Prelado, político y patriota

Written by Libre Online

28 de octubre de 2025

El Ministro que hace cuatro siglos convirtió a 

Francia en un Poder Mundial (Final)

Por Rafael Jesús de la Morena Santana

El Ministro-Prelado fomentó la independencia de Portugal, ocupado por España desde 1560, así debilitó a Felipe III y consiguió un nuevo aliado. Bajo la égida del Cardenal, Francia se convirtió en la primera potencia continental, y se expandió hacia sus fronteras naturales: los ríos Escalda y Rhin, los Alpes y los Pirineos. Richelieu pasó a ser el árbitro de Europa. Su aliado clave en sus planes político-militares fue el rey de Suecia, Gustavo Adolfo, que era protestante, lo cual le criticaron los católicos.

Sin embargo, jamás olvidó sus deberes con la Iglesia Católica. Cuando el monarca sueco, a quien Richelieu había proporcionado apoyo para enfrentar a los Habsburgo, le propuso un reparto continental, en el que Richelieu alcanzaba sus objetivos, a costa de aniquilar el catolicismo al Este del río Rhin, el Cardenal se niega, y exige respeto a la existencia de los principados católicos del Sacro Imperio Romano Germánico, pone la Fe, por encima de intereses políticos y personales.

Richelieu trató de ayudar a la perseguida Iglesia Católica en Inglaterra, al acordar el matrimonio entre Enriqueta María, la bella hermana de Luis XIII, y el nuevo monarca británico Carlos I Estuardo en junio de 1625. Este firmó un tratado secreto con Francia, para levantar las injustas restricciones impuestas por Enrique VIII Tudor, contra los católicos desde el siglo XVI.

El Cardenal dedicaba recursos a restaurar los templos y era un baluarte contra las herejías. Vicente de Paúl confió en él para llevar adelante reformas eclesiásticas, continuar la fundación de seminarios tridentinos y llevar a Francia al sendero de la paz, Richelieu le estimaba y lo priorizaba en las audiencias, atendía gustoso a todas las demandas del inspirado religioso, fundador de la Congregación de la Misión, una de las más importantes de la Iglesia Católica. 

Richelieu, implacable con los adversarios del Reino, era, no obstante, generoso con los amigos, artistas y servidores de Francia. Mecenas del auge de la cultura, patrocinó el teatro y al bardo Pierre Corneille, protegió a pintores y escultores, construyó palacios y monumentos. Reparó La Sorbona, universidad insignia de París. Fundó la Academia Francesa en 1635, santuario del idioma y la literatura, orgullo de su patria. Dejó una extensa obra escrita sobre política, religión e historia. Sus “Memorias” son de obligada consulta para las investigaciones sobre el siglo XVII europeo. En su honor, una de las salas del Museo del Louvre tiene su nombre glorioso.

Por sus conquistas a favor de la Monarquía, Luis XIII le honró al designarlo Duque y Par del Reino. Su Eminencia el Cardenal, expedito e inflexible en cuestiones de justicia, expresó a su confesor poco antes de presentarse al tribunal celestial: “Yo no he tenido nunca otros enemigos que los del Estado”. El hombre que personificaba a Francia, cumplió a cabalidad con el deber para con su Patria y la religión, hasta los últimos instantes de su vida, el 4 de diciembre de 1642.

Fue el primer político de su tiempo, lector de “El Príncipe” de Maquiavelo, superó al maestro en el versátil arte de gobernar, es cierto que fue despiadado, violento si era necesario, amenazador y dominante en medio de circunstancias adversas, pero era imprescindible preservar el trono y dinastía franceses, sus enconados antagonistas internos y los agresivos estadistas de naciones rivales le obligaron a ello, baste mencionar entre sus contrincantes a jerarcas tan soberbios como los británicos Duque de Buckingham y Conde de Strafford, y el ibérico Conde-Duque de Olivares.

Por su talento, determinación, virtudes de organizador, voluntad de hierro, fidelidad a la Iglesia, hidalguía y visión de los acontecimientos, logró resultados colosales. Las actuales nociones de soberanía de las naciones derivan de sus teorías, aplicadas después de su prematura desaparición física en la Paz de Westfalia de 1648. La Historia le reserva un lugar de privilegio al formidable Primer Ministro de Luis XIII, creador del espíritu nacional y forjador de la Francia Moderna.

La verdad prevalece, el Cardenal Richelieu, personaje legendario de los sueños infantiles, se vuelve un Príncipe de la Iglesia y un héroe entre las magnas figuras de su Patria, en un contexto histórico difícil e incomparable, estampa que debemos grabar en las mentes y corazones de nuestra juventud.

Hoy el encanto permanece, miles de personas de Francia y el mundo acuden al Palais Royal que le regaló a su Patria, contemplan su busto en el Museo del Louvre, llevan flores a su hermoso mausoleo en la Capilla de Santa Úrsula de la Sorbona, se asombran ante sus imponentes estatuas situadas en el Palacio de Versalles, delante de la Catedral de Lucon y en la Plaza de la atractiva y acogedora ciudad que su genio creó a orillas del Loira y lleva su nombre legendario.

La atracción de los caballerosos Mosqueteros Athos, Porthos y Aramis, la de su amigo y hermano de armas D’Artagnan, quien en 1659 llegó a ser el Capitán de la Compañía de Mosqueteros del Rey, y la del excelso Primer Ministro de Luis XIII, se mantendrá para siempre en los tiempos por venir.

Este legado de Fe, valor, patriotismo, y amistad, de la saga de los nobles Mosqueteros y el insigne Richelieu, fascinará a las generaciones futuras y es un llamado a la unidad y a reflexionar, para nosotros, hermanos en Cristo, de que el verdadero imperio de la libertad, la igualdad, la paz, la justicia y la fraternidad entre los hombres, solo vendrá, cuando resuene, se acepte y se establezca hasta en los más lejanos valles de la Tierra la divisa inmortal:

¡Uno para todos! ¡Todos para uno!

Temas similares…

0 comentarios

Enviar un comentario