PAQUETES DE REGALO

Written by Libre Online

30 de septiembre de 2025

Por ELADIO SECADES (1956)

Hoy los regalos no se agradecen. Se pagan. Hay quien queda a deber el regalo que compra. Pero, eso sí, paga religiosamente el regalo que le hicieron. Esta desdicha se completa cuando se tiene una mujer que recuerda las fechas. El santo de Fefita. Y ya no queda más remedio. Porque Fefita le mandó a ella un corte de vestido. El regalo del corte de vestido es una cosa muy cubana que favorece a una mujer y que perjudica a dos maridos. Cuando a la esposa le regalan un corte de vestido, ya se sabe que el esposo tiene que pagar la hechura. Y a lo peor unos zapatos del mismo color. Y una cartera que haga juego. La única manera de quedar bien con Fefita, es haciéndole un daño gratuito a su esposo. Y le mandamos tres varas y media de seda estampada.

Y votos sinceros por su ventura eterna. El regalo del pobre pudiera ser una tragedia. Pero los comerciantes modernos son demasiado inteligentes y han inventado el paquete de regalo. Así cualquier porquería impresiona. Con envoltura de papel de celofán. El sello de la casa. Y unos lacitos de colores. La técnica del paquete de regalo debe haberse inspirado en la novia de pueblo. Es un paquete vestido de domingo. Después de que se trae de la tienda, siempre un familiar quiere verlo. Pero no hay problema. Ahora en todos los hogares hay una mujer que presume de que sabe zafar y envolver otra vez el paquete de regalo sin que se note.

Los novios de ahora han perdido aquel miedo de antes al problema de la habilitación. Que ayer era lo primero. Pero que hoy suele dejarse para lo último. Porque corre por cuenta de los amigos. Nadie sabe el favor que le ha hecho al fomento nacional del matrimonio el que descubrió que el regalo no es una cortesía que se tiene. Sino una elegancia social que se practica. No con ánimo de halagar a un segundo. Sino para dignificarnos a nosotros mismos. 

Pagar los regalos nos proporciona un goce interno y verdadero. Como pagar las promesas a los santos. A veces nos duele tener que esperar un año. Para retrucar con un pijama a rayas a la caja de pañuelos que el día del santo nos mandó un compañero de trabajo. El pijama es la prenda íntima que se hace con criterio de toldo de hotel barato. La época ha creado un tipo simbólico. Que pudiera denominarse el cubano preocupado del regalo. Lleva la contabilidad de los paquetes que ha recibido. Para devolverlos con aire de caballero ofendido. Hay las amistades que envían figuras artísticas. Negativas de arte. Y dudosas de porcelana. Y hay la señora, la señora importante y difícil que se aparece con uno de esos perfumes franceses que han llegado hace poco. Existen los cultos que creen que lo son a través de la perfumería. Identifican cada marca por el olor. Y nos repiten los nombres de las esencias. Con el orgullo del niño que se sabe de memoria las corrientes del golfo.

En la casa hay actividad de comercio. Porque se va a casar Cuquita. Toda muchacha que va a casarse puede tener una hermana que piensa que va a quedarse soltera. Es la que escribe las invitaciones para la boda. Cada invitación es una esperanza de regalo. Y es también la que mide la habitación para ver si cabe el juego de cuarto. 

El juego de cuarto moderno es una obra de arte que sirve para que las visitas se maravillen. Y para que tengamos que entrar de medio lado. Cuando el criollo que vive en una accesoria compra un juego de cuarto deja la puerta abierta. Para que se recreen los peatones. Se llama colchón para la boda a un pedazo de cartulina. En la que los padres de ella y los padres de él nos recuerdan que estamos obligados. Se procede al recuento de los afectos que se tienen. Para llegar al cálculo de los regalos que se puedan tener. Y siempre aparece un Menéndez remoto que ya se nos había olvidado. 

Tiene bastante de comedia el momento en que se llenan los grandes sobres. A. Rodríguez no, porque el pobre está cesante. La madre, entre amorosa y administradora, sugiere a González. Porque cuando se casó Teresa le mandamos unos cubiertos de plata. Los cubiertos de plata sirven para comer, si es que no se los roban los que le dan al robo delicada apariencia de souvenir. Ya están las invitaciones repartidas y lo que corresponde es ponerse a esperar las respuestas. Es decir, los regalos. Cuando tocan a la puerta, todos gritan ¡va! La vieja presagia un botones fatigado y urgente. La novia sospecha que puede ser el colchón. Prosaica pero imprescindible. Ese colchón que nadie se atreve a regalar.

Existe la coincidencia de los genios. Como existe el predominio de la idiotez. Los amigos vulgares también coinciden en mandarle a la novia que va a casarse una lamparita de mesa. Son los mismos que el Día de Reyes piesan en la acuarela. Y sustentan que se acabaron los parques y los domingos desde que desaparecieron las noches de retreta. Hay los que sorprenden a la novia que va a casarse con un busto de Napoleón. Sin que jamás se haya sabido por qué. Al salir de la luna de miel, la pareja sigue creyendo las tres mentiras fundamentales de la felicidad: Que los lazos son insolubles. Que ha nacido el uno para el otro. Y que se quieren tanto, que se adivinan el pensamiento.

Cuando abren los ojos a la vida, hacen un arqueo de los regalos inútiles. Tienen tres relojes de mesa y una sola mesa para poner el reloj. No tiene perdón del cielo que habiendo manteles en el mundo, un tío político haya liquidado el parentesco con un marco de cuero con la fotografía de Marlón Brando. Y que las amigas íntimas, que no desconocen la importancia del deshabillé para una esposa reciente, le hallan bordado una muñeca con falda de Pompadour para tapar el teléfono. Los regalos de boda al cabo significan una fórmula incidental del ahorro. 

Pasado el tiempo los esposos nuevos se enteran que va a casarse la vecina que los obsequió con un aro de servilleta. Él dice que vaya una lata. Ella observa que es verdad, pero que no queda más remedio, resuelven el problema desempolvando la lamparita que nunca se encendió. Y que lleva un año guardada. Total si ni se conoce. Hay muchos regalos de boda que se regalaron y que solo sirven para volverse a regalar.

Ahora se usan los novios sinceros que facilitan la lista de lo que necesitan. Incluyendo la ropa interior, naturalmente. Entre el jarrón floreado, el cenicero de níkel y el encendedor automático. Se quedan con el salto de cama. Así llamado porque significa el miedo a ampliar el censo de la población. El regalo plantea una cuestión de delicadeza. Que unos resuelven con plata. Y otros resuelven con habilidad. Estos son los que le dicen a la novia que el objeto no vale nada. Pero que es muy curiosa. Hay también los espléndidos de “dime con franqueza lo que necesitas”. Lo que puede ser la fórmula asturiana del regalo de bodas. Y los tímidos que lo están pensando toda la semana. Y terminan mandando una imagen de Diana la Cazadora. O una figura del Niño de Praga. Único santo que tiene nombre de cantador flamenco. 

Nada más ridículo que la visita de la que con disimulo quiere saber si su regalo ya llegó. Es una ceremonia que empieza deseando que sea felicidad. Para empezar a preguntar si recibieron aquello. La verdadera cubana dice que está divina. La otra no se lo cree. Porque no sabía qué iba a regalarle. Y termina la cosa cuando la madre asegura que todos han estado celebrando muchísimo.

El hombre que va a casarse recibe menos regalos que la mujer. Si acaso un cheque. Producto de la colecta de los muchachos de la oficina. Hay personas que han nacido con destino de padrino de boda y de primer renglón en las colectas. El cheque de los compañeros se entrega con una sonrisa irónica y un chiste malo. Que es darle al regalo mentalidad de vaudeville. Y travesura de taladro en el tabique de madera. 

Hay la atención inevitable de los testigos. Pero ya ese es un altísimo honor que se cambia por un regalo. Los novios inteligentes deben llevar todos los testigos que quepan en el altar. Unos, por ella. Otros, por él. Y todos deseando que se acabe. Lo peor es cuando a la estilográfica de uno de los testigos se le acabó la tinta. Y parece que cerca de Dios hay un ciudadano bajando un termómetro. Obsérvese al testigo perfecto. Es decir, al que siempre lo toman de testigo. Sube sin inmutarse. Firma sin sacudir la pluma. Y saluda a la muchacha con reverencia de maitre. Que es el amigo rico y cumplido. Que tiene la satisfacción de practicar la elegancia social del regalo.

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