LOS BAILADORES

Written by Libre Online

22 de julio de 2025

Por Eladio Secades (1951)

El danzón viejo tenía la vanidad de su línea, el orgullo de lo clásico; lo sostenía en alto un afán criollo de estética. Lo único que no se les podía perdonar a algunos bailadores de entonces era –por cursi– la creencia de que para ser espada en el danzón había que tener el pie pequeño. El calzado de botones con la puntera afinada respondía con una parada en seco y un bonito paso adelante, al compás de silencio que enseguida violaba el timbalero en un raid heroico sobre el pellejo del chivo. Eran otros tiempos. Y eran otros hombres y también otras costumbres. Entonces en el escenario del ‘Payret’ Esperanza Iris enseñaba un pedazo de pierna y otro pedazo de liga rosada en “La viuda alegre” y las señoras honradas sonreían con malicia y se cubrían medio rostro con el abanico. 

El abanico de aquellas señoras (que eran gordas sin saber que con el tiempo los cirujanos plásticos harían flacas a domicilio) servían para llevar el ritmo de una coquetería ingenua para que los enamorados escribieran terribles cuartetas en las varillas. Las señoritas modernas de hoy frecuentan la playa, usando trusas sintéticas, han canonizado aquel muslo perverso y lleno de polvo de Esperanza Iris, y de paso, le han arrebatado a la vida la deliciosa emoción de lo que por no verse, se adivina. 

Las bañistas de esta época han arruinado también el negocio de los Follies enseñando las piernas de gratis. Con lo que tenemos que las muchachas de su casa les han arrebatado el pan a las segundas tiples. Dando más, por menos dinero. Que es practicar el sistema de competencia innoble y ruinosa. El baile ha ido dejando rápidamente de ser un delicado renglón de la vida social para convertirse en motivo de exhibición y lucimiento. 

Ahora en los cabarets y en los salones distinguidos hay un tipo de bailador que de pronto suelta a la compañera y en un ensayo de epilepsia se agacha un poco y estirando los brazos se agarra a una silla o a una columna, o a la mujer de cualquier amigo. Uno podría pensar que para la compañera esto constituye un abandono y un vejamen, pero enseguida se convence de lo contrario cuando ella mueve rápidamente los hombros, se ríe de buena gana y lo anima con el delicioso reconocimiento de que es un bárbaro y que se le escapó al diablo. Lleva el modernismo un trote tan rápido, que en los teatros para familias decentes llegaremos a ver “La Danza del Abanico”. Sin abanico.

Nosotros creemos que bailamos bien. Por eso huimos del tumulto anónimo y cuando pensamos que algunos curiosos nos miran, largamos el alma por los calcañales y suponemos con vanidad ridícula y vernácula que estamos echando e”… Casi todos los grandes bailadores tienen mucha agilidad en la cintura y ninguna en la mente. Loque justifica que mientras se baila, se dicen las mayores tonterías.

Las muchachas de ahora necesitaban un pretexto social y decorosos para ir a los lugares de diversiones sin el freno materno. Y crearon la chaperona. La chaperona es una especie de celestina amateur. Es decir, por amor al arte. Espíritu de orden que conduce al desorden de una excursión de juventud a un cabaret o un merendero. Merendero es el lugar donde la floresta adquiere categoría de hospedaje. Y donde las parejas se pierden en la soledad como los niños en los tumultos. La chaperona señala la ruta, impone un horario y termina llevando el rebaño cansado a dormir. Por eso la chaperona llega a contraer mentalidad de intérprete de turismo. 

El intérprete de turismo es el divulgador del paisaje por la vía oral. Es el maestro de ceremonia de la historia. En Cuba los buenos intérpretes, tratando de aprender inglés, han olvidado el español y entonces se han dedicado a manejar grandes automóviles donde se apretujan tocando las maracas diez o doce forasteros que han acordado por unanimidad, que el ‘Sloppy’ es el más importante de nuestros monumentos nacionales. Y que ese sol cubano que tanto ha anunciado en sus folletos la Comisión de Turismo es el mismo que sale en Filadelfia. La chaperona es la regulación de la moral inútil. Es el respeto de todos, sin llegar a ser el respeto de alguien. Porque la chaperona, al cabo es una madre de quita y pon. Cuando empieza la música, se queda sola en la mesa. O filosofando con el joven que por ‘pesao’ o por feo, o por mal bailador, ha perdido la compañera. 

Las señoritas que dejan plantado al compañero que baila mal, casi siempre terminan casándose, con un hombre que no sabe bailar. Y exhiben como trofeo la formidable prueba de amor que para ellas significa haber dejado el baile. Hay chaperonas que creen que el alma no envejece nunca. Y con del vapor del segundo trago se deciden a marcar un danzón. Cuando se ponen de pie, arreglándose la faja, dicen que van a ver si se acuerdan de su tiempo. Se acordarán, si tienen buena memoria.

Los bailes han cambiado. Los bailadores, en el fondo, siguen siendo lo mismo. Todavía quedan los que en el descanso se abotonan el saco, se secan la frente con el pañuelo y descubren que es el verano más fuerte que recuerdan. La compañera enseguida moverá la cabeza de abajo a arriba en señal de aprobación, abrirá los ojos en prueba de asombro. Y dirá esta serie de tonterías que todos decimos: “dime tú si esto es ahora, que será en agosto”, que “parece que va a llover” y que “ojalá, porque está haciendo falta”. Sucediendo una de esas pausas que nunca falta en las entrevistas con las cupletistas españolas y con los diplomáticos de paso para México.

Es preciso no saber bailar y adoptar la aburrida postura de espectador, para comprender lo mal que bailan los demás. En el tango la mujer debe desmayarse lánguidamente en los brazos de un hombre. Lo que después de todo es el destino humano de todas las mujeres. Si en ese desmayo la compañera es bonita, el tango tiene algo de aventura galante. Si es vieja o fea, entonces el tango tiene algo de accidente. El pasodoble es una marcha alegre, urgente que nos eriza y que nos recuerda que den el colegio nos dijeron que debemos querer a España. Es la gimnasia musicalizada de una raza que cuando tiene prisa, no sabe a dónde va. 

En el pasodoble el hombre no lleva a la mujer; la empuja. La vuelta del pasodoble no habrá logrado su objetivo de digestión heroica en la romería, si el hombre no se echa el sombrero hacia atrás y a la mujer no se le sale un pedazo de refajo.

Hay bailadores que echan el pecho hacia adelante y esconden en sí mismo la barriga, como si les estuviesen cayendo gotas de agua en los zapatos. Otros pasan sonriendo y enseñando la dentadura, cual los anuncios de las cremas dentífricas. Los hay que llevan cara de pena como si por compromiso estuvieran bailando con la esposa de un amigo. Cuando la esposa todavía está enamorada del amigo. 

Yo sé de personas que tienen del baile el concepto de maratón. Y van a la fiesta con la pretensión de no perder una sola pieza. Cuando terminan tienen los pies hinchados y empapadas las axilas. Pero eso no lo toman como un aviso de que deben darse un baño, sino que lo exhiben como testimonio de que se han divertido mucho. La danza apache es el pugilismo instrumentado. Es la filosofía coreográfica de la danza. Que necesitan algunas mujeres para entrar en razones. Por eso siempre en la danza apache el hombre termina metiendo a la mujer debajo de una mesa de una bofetada. 

Ya va pasando de moda el ‘swing’ que no es ni más ni menos que una degeneración del foxtrot. Como la falta de una degeneración de la hamburguesa. El ‘swing’ fue el pasatiempo de una generación tonta de remate. Era saltar la suiza sin cuerda. La muchacha en el ‘swing’ dejaba de ser bailadora para convertirse en atleta desmesurada por la fatiga. Después del quinto ‘swing’, la señorita más deliciosa podía oler a chofer de taxímetro. Puede aceptarse como tema que el jazz es la taquicardia de América. La humanidad dejó atrás el vals. Hoy solo lo bailan los diplomáticos viejos. Hay tipos que no bailan, no fuman, no beben, ni se disgustan, ni se levantan tarde. Son los que sostienen los diarios y revisan las secciones de crucigramas.

De una generación que ha llegado a lo estridente en las modas y en las licencias sociales, tenía que esperarse un baile a tono con tanta mamarrachada y con tanto exceso. Y un día apareció el mambo. Que parece la inspiración loca de una mente enfebrecida por la maldita yerba. El mambo es la música con crisis espasmódica. La canción debe tener letra muy corta y el bailador el saco muy largo. La pareja se separa y cada cual hace lo que le da la gana. Como en los matrimonios modernos. 

El mambo tiene resuellos de asmático, brinco de boxeador y es el único baile cuyo dominio requiere más corazón que oído. El mambo no fue inventado antes, porque a nadie se le había ocurrido el espectáculo entre ridículo y atlético de una verbena en el patio de un manicomio.

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