Rafael Soto Paz (1947)
Todo buen habanero, amante de la tradición, lleva oculto en el fondo del pecho un pequeño drama. Los eruditos afirman que el patrón de La Habana, San Cristóbal, es un personaje celestial inexistente y que la ceremonia de la primera misa (1519) bajo la ceiba del Templete no tiene consistencia histórica y el drama del buen habanero añoso y tradicionalista acaba en melodrama porque no sabe a ciencia cierta si su ciudad se llama Abana, Abanatán, Sabana, Havana o La Habana. No ha podido manera de poner de acuerdo a los etimologistas sobre esta importante cuestión, y el pobre habanero no sabe si es abanero, abatanero o sabanero. ¡No hay derecho, señores del etimólogo…!
La tradición, empero, sigue floreciendo en nuestro espíritu y un día como el del próximo domingo (16 de noviembre de 1510), visitamos el templete y evocamos con las pinturas de Vermay, ese buen pintor francés, fundador de la Academia de pintura de San Alejandro de esta capital, que fuera una de las víctimas del cólera en la epidemia de 1835.
Este insigne artista nos traslada con su fino pincel a la ceremonia de la primera misa al pie de la ceiba legendaria en la Fundación de La Habana. Asistimos también con sus cuadros a la Constitución del primer Cabildo habanero y al acto de la inauguración del templete, que es uno de los monumentos con que cuenta La Habana más visitado por turistas.
Se debe su construcción al general Vives -el de las lidias de gallos, la baraja y el violín y trazó el proyecto el ingeniero habanero don Antonio María de la Torre y Cárdenas. La columna que se erige a la entrada es más vieja, fue mandada a construir por el gobernador Francisco Cagigas el año 1754.
El templete data de 1823 y en referencia a la ceiba famosa de que hablamos, en 1753 desapareció la que la tradición señalaba; la actual fue sembrada en fecha reciente, aunque algunos aseguran que se trata de un retoño del anterior. Sobre esta debatida cuestión escribe un historiador de La Habana:
–“En cuanto a la existencia de una selva en los alrededores de la actual Plaza de Armas, es más que probable que ello fuera cierto dada la abundancia y rica vegetación que poseían en aquellos primitivos tiempos las tierras que se eligieron para el lugar definitivo de la instalación de la villa. Pero ello no permite asegurar que en el sitio preciso en que Cagigal levantó el mencionado pilar existiese una ceiba, ni mucho menos que esa ceiba fuese la que eligió para celebrar bajo ella la primera misa y el primer Cabildo. Sí hay constancia, en cambio, por los libros de Cabildo de este ayuntamiento, de que existió en la primitiva plaza de la Villa una ceiba que se utilizaba para fines tan poco merecedores de recuerdo y consagración como era el de atar a ella los individuos, casi siempre negros esclavos. Que debían sufrir la pena de azote público impuesta por el Cabildo dentro de las atribuciones judiciales que entonces poseía”.
Todo esto dice la verdad histórica, pero la leyenda con sus ficciones sigue arrullándonos.







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