Flores de Mayo y el día del infausto acontecimiento. Un bedel les hizo pasar a una sala de espera. Transcurridos unos minutos apareció Celedonia Celedón que, fingiendo amabilidad, instruyó.

—Cuando estén en presencia del Guía en Jefe nunca se dirijan a él por su nombre de infancia. Ahora es y será, hasta la consumación del futuro, el Guía en Jefe -recalcó- Mantener la vista baja y no hablar, si él primero no lo solicita de alguien en particular. Las orientaciones que escucharán son de estricto cumplimiento. Por favor síganme.

Dicho esto los condujo al antiguo despacho del depuesto alcalde Cornelio Cornides. Un ajeno guardaba la puerta. A una señal de la mujer el guardia golpeó la madera y pasó al interior. Reapareció, en segundos, y franqueó la entrada.

—Ciudadanos, bienvenidos al Umbral del Futuro -sin ponerse en pie y con voz cálida saludó el Guía en Jefe.

A una indicación de Celedonia, a distancia prudencial, los once convocados se alinearon frente al escritorio. Todos miraban al piso.

—Seré breve. El próximo domingo, según el calendario, hubiese comenzado una jornada más de las abolidas y oscurantistas ceremonias conocidas como Las Flores de Mayo. Ya nunca más volverán. Serían, cuando menos, una distracción inútil en el camino hacia el futuro. Sin embargo, para despejar agravios recientes ustedes concurrirán a la clausurada Iglesia de la Pastora, vestidos de blanco, como comulgantes puros -intencionalmente calló y con la mirada recorrió las cabezas inclinadas- ¿Alguna pregunta…?

El silencio, ateniéndose a las instrucciones recibidas, gravitó.

—Rosalía, tú que siempre has sido curiosa, pregunta lo que quieras…

—¿Pudiera ser más explícito…?

—Dije despejar agravios. ¡Más claro no pude ser! -dijo rotundo.

El silencio adquirió peso. Los once pares de ojos no se despegaban del piso.

Incomodo, el Guía en Jefe colocó los codos sobre el escritorio. Adelantó el rostro y rumiando el resentimiento dijo.

—Despejar el agravio que recibí de manos de la iglesia, para por medio de ustedes, mis compañeros de catecismo y comunión, eximir de culpas a todos los que callaron aquel domingo de mayo y fueron cómplices del repugnante acto de abuso infantil. ¿Queda claro…? ¿Queda claro para ti, Rosalía… y los demás…?

—Sí, Guía en Jefe -con la boca seca y voz ajena respondió la joven.

—Ya pueden marcharse. Al salir recibirán las instrucciones requeridas -Celedonia Celedón les señaló la salida. Inopinado, el Guía en Jefe los detuvo-. Un detalle más. Serán doce, como aquella noche. Además, de cierta manera, tendremos la presencia de las desparecidas brujas Piedad Piedra y Galatea Galatraba.

***

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