Enrique Ros pone al descubierto la zigzagueante política del presidente Kennedy hacia Cuba que fluctuó de “una solución no-comunista en Cuba, por todos los medios necesarios” hasta “el desarrollo gradual de un acomodo con Castro”.
Ros hace una verdadera contribución a la verdad histórica al destacar -precisando hechos y nombres- los incontables esfuerzos realizados por los cubanos anticastristas, dentro y fuera de Cuba, para derrocar al tirano.
Este libro debe ser lectura imprescindible no solo para los cubanos, víctimas directas de la bárbara tiranía de Castro, sino para todos aquéllos que en este planeta se preocupan por la libertad y la dignidad del ser humano.
El camino de los campamentos (I)
Dos hechos, de signos opuestos, coinciden en el tiempo: la bochornosa tramitación de la Crisis de Octubre y la libertad de los miembros de la Brigada 2506, encarcelados desde la frustrada invasión del 17 de abril del pasado año.
La Crisis se soluciona —luego de las entrevistas y concesiones de Robert Kennedy con el Embajador Soviético Dobrynin, que por tantos años estuvieron ocultas al juicio de la historia— el 27 de octubre de 1962 con el compromiso del Presidente Kennedy de retirar los cohetes Júpiter de Turquía e Italia y de no permitir ataques a Cuba desde los Estados Unidos ni desde otras naciones del hemisferio. Los brigadistas, tras largas negociaciones que nada tuvieron que ver con las que le pusieron fin a la Crisis de los Misiles, comienzan a llegar a tierras de libertad la noche del 23 de diciembre.
En abril había arribado un grupo de brigadistas. Eran los heridos, mutilados o enfermos. Entre éstos venía Enrique Ruiz Williams, ingeniero, graduado de la Escuela de Minería de la Universidad de Colorado. Herido en combate, Harry fue designado vocero de la Brigada 2506 cuando el grupo de 54 heridos llegó a Miami “considerándose a sí mismos como prisioneros de guerra hasta que el último fuese liberado”. Lo espera otro joven brigadista que había recibido, en Fort Belvoir, Virginia y Fort Benning, Georgia, entrenamiento militar. Roberto San Román había formado parte de aquel “barco de la muerte” que en horas de la tarde del miércoles 19 de abril había salido de Girón con 22 hombres a bordo, sin agua, sin comida, y quince días después, fue avistado y recogido cerca de New Orleans. Sólo 12 de aquellos 22 hombres sobrevivieron. Uno de ellos era Roberto San Román.
Apenas restablecido de la intensa deshidratación, San Román había sido citado para testificar ante la Décimo Sexta Sesión de la Comisión Taylor el 17 de mayo de 1961. Es, aquélla, una de las más extensas sesiones. Robert Kennedy es quien lleva el peso de la investigadora Comisión. El tiempo transcurrido analizando y discutiendo un evento que, por distintas razones, a ambos apasiona, hace brotar una amistad entre el brigadista y el Fiscal General. Encuentran aficiones comunes, una de ellas la equitación. Robert Kennedy invitará a su homólogo a visitarlo en su rancho en Massachussett.
Cuando llega Ruiz Williams, junto con los demás heridos, lo espera en el aeropuerto Roberto San Román. Le tiene concertada a este ingeniero de minas educado en Estados Unidos, una entrevista con Robert Kennedy. Desde el propio aeropuerto llama a la oficina del Fiscal General y queda concertada la cita para dos días después. Apenas puede Ruiz Williams permanecer en Miami, en el Mercy Hospital, 48 horas. La entrevista de Ruiz y Roberto con Bobby se celebra en Washington el 6 de mayo de 1962. En aquel momento hablan de las negociaciones que se están efectuando para el canje de los brigadistas presos. Se van a producir nuevos contactos.
Transcurrirán seis meses. En los últimos días de diciembre, aprobadas ya las condiciones para el canje, Bobby Kennedy le manifiesta a Ruiz Williams y a Roberto San Román su interés de conocer a Manuel Artime cuando éste llegue a los Estados Unidos. En diciembre ya han quedado libres los combatientes de Girón.
Comienza enero y el que había sido Jefe Civil de la Brigada ya está en Washington hablando con el Fiscal General quien le esboza un plan: preparar un campamento para realizar acciones comandos. La idea del Fiscal era que fuese una operación totalmente independiente, con completa autonomía, no dirigida por la CIA, aunque la Agencia financiaría la operación. Los planes los desarrollarían los propios cubanos. Es ésta, al menos, la versión de Rafael (Chichi) Quintero persona de confianza de Artime y quien actuaba como su intérprete en todas las reuniones pero no, necesariamente, en ésta con Bobby Kennedy.
La Comisión Taylor fue constituida por el Presidente John F. Kennedy para estudiar las causas del fracaso de la invasión del 17 de abril. (Ver Enrique Ros, “Girón: La Verdadera Historia”).
Acompaña a Artime en algunas de estas reuniones Manolín Hernández que ya residía en Washington. “Llegaron también Oliva y los San Román… cada uno tenía planes. Oliva se quitó; los San Román también. Sólo quedó Artime”, expresa Manolín Hernández en extensa entrevista con el autor para este libro.
Esbozado el plan, Artime y Quintero van a la primera reunión. Durará tres días. Una con el experto en comunicaciones; otra con la persona a quien podrán acudir en lo relacionado con logística (los barcos que necesitarán, armas, etc.); la tercera con un oficial de mayor jerarquía —que se hará llamar Martín Ferrer—, que luego ocuparía una alta posición en el Departamento de Defensa.
La primera tarea era la de trasladarse a Nicaragua, Costa Rica y Venezuela en busca de apoyo, semioficial, a esta operación cubana. En Managua, Luis Somoza les ofrece todas las facilidades y los refiere al comandante Reinaldo Pérez Vega. El contacto en Miami, recuerda Quintero, sería José Graham Alegrett.
Siguió Artime a Costa Rica a entrevistarse con el Presidente Francisco Orlich quien lo puso en contacto con su hermano Cornelio Orlich, Presidente de la Asamblea Legislativa. En Venezuela el gobierno ADECO se mostró más reacio y los contactos sólo pudieron establecerse con el secretario del Presidente Betan-court y nada pudo concretarse.
Se cuenta con fondos y se ordena la fabricación de dos barcos Swifts, cuya marca luego se hizo muy conocida. Quien va a estar al frente de estas embarcaciones será Ricardo Chávez (el Mexicano), quien recibirá su entrenamiento en New Orleans, junto con Santiaguito Álvarez.
El próximo paso sería la localización de los sitios más convenientes para las bases. Para el gobierno de Costa Rica, los primeros meses de 1963 van a ser tiempos difíciles para eludir el escudriño de su territorio por corresponsales extranjeros. San José sería la sede de la Conferencia de Presidentes Centroamericanos con el mandatario norteamericano que se celebraría el 19 de marzo. Ya, desde muchos días antes, corresponsales de la prensa norteamericana y del continente comenzaban a indagar si la conferencia, que había estado precedida una semana antes con otra reunión de los cancilleres de las naciones centroamericanas, tendría vinculación con algún tipo de decisión o acción regional relacionada con Cuba.
El domingo 17 de marzo comienzan a llegar a la capital tica los presidentes centroamericanos. Arriba Ramón Ydígoras Fuentes; minutos después Roberto F. Chiari, y luego Ramón Villeda Morales, de Honduras. Más tarde Julio A. Rivera, de El Salvador. El último en llegar es Luis Somoza que viene acompañado del Presidente electo Rene Schick. Al día siguiente llegará John F. Kennedy.
Más de 200 mil costarricenses se congregan para darle una calurosa recepción al presidente norteamericano, en apreciable contraste con el formal recibimiento ofrecido a los presidentes de la región.
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