ULISES FIDALGO PRIETO: SOPOR DE PIEDRAS Y ONDULACIÓN DE MEMORIA

Written by José A. Albertini

9 de diciembre de 2025

Por J. A. Albertini

El pasado explota el presente, 

mientras que el presente actualiza

el pasado.

De la obra: Otra libertad: La historia

alternativa de una idea.

Svetlana Boym.

Los 28 relatos que se agrupan en: Lo que sueñan las piedras, obra que denota haber sido escrita a lo largo de los años y, posiblemente, en diferentes países y ciudades en los que ha residido el autor —de una forma u otra— llevan al lector curioso a indagar.  Y digo indagar porque Ulises Fidalgo Prieto es un hombre joven que se graduó de Física en la Universidad de La Habana, Cuba y años después obtuvo un doctorado en matemáticas por la Universidad Carlos III de Madrid. En la actualidad, radicado en los Estados Unidos, imparte clases de matemáticas avanzadas. 

No obstante, su capacitación sobre ciencias por aquello que dice: En matemáticas siempre existe un grado de incertidumbre y probabilidad en su aplicación,  no impide que sus cuentos, de manera inteligente, aborden desde puntos de vista  humanos, y ampliamente, filosóficos, el devenir de la existencia con mirada y sentimientos de alma vieja. 

Ulises Fidalgo Prieto, generación X, nació en la ciudad de La Habana en 1971, periodo, engañoso  de 12 meses, que el régimen castro comunista, luego del desastre de La zafra de los 10 millones, bautizó como: Año de la productividad.

Supongo que al niño Ulises, en edad escolar, lo estimularon a ser como el Che; a  creer en la perdurable eficacia de un solo partido gobernante, en el imparable internacionalismo proletario y en la justeza  de las aventuras africanas —costosas y sangrientas para la nación cubana—  de Fidel Castro.

El rechazo, por convicción propia, del continuado falso discurso político, distorsionador de historia, tradiciones y costumbres patrias que entronizaba      —agrietando nuestro Caribe tropical— el estepario marxismo leninismo (al cual la filósofa francesa Simone Weil calificó de “religión inferior”), con una fuerte carga escéptica de una postguerra nunca librada, hace rememorar algunas obras literarias y cinematográficas del neorrealismo europeo, donde el amor, frecuentemente, resultó sacrificado —en crisálida— por temor a que horrores  ya vividos resuciten, envenenando la pasión que reclama el vuelo libre de las mariposas. Esa tendencia palpita en cada una de las historias de Lo que sueñan las piedras.

Como ancla del contenido del volumen, en mi condición de lector, tomo el relato Esto no tiene nombre: Vicente, recluta del Servicio Militar Obligatorio cubano, en un breve permiso conoce a Thais. Se enamora de ella pero desconoce que la joven es opositora activa y pacífica. En su unidad militar fuerzan a los reclutas para que asistan a un mitin de repudio. Su amigo William, parafraseando a José Martí, asumiendo el decoro de muchos hombres se niega y paga las consecuencias. Vicente huye del lado de Thais; se confunde con los acosadores y lleno de pánico, traicionado lo genuino, escapa de aquel breve romance. Vicente con ecos de Melodía olvidada para flauta y María Cruz Varela —inmortalizada al ser obligada a tragar uno de sus poemas— ha contribuido,  con su deslealtad, a que  la caduca y mal llamada revolución cubana baje un peldaño hacia la nada. 

Fidalgo Prieto es un escritor honesto que en no pocas ocasiones usando su nombre, el de amigos o contemporáneos cruza fugazmente o participa en tramas como Brumas o Nada de nada.

 En otros, reaparece el tema del amor, aunque sea tarifado o regalado, por la atracción física o espiritual que prende chispas en dos amantes que consumen eternidad ocasional. En Viaje Orestes y Gloria Patricia —prostituta por necesidad— se entregan al rito creativo que concluye, para él, en desilusión de algo parecido al “vuelo nupcial”.

Y aunque en el relato Paradojas insulares, en algún momento, recordando al escritor y humorista español Enrique Jardiel Poncela, el autor manifiesta: “La ignorancia se cura con el saber, la juventud con el tiempo, pero la estupidez es para siempre”, no se brinda solución plausible para que la soledad sentimental de los personajes, halle la clave del porqué: “Amor se escribe sin H”. Será a causa—calculo  —“de que los apellidos Fidalgo Prieto significan hijo de algo oscuro”.

Nuevamente la fragilidad de los afectos naturales del ser humano, deformados por el miedo y la desconfianza que, como maleza invasora e improductiva,  disemina el  totalitarismo insular se hace presente en el cuento Inadaptada. El amor, firme o en ciernes, es traicionado. Ella, Maylín queda vacía y Junior —el que lastra el sentimiento en sueños de piedras— según la moral vigente, ha protegido su piel. La piel del sobreviviente denigrado del que habló Curzio Malaparte. Ha sido una  revolucionaria situación   de causa y efecto. El amor, no sin antes llagar la condición humana, simula que se diluye en la brisa de un tiempo perverso.

La vida secreta, relato inicial del libro, en ingenioso juego de deseos y sueños, jamás concretados —tomando como ejemplo el cuento, ya clásico, del escritor estadounidense James Thurber,  incrustado en la literatura popular norteamericana y mundial: La vida secreta de Walter Mitty (dos veces llevado a la gran pantalla 1947 y 2013)— nos adelanta, la idea escurridiza,  presente cual alma en pena, que colma Lo que sueñan las piedras. A pesar de ingeniosas, conversaciones, pletóricas de filosóficas disquisiciones  metafísicas, con asideros científicos los personajes —todos jóvenes— no superan el descreimiento generacional que los invalida para algo tan sencillo y natural como creer, confiar, amar y ser amado.

 Es cómodo, no peligroso, soñar en solitario. Imbuido de esa razón en Sombras el personaje  visita camposantos en inviernos ajenos. Y por el peso del agnosticismo cristiano, que aligera el anhelo, es plausible que  sonría a la tarde gris e imagine —sin convicción absoluta— que pronto su literatura, o cualquier otra cosa que haga, alcanzarán el vuelo merecido.

La intensidad, que por honesta tiene tendencia al subjetivismo, hace de Lo que sueñan las piedras una obra, bien escrita y sincera, que venciendo la ficción se convierte en testimonio de toda una sensibilizada generación de cubanos. Por asociación de temas e ideas me remite al amor desinteresado, puro e ingenuo que animó —a pesar de la perversidad de Zampano— la corta vida de Gelsomina. (La Strada. Film italiano, 1954).

E imbuido de la pretensión subyacente, y carente de espacio para opinar sobre el resto de las historias, retomando al asunto de las guerras y post guerras, cierro esta reseña —caprichosa por olfato— con una máxima tomada de la novela Incierta Gloria del escritor español, natural de Cataluña Joan Sales†, quien participó en la Guerra y post guerra Civil Española (1936-1939): “La gente no deberíamos unirnos por las ideas, sino por los sentimientos”.   

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