Por María C. Rodriguez
ERAN LAS TRES DE LA TARDE…
Eran las tres de la tarde
cuando mataron a Lola
y dicen los que la vieron
que agonizando decía:
Yo quiero ver a ese hombre
que me ha quitado la vida
yo quiero verlo y besarlo
para morirme tranquila.
Lola, es el nombre de una leyenda popular cubana.
El crimen, según se cuenta, ocurrió a las tres de la tarde de un día del año 1948. Su autor fue un médico famoso que pensó que el incidente, dada la mala vida de la occisa, ocuparía apenas un par de párrafos en la crónica roja de los periódicos de entonces, sin saber que quedaría grabado para todos los tiempos.
No podía imaginar el sujeto que el presidente Ramón Grau San Martín, ya a fines de su mandato, que concluyó el 10 de octubre de 1948, iba a referirse al suceso en uno de sus discursos. Dice el mensaje que el mandatario interrumpió sus palabras, miró su reloj y anunció al auditorio que eran ya las tres de la tarde. Precisó: “La hora en que mataron a Lola”.
Ese comentario tan simple, pero relevante por haberlo expresado el Presidente de la República, repercutió de inmediato y quedó acuñado en el imaginario y la memoria colectiva de los cubanos, al punto de que no hay oriundo de la Isla que no sepa la hora en que mataron a Lola. Como si eso fuera poco, una canción, digamos con exactitud, un bolero-son, se encargó de perpetuar el incidente: “Eran las tres de la tarde…”
Si bien la historia de Lola podría ser un simple mito urbano, lo cierto es que su “muerte” a las tres de la tarde sigue marcando la forma en que los cubanos se refieren a esa hora del día. Al final, poco importa si Lola existió o no: su legado sigue vivo en el habla popular y eso, en un país como Cuba, es una forma de inmortalidad.
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