Las Exploraciones del Atlántico Antes de Colón

Written by Libre Online

29 de julio de 2025

Un pueblo que tenía su asiento en el extremo oriental del mar Mediterráneo fue el primero en desafiar los misterios del Mar Tenebroso que era para los remotos habitantes del mar interior, el Océano Atlántico. Le siguieron otros del mismo mar primero y del norte después, hasta el advenimiento de los marinos portugueses.

Por HENRY CHAPIN y F. G. WALTON SMITH (1954)

Tres mil años acaso antes de Colón los hombres del antiguo mundo mediterráneo estaban explorando los límites de su temor y su ignorancia al avanzar valientemente en sus viajes mercantiles cada vez más al occidente, desde las civilizaciones sedentarias del Mar Egeo. Había muchas razones para estas pesquisas hacia el oeste, no todas motivadas por una noble curiosidad intelectual. 

El pueblo que más hizo por abrir nuevas sendas para la civilización era predominantemente un pueblo de traficantes mercaderes, los fenicios, cuya cultura era una mezcolanza de las del Oriente y Egipto y de las reliquias filisteas de la civilización cretense o minoica. No obstante, estos rudos marinos y comerciantes llevaban la delantera de los hombres de la antigüedad, poseían el espíritu de los exploradores a quienes obsedía el reto de la línea del horizonte y seguían nuevas rutas en busca de mundos nuevos.

Y hacían eso frente a la gran barrera del temor y la leyenda que marcaban las aguas allende Gibraltar como un lugar de muerte, una inmensidad ártica, un Mar Tenebroso, de fango coagulado, en suma, el peligroso borde del mismo mundo, una rápida corriente al borde de la nada. Con verdad se ha escrito que “una vaga sensación inquieta del mundo envolvente acosaba antaño la imaginación de los hombres como se advierte en las mitologías, los proverbios, las leyes, y las prácticas supersticiosas de todo el mundo”. Pero junto con esta amenaza, allende la última legua cartografiada estaba también la promesa y la excitación del renombre y las riquezas. Y esto es cuanto necesita el hombre que, de todos los animales, ha sido llevado al borde del conocimiento y ha contemplado lo desconocido. Apremiado por la presencia de la muerte, mide su ambición por el tic-tac del reloj, y de esta suerte, auto-impulsado, persigue planes e itinerarios siempre más allá de su alcance.

Pero contra las predicciones de lo fatal, los primeros hombres mediterráneos que asomaron sus aventureras narices de alto puente más allá de las Columnas de Hércules recogieron extrañas nuevas sobre el Occidente. El gran Río Océano, aún a esa distancia en el tiempo, arrastraba a las costas de España y Marruecos ocasionales señales de tierras desconocidas. Los pescadores locales de las playas atlánticas contaban leyendas de las Hespérides y las Islas Afortunadas. Esta cálida deriva en las bordadas más allá de Gibraltar donde el abrupto verde y rojo y amatista de las montañas hispanas se elevan desde el mar, acosaba su imaginación. No hay aventura posible para la mente que carezca de voluntad. 

El occidente era un imán aún antes de la época de Homero. Las Puertas de Gibraltar al mismo tiempo acogían a los espíritus de los muertos y las naves de los vivos. Nada podía impedir que el mundo conocido se expandiese allende su cuenca mediterránea a donde el gran Giro Atlántico vivificaba y entibiaba la fría extensión del océano occidental. La meta eran nuevas islas y valles fluviales no descubiertos, porque desde tales lugares habían florecido las antiguas civilizaciones en su tiempo.

De esta suerte el Mediterráneo occidental y más tarde el océano occidental se convirtieron en el salvaje oeste del mundo clásico, y su historia era un compuesto de realidad y ficción como la de la frontera ponentina en la América del Norte.

Pero ¿quiénes eran esos fenicios que zarparon de Sidón y Tiro para las Columnas de Hércules? Eran semitas que habían emigrado por tierra desde la costa del mar adyacente al Golfo Pérsico, siguiendo lo que se conoce con el nombre de “media luna de las tierras fértiles”, de un país montañoso que se extiende al noroeste desde Persia a través de Siria, hasta las costas del Mediterráneo oriental. Uno de los muchos grupos migratorios parecidos, se echaron particularmente al mar y se convirtieron en los portadores y traficantes a tierras distantes para los pueblos de tierra adentro del Cercano Oriente. 

Los fenicios eran una raza ruda y vigorosa y resistente de mercaderes-aventureros que más tarde desarrollaron grandes habilidades artísticas en metal y vidrio y tejidos para aumentar su dominio del comercio del Mediterráneo con las todavía bárbaras tribus griegas del Egeo. Los griegos les llamaban los “Hombres Rojos”, por su complexión atezada por el aire del mar. Los Hombres Rojos del salvaje oeste del mundo clásico pusieron proa denodadamente allende el Egeo, recorriendo todo el largo del Mediterráneo.

 Estaban a sus anchas en cualquier embarcación con remos y velas, y como los normandos después no consideraban largos ni la distancia ni el tiempo mientras pudieran seguir sus postas a lo largo de las costas y regresar con mercancías y aparejos.  Aunque las románticas historias de las Islas Afortunadas, de la Atlántida y de las Hespérides, eran atractivas como meras fábulas, es muy probable que los audaces y experimentados fenicios consideraran las tales leyendas como fundadas en hechos y dejaran la apreciación literaria a los eruditos. Sea como fuere, sin dejarse frenar por los temores de los hombres de tierra o las dudas de los doctos, se hallaban más allá del estrecho de Gibraltar mil años antes de Jesucristo. La atracción y el poder del desconocido río oceánico era demasiado fuerte para ellos.

No fue aquella una empresa accidental. Como hombres modernos que pensamos en términos de vapor y máquinas, presumimos con demasiada festinación que los viajes largos y difíciles eran imposibles antes de nuestra época inmediata. Pero esto no es más que una manera falsa de pensar, porque “largo” significa largo en el tiempo, y el sentido antiguo del tiempo era más lento que el nuestro, y el peligro, para hombres prácticos en su arte de navegar, no era diferente de día en día en el Mediterráneo que en el Canal de la Mancha.

En su mayor parte estos marinos primitivos navegaban a la vista y el alcance fácil de la costa, pero era obvio que en sus más largos viajes no era esto siempre posible. 

Sabemos que los fenicios tenían un conocimiento básico de la astronomía de su época. Sabían que la Osa Mayor y la Osa Menor giraban alrededor de la fija Estrella Polar. Usaban los marinos otras constelaciones, pero es improbable que emplearan siquiera una rudimentaria brújula—aunque si tal vez un sencillo astrolabio para medir el ángulo del sol sobre el horizonte. Una cosa si es segura: Tiro y Sidón eran una de las más antiguas de las grandes talasocracias o potencias marítimas conocidas en parte alguna del mundo, y la audacia y eficacia de sus navegantes no fueron igualadas en más de mil años. Como todos los pueblos de la faja caliente y de relativa catana de las aguas subtropicales que circundan la tierra, figuran entre los más grandes viajeros del amanecer de los tiempos históricos, junto con los árabes, los chinos y los polinesios.

Para hacer un poco más obvio este punto necesario de la actitud antigua hacia el tiempo y la distancia, trasladémonos brevemente a los comienzos de los barcos y rastreemos su origen y la difusión alrededor del mundo del diseño y construcción de embarcaciones. Las aguas litorales y los mares abiertos forman los caminos más naturales del mundo. Esta ruta marina conduce a nuevas tierras desde lar áreas hostilizadas o superpobladas.

Los hombres recorrieron grandes distancias en almadías, en canoas de troncos y en embarcaciones cuyos tablones eran atados con correas o cuerdas hechas de bejucos y cáñamos. Los medios de locomoción eran los remos y las velas cuadradas, además del uso azaroso de las corrientes oceánicas y los dichosos vientos alisios, porque no era mucho lo conocido o cartografiado.

Probablemente las primeras embarcaciones que dejaron la orilla fueron almadías como las que se encuentran en Polinesia, el Nilo y las costas occidentales de la América del Sur. Los juncos y la madera de balsa constituían admirables plataformas marineras en Egipto y Perú, y las más antiguas leyendas del Pacífico meridional hablan de hombres con barbas que llegaron de la tierra del sol en grandes almadías con velas. 

Por raro que parezca encontramos también que las leyendas de la América Central hablan igualmente de emigraciones similares desde el este. Sin tomar en consideración las opiniones sentadas por varias escuelas de antropólogos y geógrafos, parecería lógico que con la embarcación que tenían aquellos navegantes es muy probable que fueran llevados por los vientos alisios y arrastrados quiera que no por las grandes corrientes ecuatoriales este-oeste.

 Es también interesante notar que métodos precisamente análogos de hacer canoas de troncos con agua hirviente para suavizar la madera y luego con azuelas de piedra, se hallan en Birmania y la Columbia Británica. También los antiquísimos dibujos de botes de juncos o botes de balsa del Nilo, del Lago Tchad y del Lago Titicaca en los Andes, apenas se distinguen en el diseño y en la manera de atarlos. Cuán eficaces pueden ser las almadías de balsa en largos viajes por mar quedó ilustrado recientemente cuando seis científicos jóvenes escandinavos se hicieron al mar en una almadía así, la Kon-Tiki, recorriendo una distancia de 4,300 millas, desde el Perú a Polinesia.

Estas canoas de cañas probablemente se usaron en el Mediterráneo unos 3,000 antes de Jesucristo. Pero los egipcios pronto progresaron de los barquichuelos de juncos a los de tablones de pino, traídos del Líbano. Estas tracas eran biseladas en el borde interior, se le abrían huecos, y luego se las ataba fuertemente borde con borde con correas, de manera de hacer un casco relativamente liso y marinero. Tenían quillas enroscadas hacia dentro que formaban una proa buena para encallar en la playa o para golpear a una nave enemiga. 

El diseño de las embarcaciones noruegas posteriores sigue muy de cerca de la embarcación egipcia primitiva. Botes cosidos se han hallado en Finlandia, Laponia, Noruega y las Islas Shetland todavía en el siglo XVII. Un aspecto interesante de las primitivas embarcaciones mediterráneas en uso alrededor del año 1,000 a. de J. era la “A” o mástil hueso-de-pechuga hecho de dos vergas unidas en lo alto con los extremos inferiores atados a las bordas opuestas. Este método primitivo de aparejar barcos que se derivaba de una escasez de madera en los primeros tiempos se difundió hasta Birmania y la Cochinchina, donde la construcción, sin cuadernas y los mástiles en forma de “A” se usaron posiblemente ya unos 2,500 años a de J.

Antes de dejar los anales primitivos de la construcción naval que en gran medida tienen que ver con fuentes egipcias vale la pena mencionar que estas embarcaciones mediterráneas tenían ojos pintados en la proa como magia contra la influencia hostil de la tierra y el mar. También usaban esto los barcos chinos; y en las sagas nórdicas de la época de Erico el Rojo en Groenlandia, el viejo Erico le echa una reprimenda a Leif su hijo por no vendar los ojos de la cabeza de dragón de su barco no fuera a traer mala suerte extranjera al puerto doméstico de Groenlandia. 

Diremos de pasada que Chatterton en su obra Los Barcos de Vela y su Historia, menciona que “hay muchos puntos de semejanza entre los barcos escandinavos y ciertos bajeles fenicios de alta mar, del año 1,000 A. de J. y existen tallados en roca de la Edad del Bronce en Suecia, de largas embarcaciones con mascarones y arietes de proa casi idénticos a embarcaciones del África oriental, halladas en el lago Victoria Nyanza”.

¿Qué prueba todo esto? Ciertamente que no prueba una relación exacta entre pueblos muy distantes que pudiera llamarse definitiva. Pero allende cualquier duda estas y otras muchas pruebas más de que disponemos demuestran que había una extensa difusión de técnicas similares de construcción de barcos en escala mundial, dos o tres milenios antes de la era cristiana.

Esperamos que esto ayude al hombre de mentalidad moderna, de la edad del vapor y la máquina, a comprender que la velocidad no fue nunca una necesidad antigua, que la seguridad era relativa y no muy tomada en consideración por los pioneros del amanecer de la historia, y que los aventureros inteligentes y adaptables disponían de medios para costear millares de millas o hasta quizás para dejarse llevar sobre grandes distancias de mar abierto en embarcaciones que permanecían a flote y conducían provisiones suficientes para largos viajes.

Es posible que el hombre mediterráneo antes del alba de la historia—digamos los antepasados de los egipcios—hacían largos viajes con el viento, ayudados por la corriente ecuatorial, a lejanas islas en el Atlántico.

Empecemos, de todos modos, nuestra crónica atlántica con los descubrimientos reales hechos por los fenicios, que cruzaron el Estrecho de Gibraltar por lo menos mil años antes de Jesucristo para olfatear las nuevas que reservaba el océano occidental. La ciudad provincial de Cartago, colonia de Tiro, constituía un perfecto trampolín para nuevas exploraciones más al oeste. Hacia el año de 1,100 a de J., mercaderes fenicios fundaron la ciudad de Gades, hoy Cádiz, allende las Columnas de Hércules en la costa atlántica de España. Hallaron ya en existencia la vecina ciudad de Tartesos, o Tarshish, pero al cabo de pocos años no oímos nada más sobre Tartesos. 

Los denodados comerciantes del mar interior quedaron con el pleno dominio del estrecho, y como todos los mercaderes, estaban resueltos a conservar esa ventaja. Esos hombres eran traficantes, no muy interesados en la ciencia, la literatura o las artes, a menos que sirvieran para fomentar las empresas comerciales. Pero abrieron el camino para que lo siguieran civilizaciones más sutiles. Plantaron colonias en Sicilia, en el sur de Francia, en el norte de África y en España, y posiblemente hasta donde llegaban sus rutas comerciales, el Canal de la Mancha. Wadell ha sostenido con buenos argumentos que los fenicios fundaron a Londres y fueron los verdaderos dominadores prerromanos de la Inglaterra sudoccidental. La imagen de Britania puede hallarse en muchas monedas fenicias excavadas del suelo inglés. También se han hallado en Inglaterra marcas de vasos y símbolos hititas, del sol y de la cruz en Inglaterra.

El poderío de Tiro como gran ciudad-estado se derivaba en gran medida del comercio occidental del estaño procedente de las Islas Británicas y la plata y el cobre extraídos de las minas españolas y de las pesquerías de atún de las costas orientales del Atlántico. Las colonias fenicias de la Europa occidental, varios miles de años antes de nuestra era, comenzaban a nutrirse de las ricas cosechas del gran río oceánico que traía su calor del lejano Caribe y lo vertía a lo largo de las costas de España y Francia y Cornwall. Para el año 500 a. de J Cartago era la dueña indiscutida del Mediterráneo occidental y de las aguas occidentales allende el estrecho. 

Los últimos exploradores libres, que no estaban bajo el dominio de Cartago, y que hicieron viajes al Atlántico fueron dos griegos mediterráneos. Midacritus costeó la bahía de Vizcaya hasta el Canal de la Mancha, y Euthymenes puso proa al sur desde el estrecho de Gibraltar llegando hasta el Senegal en el siglo VI a. de J. Poco después de estos viajes dos grandes expediciones bajo la égida de Cartago partieron de Andalucía. Himilco y Hannón eran gobernadores de esta provincia, y como sus predecesores griegos uno fue hacia el norte y el otro hacia el sur.

Continuará la semana próxima

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