En olor de lluvia

Written by José A. Albertini

16 de septiembre de 2025

Capítulo III

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Allá, conciudadanos, gritó y apuntó en dirección al templo de La Divina Pastora, siendo un niño fui golpeado públicamente y abochornado por un fanático religioso. Hizo una pausa calculada que refrescó, en la mente de muchos el malhadado incidente. El boticario Herminio Hermida, el relojero Zacarías Saca y la maestra Alma Almaguer que, al momento del hecho, habían cuestionado la rudeza del cura Palomino Palomo, tácitamente, coincidieron con la evocación verbal de Candelario Candela. Espectadores y oyentes como Florencio Flores, Ramón Ramoneda, Fortunata Fortuna, demás comulgantes de aquel día y fieles que asistieron a la misa, experimentaron un colectivo sentimiento de culpa no compartido por Rosalía Rosado.

—Fue un abuso -dijo Florencio Flores.

—Se le fue la mano al hermano Palomita -exclamó Ramón Ramoneda.

—Palomita pidió disculpas e hizo penitencias -recordó Rosalía Rosado.

—Las personas mayores debieron buscar a Candelario; haberle consolado. Tal vez pedirle perdón en nombre de todos -lamentó Fortunata Fortuna.

Los amigos, cautivos de la muchedumbre, sol y sudor, comentaron.

—El cura se excedió, pero no es para que Candelario forme tanto aspaviento. Él actuó solo. Lo que tenga contra Palomita no es asunto mío -añadió Rosalía.

—Candelario nunca te simpatizó -dijo Fortunata.

—No me simpatizó ni simpatiza lo que hizo. Tampoco la manera de ser que siempre exhibió para desentonar con los demás, llamar la atención e imponer su voluntad, al precio que fuere. ¿Por qué tuvo que lanzar la flor contra el rostro de la Virgen en una ceremonia que no era solo suya?

—Era un niño juguetón -arguyó Fortunata.

—Todos éramos niños -protestó Rosalía Rosado-. Si tantos deseos tenía de jugar, llamar la atención o manifestar enojo que lo hubiera hecho sin involucrar a otros niños. No tenía derecho malograr el día de nuestra comunión.

—Hablas como la maestra que eres -Florencio Flores armonizó.

—No me fio de sus intenciones y todo este despliegue de fuerza. Además, ¿quiénes son los forasteros armados que dirige y acompañan…? -Rosalía cuestionó.

—Parece ser que nuestro compañero de escuela y catecismo se ha convertido en un revolucionario social -intervino Fortunata.

—Bienvenido sea, si es para bien. En Santa Clara solo conocemos tradiciones y costumbres heredadas. Aburre la monotonía de un día tras otro. Un cambio vendría bien. ¿No creen…? -inquirió Romerico Romero.

—Se justifican cuando son necesarios. Todo necesita cambios. De hecho, aunque no se perciban, siempre ocurren. Una imposición es otra cosa -Rosalía persistió.

Florencio Flores, cariñoso, pasó el brazo derecho por encima de los hombros de la joven y la pegó a su pecho.

—Siempre tan suspicaz -dijo-. Admiro esa cualidad, aunque a veces juzgas a priori.

—No es a priori analizar y sacar conclusiones -protestó-. A la vista están las intenciones de Candelario. Por meses, de manera oculta, ha venido hostigando al pueblo. Las explosiones y niebla persistente, que ahora sabemos no eran perforaciones petrolíferas, segura estoy fueron ocasionadas por algún tipo de confrontación armada del otro lado de las lomas. ¿A quién o a quiénes derrotó o eliminó de forma violenta para llegar al pueblo…? Una milicia armada y desconocida, como la que lo apoya, no es cosa de juego.

—La insatisfacción y hasta el resentimiento humano pueden convertirse en polea de cambios positivos -especuló Romerico Romero.

—Acepto lo primero. Existen algunos tipos de lógicas y motivadoras insatisfacciones humanas que pueden convertirse, para el mejoramiento personal, en beneficiosos puntos de partida. Pero no tolero el resentimiento. El resentimiento es odio acumulado. Es un sentimiento que malogra, crece y corre, cuando no se le ataja a tiempo, como sangre envenenada por las venas-Rosalía ratificó.

—En eso estoy de acuerdo -dijo Florencio Flores.

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