Por J. A. Albertini
Bajo la lluvia, bajo el olor, bajo todo lo
que es una realidad, un pueblo se hace
y se deshace dejando los testimonios.
Del poema: La Isla en peso.
Virgilio Piñera.
Reinaldo García Ramos†, traductor, poeta, narrador y ensayista, nacido en Cienfuegos, provincia de Las Villas, Cuba (mayo de 1944) y fallecido en Miami (agosto de 2024), fue —y prosigue siendo en la literatura cubana— figura prominente de la llamada Generación del Mariel.
García Ramos desde muy joven formó parte del grupo iniciador de Ediciones El Puente (1961-65) que buscando un estilo de voz propia comenzó, sin ajustarse a todos los lineamientos oficialistas que emanaban de la censura gubernamental (Dentro de la Revolución todo, fuera de la revolución nada), a editar obras variadas donde la poesía ocupó sitio prominente. Bajo ese amparo Reinaldo publica, su primer poemario, Acta.
Evadir el compromiso total y tratar de preservar cierto grado de independencia creativa, trajo por consecuencia la suspensión y anatematización del proyecto. Algunos integrantes abandonaron la Isla, otros, arrepentidos de sus desviaciones ideológicas, se sumaron servilmente al carruaje de la revolución aplastante. Y el resto, como García Ramos, se opacó, desempeñando labores menores que eran supervisadas y corregidas por burócratas parapetados en la ortodoxia castro-comunista.
Al fin, después de un silencio conveniente y marginación literaria, en la mañana del 20 de mayo de 1980, en un camaronero nombrado “Cathy Jo”, rebosante de un heterogéneo grupo de hombres, mujeres, niños, ancianos (as) y algunos personajes de apariencia preocupante, el barco parte, muy lentamente, del puerto del Mariel y se aleja de la costa cubana.
Ya en Estados Unidos, sin impedimentos que limiten su quehacer literario, García Ramos se une a los creadores de la revista Mariel, cuya figura central es Reinaldo Arenas. Labora como traductor para la ONU y escribe, tal vez en busca del tiempo perdido, con ahínco poético y ensayístico.
Publica, bajo diferentes sellos, los poemarios El buen peligro (1987), Caverna fiel (1993), En la llanura (2001), Únicas ofrendas, cinco poemas (2004), El ánimo animal (2008). Y en prosa la novela testimonial Cuerpos al borde de una isla, cuyo subtítulo es: Mi salida de Cuba por Mariel (dos ediciones, 2010 y 2011), así como Una medida inexacta, que ostenta, por título secundario: Ensayos y comentarios. Y, tal vez, herido de nostalgia; presintiendo el final de la existencia física, reagrupa un nutrido grupo de cartas, frágiles de juventud, que con el nombre de Una amiga en París sale a la luz en el año 2024.
Sin embargo, centraré este trabajo en comentar el testimonio novelado de Cuerpos al borde de una isla (Editorial Silueta). Obra escrita, según percibo como lector, con sincera emotividad, a partir del día 7 de abril de 1980, en que Reinaldo García Ramos se entera, por la prensa oficialista, luego de lo acontecido en la embajada del Perú, en La Habana, que las postas militares que custodiaban el edificio diplomático habían sido retiradas, dando así inicio a un frenético y descontrolado arribo de personas que a toda costa deseaban abandonar el paraíso castrista.
A raíz de esa fecha que desemboca en los sucesos del Mariel, el lector acompaña al autor en sus deseos de sumarse al éxodo. Pero persona que conoce las sutilezas, embozadas o no, de la represión, teme. Y a través de sus humanos miedos y titubeos, de aquellas jornadas, se comienza a participar en la existencia inquietante del narrador.
Es hijo único de padres divorciados. El padre, tiene otro matrimonio y vive en un pueblo del interior de la Isla. La madre, con la que compartía el pequeño apartamento en el maltratado edificio habanero, ha muerto. En el presente, trabaja como corrector de traducciones, desde su vivienda, para una editorial gubernamental. Siente miedo. El miedo no le abandona desde que, años atrás, Jesús Díaz†, otrora, oportuno, pescador en ríos revueltos, desde el suplemento cultural El Caimán Barbudo, refiriéndose a los jóvenes creadores de El Puente, había escrito: “La fracción más disoluta y negativa de la generación actuante. En general malos artistas”.
Tomando precauciones visita a Andrés, amigo cercano que por haber estado, entre los primeros refugiados en la embajada peruana había obtenido salvoconducto y pasaporte para salir de la Isla. Andrés lo estimula a que tome una determinación.
Por otro lado aparece Julián, posible agente provocador, que en medio de una conversación, le pregunta de repente: —¿Tú no piensas irte, no…? Tomado de sorpresa, enrojece y ajustándose al protector patrón en boga responde con énfasis exagerado: —¿Estás loco? ¡Yo jamás me iré de este país!
Danilo, vecino y también amigo, con el que se trata de primo, le dice que él se irá y lo apremia para que siga su ejemplo. Motivado por la realidad circundante llama a Miami y habla con una tía, hermana de la difunta madre, y se concreta el envío de una embarcación. En medio de las circunstancias aparece la prima Ramona que, en tanto saquea lo pocos bienes que puede llevarse del apartamento, le dice: —Lo tuyo está asegurado. Los santos te protegen. La suerte está echada.
Junto a Danilo, lograda la carta que lo califica de antisocial se presenta en la estación de policía correspondiente. A la pregunta de la oficial que le atiende responde: —Me botaron de la universidad por problemas ideológicos. —Aquí dice que tú eres pájaro. A ver, ¡camina para allá un poco!— despectiva y maliciosa, llamando la atención de otros guardias le humilla, con saña discriminatoria, digna de los constructores del hombre nuevo.
Pasada la prueba policial y con documentación sellada, se dirige al sitio conocido como Cuatro Ruedas, en el que, siempre, inerme frente a lo desconocido y bajo humillaciones, maltratos, falta de higiene y alimentación deficiente, pasa un tiempo hasta que, provisto del pasaporte ansiado, es remitido, junto a un nutrido grupo de personas, en desvencijados ómnibus soviéticos, al Mosquito, antesala infame al liberador puerto del Mariel.
Allí, en El Mosquito arrecian las injurias y amedrentamientos, que esta vez tienen dientes de perros entrenados para atacar y desgarrar cuerpos humanos. Cuerpos humanos que tienen la aprensión, constante, como purgatorio previo a la obtención de la luz.
Sobre el éxodo del Mariel se ha escrito mucho. Estimo es un tema inextinguible. Escritores como Sergio Galán Pino, los hermanos Abreu (Nicolás, Juan, José), Mirta Ojitos, Luis de la Paz, Rolando Morelli, Mari Laurent, Roberto Valero†, Carlos Victoria†, Rafael Bordao, Reinaldo Arenas†, Rina Lastres†, Manuel Ballagas y muchos más han contado sus experiencias en libros y artículos de prensa, que jamás caducarán en el pensamiento humano. Como no caduca la imagen de los vagones de carga en los que los nazis, de Adolfo Hitler, enviaban a campos de concentración y crematorios a millones de judíos. Al final la injustica tiene una sola cara. El semblante del horror.
Y ya navegando rumbo a la libertad, comenzando a soltar el miedo sembrado, durante dos décadas, que se prolongan hasta el presente isleño, Reinaldo García Ramos†, memoria insepulta, contempló la orilla cubana que se distanciaba: “Cuando volví a mirar para la costa, me sorprendió lo mucho que se había alejado Llegué a la popa cuando aún se veían a lo lejos los edificios del puerto, borrosos y lúgubres….Cuando alcé la vista y volví a mirar hacia atrás ya la costa se había hundido en el horizonte…”.
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