Con nostalgia Elvia Linares recorrió varios ‘stands’ de los salones del nuevo Museo de la Torre de la Libertad, en el downtown de Miami, donde junto a ella otros cientos de cubanos llegaron a los Estados Unidos buscando el añorado sueño americano.
Sólo que esta vez Elvia estuvo acompañada por la presidente del Miami Dade College, Madeline Pumariega, quien le mostró los nuevos diseños ya restaurados de lo que es el nuevo Museo de la Torre de la Libertad con sus fantásticas historias de los miles de refugiados que llegaron allí hace años.
“Tengo nostalgia, pero también mucha felicidad porque ahora todo está transformado”, afirmó Elvia, quien se puso uno de sus mejores trajes, para asistir al acto de la celebración de los 100 años de la Torre de la Libertad.
“Me encuentro ahora como en otro mundo. Todo es maravilloso. Es una restauración total que, sin lugar a dudas, marcará todo un hito en la historia de esta emblemática torre que fue bautizada por los refugiados como “el nido”.
“Uno recuerda todos aquellos pasajes vividos por miles de refugiados, especialmente, los venidos de Cuba en la década de los sesenta, cuando echaron los cimientos de lo que sería la urbe más importante de la región y una comunidad de exiliados” comentó Linares.
“Yo recuerdo que ellos (los refugiados) llegaron en 1965 cuando el Gobierno de Estados Unidos organizó los llamados “Vuelos de la Libertad” para los cubanos que buscaban escapar de la dictadura de Fidel Castro”, comentó Linares.
“Yo estaba ahí. En aquel entonces era simplemente un lugar donde cientos de miles de recién llegados recibían ayudas del Gobierno como dinero para el alquiler, alimentos enlatados y hacían sus trámites migratorios, explicó.
Madeline Pumariega, presidenta del Miami Dade College y cuya familia fue procesada en “El Refugio” al llegar de Cuba, dijo que con la renovación no solo están honrando el pasado de la Torre, “sino también abrazando su futuro con un centro plenamente revitalizado para la comunidad a la que siempre ha servido”.
“La Torre de la Libertad de Miami, conocida entre los exiliados cubanos como “El Refugio”, reabrió este otoño como museo tras un proyecto de restauración y ahora el histórico edificio contará la leyenda de la inmigración cubana y su impacto en la ciudad, con exhibiciones inmersivas y objetos originales.
“Aunque la inmigración sigue siendo un tema complejo, nuestro papel no es participar en la política, sino honrar las historias humanas que definieron el pasado de Miami y que continúan desempeñando un papel fundamental en su crecimiento y valores”, aclaró Pumariega.
Eloy Cepero, quien llegó a los Estados Unidos, a través de la Operación “Pedro Pan” y, luego, fue adoptado por una familia de americanos afirmó que en aquel entonces el programa para todos los refugiados dependía de una vasta red de oficinas federales y estatales.
“Y además de una larga lista de organizaciones sin ánimo de lucro, grupos eclesiásticos, agencias de bienestar infantil y las aerolíneas Pan American y KLM, que ayudaban a conseguir asientos para estos niños, así como embajadas, escuelas parroquiales y una red contrarrevolucionaria en ambas naciones”, recalcó.
“Aquellos sin apoyo familiar inmediato en Estados Unidos-más de 8.300 niños-recibieron atención a través de la Catholic Welfare Bureau y otras organizaciones religiosas, gubernamentales y no gubernamentales”, aclaró.
“Algunos de estos niños encontraron respiro en organizaciones protestantes, judías y laicas, pero el núcleo del programa fue la Iglesia católica, que asumió la responsabilidad de 7.346 niños cubanos”, insistió Cepero quien dijo que el timón del programa era Bryan O. Walsh, un sacerdote de origen irlandés.
“Más tarde, Walsh calificó su papel en la Operación Peter Pan como “una oportunidad que me dio la Divina Providencia para combatir el comunismo”. Y para esto contó con un amplio apoyo de la Iglesia, que también abrió sus puertas a líderes católicos aislados y desterrados por el gobierno cubano.
La Operación Pedro Pan se financió con donaciones privadas, mientras que el gobierno estadounidense financió el programa de acogida familiar del PCCh. Ningún niño fue dado en adopción, ya que el propósito del programa era salvaguardar los derechos parentales.
Cepero recordó que el setenta por ciento de los “Pedro Pan” eran niños mayores de 12 años, por lo que se abrieron hogares grupales especiales atendidos por padres cubanos para varones adolescentes en varias ciudades, entre ellas Wilmington, Delaware; Fort Wayne, Indiana; Albuquerque, Nuevo México; Lincoln, Nebraska; y las ciudades de Jacksonville, Orlando y Miami, en Florida.
Cepero concluyó que ahora, entre los 50 y los 60 años, los Pedro Pan viven por todo Estados Unidos, e incluso en otros países. Quienes residían en Estados Unidos aprendieron inglés, se nacionalizaron y tuvieron éxito en la escuela.
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