El exilio es la nostalgia que gatea
por la memoria. Es la lectura
interrumpida de una novela que
es la historia de una vida.
Nedda G. de Anhalt
Me atrevo a manifestar que Sara Martínez Castro nació predestinada a ser poeta y luchadora. Y lo digo por la enorme sensibilidad e ímpetu de justicia que emana de su persona y creación lírica.
Sara abrió los ojos al mundo en Cueto, pueblo pequeño de la provincia de Oriente, Cuba. Creció cerca de plantaciones de caña de azúcar, centrales azucareros que olían a melaza y tierras fértiles de labranza, tachonadas de árboles frutales y pastizales que alimentaban ganado vacuno, ovino, etc. Y en ese ambiente —de gallos que cantan en madrugadas que destilan perfumes de jardines caseros, flores silvestres y, no lejos, discurre, como el de José Martí, un arroyo murmurante— Sara estudió los grados primarios y superiores. En esa etapa de la existencia escribió poemas, los primeros, infantiles y juveniles. Luego cursó el preuniversitario (bachillerato) en la cercana, ciudad de Holguín.
Y, en pleno apogeo del castro-comunismo, a fines de la adolescencia, Sara y familia inmediata, luego de pasar vicisitudes y humillaciones, parten, como exiliados políticos, rumbo a los Estados Unidos.
Ya en tierras de libertad y asentada en la ciudad de Miami, sin dejar de hacer poesía obtiene un Asociado en Artes del Miami Dade Community College. Asimismo, toma cursos de literatura española e hispanoamericana en St. Thomas University y recibe un certificado de periodismo del Koubek Memorial Center de la Universidad de Miami.
Con Cuba, la Cuba que pretendieron arrancarle labora, entre otras actividades, como traductora y milita en la organización de lucha anticastrista Alpha 66, donde ejerce, hasta el presente, como coordinadora de asuntos culturales. Se asocia a grupos y peñas literarias del exilio y pronto su versificación valiosa, en la que predomina el soneto, se difunde en periódicos, revistas especializadas y son recogidas en antologías prestigiosas y obras compartidas, con otros autores. Y, como ella entiende que la ilustración es un formidable instrumento de lucha, contra las tiranías totalitarias, en la actual directiva del Pen Club de Escritores Cubanos en el Exilio, preside el Comité de Escritoras en Prisión.
En 1986, bajo el sello de Ediciones Hermes, publica el poemario titulado: La soledad detenida, que se inicia con una dedicatoria breve a su esposo y compañero de luchas en Alpha 66: A Diego, huésped de esta soledad. Años después, (1999) de forma repentina, fallece el cónyuge, Diego Medina, doctor en medicina, y padre de la, por entonces, pequeña Diana, fruto del amor de pareja. Entonces, en la atemporalidad en que el dolor anida habla con Diego:
Guardo silencio y el silencio puede / asirse a mi dolor como una brasa. / Estás presente, amor, por eso pasa / la angustia sin tocarme.
Sara Martínez Castro ha escrito; prosigue escribiendo poesía, pero, mujer ligada a la tierra nativa; creencias humanas y cristianas, jamás ha claudicado en sus principios. Por eso tomo como punto de partida la obra La soledad detenida, cuyos 45 poemas se agrupan en cuatro partes o capítulos. Pero, también, añado otros, en esta reseña, pertenecientes a su amplia producción creativa.
Guiándome por el sentir personal, comparto algunos versos de la autora, en los que vibra el hambre de la nostalgia, producto de lejanía y desarraigo no deseado; todo imbuido de amor, sentimientos patrióticos y sed de justicia, aún no realizada:
Y quien dice que quiero ser valiente / cuando no puedo ser la que yo era: / la muchacha que amó la primavera / y quiso florecer entre la gente.
En las pupilas de la poeta quedó, por siempre grabado, el desgajamiento que la sombría entelequia castro-comunista le impuso a la familia cubana. Y en el instante de la despedida; partida obligada que, en la memoria, nunca caduca, ella expresó con dolor de herida sangrante:
Tío Manuel quedó en la encrucijada, / más cercano a nosotros —pero hura-
ño—. / No quiso despedirse; ya hace un año / que lleva nuestra ausencia en la mirada.
No obstante, la esperanza, que no se rinde a la arbitrariedad, se proyecta en el deseo válido y dice:
Yo soñé con volver a mi pueblo, / con volver a ser yo en mis paisajes, / despertando mi ayer de colorines / de nuevo por el parque.
Plenamente convencida del abrigo y amor que la familia, con sabor patrio, brinda le rinde tributo a los que le dieron el ser:
Mi padre quedó huérfano muy niño / y a veces yo lo siento un poco huérfano, / a pesar de lo grande de sus manos, / a pesar de sus hombros de carrero…
Y pensando en la madre exclama:
Fui la primera de tu árbol / y la primera estrella de tu cielo, / la que adorno tu vientre de canciones / y de asombro tu pecho.
Sara Martínez Castro, consecuente con su condición de exiliada política, comprometida con la libertad al conocer, en 1970, la infausta noticia de la caída en combate desigual, en la provincia de Oriente, de Vicente Méndez, miembro de Alpha 66, escribe:
Vicente Méndez, coraje / de un guajiro soñador, / soldado fiel, con dolor / de patria emprendiste el viaje…
Y, aproximadamente transcurridos dos años, golpeada por la muerte, en cautiverio, durante heroica huelga de hambre del líder Pedro Luis Boitel (1931-1972), proclama, convencida de la inmortalidad de los justos:
Su corazón se fue de madrugada / para contarle a Dios nuestro martirio…
Tampoco, la poética de Sara, es ajena a las tragedias que ocurren en el mar, a causa de la salida de cubanos, en embarcaciones precarias, pugnando por escapar del “paraíso castrista que construye hombres nuevos”. Por eso, enterada que dos madres fueron rescatadas de un embravecido Mar Caribe, abrazando los cuerpos pequeños, ya sin vida, del fruto de sus entrañas, la pluma de la creadora, con lágrimas de dolor luctuoso, pide y ora por Cuba:
Hoy pido por la sangre sepultada… / Por el fondo del mar alucinado, / por tanto niño roto de repente / y la terca esperanza solitaria…
La soledad detenida y el resto del firmamento creativo de Sara Martínez Castro, con huellas profundas en el antes y el ahora que demanda justicia futura, conforman una obra necesaria que se inserta en lo mejor de la literatura cubana y obliga a citar al poeta inglés John Donne: Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.
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