Un homenaje a los 180 años de la proclamación del Estado de Florida (III)
Por Rafael Jesús de la Morena Santana
Con ese elevado rango participó en la Segunda Guerra Seminola entre 1835 y 1842. Al respecto es justo señalar su apoyo a la opinión del General Edmund P. Gaines, cuando este se opuso a la política del Presidente Andrew Jackson de expulsar a los indígenas floridanos hacia el oeste. El Brigadier José Mariano en esta contienda, quedó bajo el mando directo del General Thomas Sidney Jessup, Comandante de las Fuerzas de Estados Unidos de América en La Florida. Por órdenes de Jesup, el oficial hispano tenía que capturar a como diese lugar, a los jefes indígenas rebeldes.
Esta misión era muy difícil porque los guerreros seminolas eran bravos, habían aprendido que era posible vencer a los soldados blancos en las batallas y luchaban por su tierra, cuyas características conocían como las palmas de sus manos. Era una guerra de desgaste, que aparte de los enormes gastos para el presupuesto, había causado bajas notables a los norteamericanos. El cansancio y el temor ante una campaña agotadora de inciertos resultados, había provocado que en 1836, de los 149 oficiales de las tropas regulares que quedaban en el territorio, dimitieron 103, los 46 restantes eran insuficientes para cubrir la totalidad del terreno de operaciones militares floridano.
Mariano era de los que gustaban de una buena pelea y como Brigadier de los Voluntarios Montados aprovechando sus conocimientos del terreno y las costumbres de los seminolas, con la ayuda de las milicias y guías nativos, capturó al caudillo indígena Micanopy a finales de mayo de 1837, aunque este escapó poco después rescatado por el gran jefe guerrero Osceola.
Basado en las relaciones que tenía desde antaño con las tribus, donde era considerado un amigo por el respeto con que trataba a los indígenas, fue la figura clave en las negociaciones que prometieron garantizar las vidas y los derechos de los jefes guerreros territoriales, si se ponían a disposición de las autoridades norteamericanas.
En efecto, el líder Osceola y los Jefes Coacooche y Micanopy se presentaron bajo bandera blanca en octubre ante el Castillo de San Marcos en San Agustín, confiaban en la palabra de los blancos, pero el General Jesup, en su desesperación por terminar la guerra, faltó a lo pactado y le exigió a José Mariano que los tomara prisioneros, este se vio obligado a cumplir una orden directa con la que no estaba de acuerdo. Como los seminolas allí tenían amigos y conocidos e incluso cierta libertad de movimientos, Coacooche y otros cautivos pudieron escapar.
A mediados de 1837, José Mariano comenzaría a ejecutar su mayor legado: le entregaron la ardua misión de construir un camino militar permanente. El General Jesup, le indicó que debía seguir la ruta marcada en 1825 por el comisario para los indígenas, coronel James Gadsden, entre San Agustín y Fort Pierce a orillas del río Santa Lucía en el centro-sur de La Florida. El proyecto tenía una longitud de 350 km, bordeando la costa del Océano Atlántico. Para cumplir esta tarea, sin desviarse de lo trazado en el mapa, el oficial hispano fue secundado por el Primer Teniente Erastus Capron y la mano de obra de soldados, voluntarios, indígenas amigos, negros libres y milicias.
El Brigadier Hernández y sus trabajadores armados con picos y palas, machetes, rastrillos, hachas, sierras, mandarrias, carretas de caballo y mulos para trasladar rocas, se abrieron paso a través de ancestrales senderos indígenas que ampliaron, surcaron las colinas costeras llamadas Atlantic Ridge, cruzaron bosques, ciénagas, arenales, malezas y páramos, en su mayoría zonas insalubres infestadas de mosquitos transmisores de fiebre amarilla y malaria. En esas regiones abundaban los pumas, lobos, cocodrilos y serpientes, amenazas para el adelanto de la ambiciosa empresa.
Avanzaron con determinación resistiendo ataques seminólas, el calor y las lluvias en verano, temperaturas gélidas en invierno, enfermedades, la sed y el hambre. Fue necesario llevar ramales hacia el oeste, el principal alcanzó la bahía de Tampa, donde desde 1823 estaba Fort Brooke, a orillas del Golfo de México, vigía de la costa oeste de la Florida Oriental y protector de los accesos terrestres y marítimos a la Florida Occidental, la Louisiana y el antiguo Camino de los Reyes que unía San Agustín con el Virreinato de Nueva España.
Tras ingentes esfuerzos y sacrificios, en 1839 quedó establecido un formidable vial de 16 pies de ancho, firme y compactado para soportar el peso de los transportes militares, los escuadrones de caballería y las piezas de artillería, que superó con creces la idea original del coronel Gadsden. Ahora se podían comunicar con facilidad, importantes posiciones del Ejército: Fort Vinton, Fort Drum, Fort Kissimmee, Fort Meade, en la cuenca del río San Juan que se extiende por el norte peninsular, alcanzar Fort Pierce en la costa sureste y llegar hasta Fort Dallas en la actual Miami.







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