Capítulo II
Con flores a María que madre nuestra es… a coro, incentivados por las preñadas Piedad Piedra y Galatea Galatraba, entonó la fila de ancianos de los niños que fueron. En la tarde había llovido y el olor a lluvia persevera en la noche de mayo.
Florencio Flores depositó su rosa a los pies de la maltrecha imagen de La Inmaculada Concepción de la Virgen María; rebautizada popularmente, a raíz de la reaparición milagrosa, como La Virgen de la Charca. Le habían precedido Romerico Romero, Fortunata Fortuna y Ramón Ramoneda.
Ya no somos doce, pensó. Aunque siento su presencia Rosalía Rosado no está. Tampoco me sigue Candelario Candela. Levantó la mirada y le saludó, junto al altar, la sonrisa centenaria del sacerdote Casto Castor y la vejez del encorvado monaguillo Carmelo Carmenate. Luego, completando la cifra de diez, vinieron las rosas de Quintín Quintero, Consuelo Consuegra, Hernando Hernández, Paloma Palomares, Laura Laureado y Silvia Silverio.
—¡Niños, más fuerte! Que nuestro canto desagravie a la Virgen -alentó Piedad Piedra.
—Ella los escucha -secundó Galatea Galatraba.
Con flores a María que madre nuestra es… y las dos ancianas, próximas a los nueve meses de embarazo atestiguaron, en el calendario del presente continuo, que a pesar de golpes, roturas y manchas de hongo, el rostro marmóreo de la imagen ultrajada se humaniza cuando la chiquillada de antaño, con voces cascadas de tiempo, la agasaja… Con flores a María que madre nuestra es…
Concluida la ceremonia el cura Casto Castor, a las puertas del templo, despide a los feligreses. Florencio Flores le saludó y trató de alejarse.
—Aguarda. ¿Por qué te vas tan de prisa? -el cura lo retuvo.
—Florencio, conocedor del propósito, lo enfrentó.
El pequeño e inquieto Florencio -exclamó el sacerdote y, siguiendo la costumbre le acarició la cabeza de cabellos blancos-. Pronto repetirás la primera comunión.
Florencio, mirando al piso, permaneció callado. El cura acercó el rostro y le susurró al oído.
—Rosalía Rosado, aunque no se haga visible, te acompañará. Estará, como siempre ha sido, en día tan señalado, con todos nosotros.
Florencio Flores apretó los labios seniles y asintió con un movimiento de cabeza.
—Ahora, más que nunca, debemos mantener en alto nuestra fe y esperanza. La existencia deseada por todos se hace palpable desde el rescate de la imagen de la Inmaculada Concepción de la Virgen María; el milagro inmediato de los embarazos de Piedad Piedra, Galatea Galatraba y el destierro, casi total, de la muerte. Avanzamos, desandando el camino, en pos de restablecer la estabilidad ciudadana, felicidad individual y familiar que el contagio epidémico de las promesas de futuro; por vía fluvial y bajando de las lomas, diseminó en Santa Clara con resentimiento acumulado y ponzoña de venganza -reafirmó el cura.
***
El cielo se encapotó tempano. Siguieron los truenos; vino el olor a lluvia y reventó el aguacero.
Rosalía Rosado y Florencio Flores yacen desnudos en la penumbra del rancho varentierra, erigido al pie de un campo de labranza, propiedad de Florentino Flores, padre de Florencio, donde se guardan útiles de trabajo; almacenan frutos, sacos de viandas y frijoles, listos para ser ofertados en el mercado del pueblo. Acaban de hacer el amor. El sudor patina en los cuerpos jóvenes y el jadeo de sexo radiante interioriza la pasión compartida. El techo del rancho amortigua el golpe de la lluvia.
Rosalía Rosado durante la niñez, a pesar de haberse comprometido sentimentalmente con Florencio Flores, cumplió con la condición de que se impuso y exigió: Sí… pero no puedes agarrar mi mano ni besarme. Tampoco nadie puede saberlo… Somos niños…
No obstante, rebasada la infancia, caricias y besos llenaron la adolescencia de ambos, aunque las relaciones íntimas no llegaron hasta semanas después que Rosalía se graduó de maestra y empezó a ejercer la profesión en una escuelita rural; no lejos de la finca de la familia Flores.
Florencio, concluida la enseñanza secundaria, amante de la naturaleza, los espacios abiertos y labores manuales, tomó cursos de agricultura avanzada; técnicas para la cría provechosa de animales domésticos y clases de mecánica general, incluyendo la carpintería. Al final aplicó sus conocimientos en el negocio familiar.
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