Capítulo III
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
El muchacho cruza el umbral. El sacerdote cerró la puerta y manifestó:
—De algo estoy enterado. El padre Casto Castor tiene indigestión estomacal. He estado toda la mañana, dándole remedios y atendiendo la papelería de la parroquia. No he tenido tiempo de prender la radio. A ratos oigo el eco de los amplificadores, pero encerrado aquí y trajinando no he tenido cabeza para otra cosa. De todas maneras me alegra su reaparición. Ya es hora de que le pida disculpas por la manera en que me comporté. También, espero que Candelario reconozca que su ofensa a la Virgen fue desafortunada. Es momento de reparar lo incorrecto y seguir adelante. Espero verle pronto.
—No estoy seguro de que sería saludable ese encuentro… -deslizó Carmelo Carmenate.
—¿Qué insinúas…?
—Bueno; quiero decir… -titubeó el joven.
—Habla claro. Tengo ocupaciones que atender -el cura se impacientó.
Carmelo Carmenate se pasó la mano por el rostro húmedo de sudor y dijo.
—No insinuó nada. Digo lo que he visto y creo. Candelario, desde el balcón del ayuntamiento, está echando un discurso que es puro resentimiento.
—Y ¿qué crees…?
El monaguillo rehuyó la mirada del cura. Luego, despacio con voz insegura, dijo.
—Creo; temo que atente contra la iglesia. Contra Usted, el padre Castor y hasta yo pudiera ser blanco de su odio.
—Sabía que no soportabas a Candelario, aunque nunca lo dijiste. Pero hablar así, sin pruebas, es demasiado.
—¡No estoy calumniando! -replicó molestó-. En su discurso criticó este templo. No va a demorar en achuchar a la gente. ¡Es vengativo, muy vengativo!
—¿Con quién hablas hermano…? -emergiendo de las habitaciones interiores, apareció el párroco-. ¡Ah!, si es Carmelo. ¿Qué te trae por aquí a estas horas?
—Padre, vuelva a la cama que aún está débil. Yo atiendo a Carmelo -recomendó Palomino Palomo.
Con la mano derecha Casto Castor hizo un gesto de fastidio.
—Ya estoy mejor. ¿A qué has venido…?
—Verá Padre, Carmelo especula e imagina situaciones y…. -Palomino trató de restar importancia.
—¡No estoy especulando! -El joven profirió-. Candelario Candela está en el pueblo y es un peligro para el templo; para ustedes; para todos…
—Pero… -Palomino Palomo articuló.
—Hermano, no interrumpa y deje que el muchacho cuente. Pasa hijo y cierra la puerta.
***
…y para que el horizonte sea tangible primero limpiemos la casa propia de los escombros que ensucian y obstruyen el acceso a las avenidas de progreso asegurado. Allá, en ese mal llamado templo de Dios -una vez más apuntó, hacia la iglesia de La Pastora- laboran fuerzas retrógradas que golpean niños, destierran familias y subyugan mentes y cuerpos…
***
—¡Se los dije! -recalcó Rosalía Rosado-. Es un resentido que busca involucrar al pueblo en su desquite personal. Si no se le para habrá consecuencias fatales.
—Tenías razón. Candelario mintió. Nadie desterró a su familia del pueblo -Florencio Flores congenió.
Forasteros, estratégicamente colocados en la muchedumbre, gritaron consignas de apoyo a la arenga e incitaron, para que los ciudadanos presentes las aceptaran y coreasen como propias.
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