Inicialmente no entendía por qué mi padre dividía la palabra “Vámonos” en tres sílabas.
Sin embargo, para agradarle, por sana guataquería, lo imitaba. Bromeando le decía: “Papi, di vámonos” y él decía : “Vá-mo-nos” y nos reíamos, ambos de él.
Mi madre me decía: “Estebita, ya casi está lista la comida, ve a la Viña Aragonesa, y trae a tu padre”.
Y me convencía con estas halagadoras palabras: “Ve, tú eres el único que puede lograr eso, ni su primera esposa María Ortega ni yo pudimos sacarlo de la Viña cuando él está jugando cubilete con sus amigos”.
Y muy orgulloso yo iba para allá. Llegaba al bello comercio y le decía: “Viejo, ya la comida está servida”.
Él se daba importancia, no me contestaba, tiraba los dados al mostrador, y yo esperaba ansiosamente el momento en que él al fin me dijera: “Está bien, Esteban de Jesús, “vá-mo-nos” búscame el sombrero que no sé donde lo puse”.
Le preguntaba: “¿Por qué tú divides esa palabra en tres sílabas?” Y me respondía: “Mi abuelo la dividía, mi padre, mi hermano Enrique, y yo, la dividimos, no sé si es una costumbre o una herencia familiar”.
Y yo, para seguir la tradición, y para halagarlo, jamás he podido decir “Vámonos” sin dividir la orden en tres partes.
Traté de inculcárselos a mis hijas, pero ellas cuando estaban ensimismadas retozando, me ignoraban hasta que yo me ponía bravo y les gritaba en “spanglish”: “¡Let’s go, coño!”
Desde luego, con el paso del tiempo han cambiado los papeles, ahora mis hijas son mis madres, y han aprendido que si no me dicen: “vá-mo-nos” no me voy. Quieto en base.
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