Ignacio Piñeiro, el poeta del son y para muchos el verdadero padre del son

Written by Alvaro Alvarez

1 de julio de 2025

Por Álvaro J. Álvarez. Exclusivo para LIBRE

Ignacio Piñeiro nació el 21 de mayo de 1888 en el barrio Jesús María, pero unos pocos años después se mudaron para el barrio Pueblo Nuevo (limitado al norte por Zanja, al sur por Manglar, al este por Belascoáin y al oeste por Infanta) en la capital cubana. Ambos barrios con un marcado ambiente cultural afrocubano.

Tanto el barrio Jesús María como Pueblo Nuevo son considerados como santuarios de la música cubana, germen de la llamada cultura sincrética, donde la fusión de ritmos da lugar a nuevos sonidos que Ignacio absorbió desde la infancia, desde su primera participación cantando en coros infantiles. En esa época de los albores del siglo XX, estaban prohibidas por el gobierno de Cuba las expresiones musicales con tambores afrocubanos. En tales circunstancias, para la producción del ritmo, tan característico de la música cubana, había que limitarse al uso de las claves, o incluso recurrir a la tenue percusión producida por la caja de un banyo (banjo) sin cuerdas. 

Hijo de una familia modesta, el asturiano Marcelino Rodríguez Sánchez natural de Grado (27 km al oeste de Oviedo, Asturias) y de Petrona Martínez una negra cubana. Nunca se casaron.

Marcelino tenía un Tren de Coches y Quitrines de paseo en La Habana Intramuros.

Su hermano Prudencio nació el 5 de noviembre de 1893.

Ignacio hizo sus primeros estudios en el Colegio público Niño de Jesús, ubicado en la calle Soledad esquina a San Miguel, donde aprendió a hacer composiciones poéticas. Luego pasó a otro en Carlos III y Marqués González.

Al salir de la escuela frecuentaba los cabildos de los barrios negros de la ciudad.

Su primer oficio fue bañar caballos en el Malecón Habanero, por eso resultó testigo de la voladura del acorazado Maine el 15 de febrero de 1898, cuando aún no había cumplido 10 años.

Según algunos estudiosos durante el período de 1882 a 1908, la mayoría de los emigrantes españoles que se dirigían a América optaron por asentarse en Cuba. Hacia finales del siglo XIX, los gallegos y asturianos encabezaron esa emigración que llegó hasta la primera mitad del siglo XX y que tiene su apogeo en la década de los 1930.

En 1906 Ignacio Piñeiro ya había asimilado los distintos toques de los cabildos africanos que existían en el barrio Pueblo Nuevo, y que más tarde incorporaría a algunas de sus creaciones. Piñeiro inició su carrera artística con los coros de clave de Jesús María y Pueblo Nuevo. Allí en Jesús María era muy conocido La Maravilla y en La Habana Vieja, El Tronco; La Llave de Oro y El Arpa de Oro. Cantó con El Timbre de Oro como improvisador y decimista, siempre usando un guía que le decían clarín o clarina, se hacía a 4 voces, dos mujeres y dos hombres.

Posteriormente dirigió Los Roncos de Pueblo Nuevo, grupo en el cual ejerció de decimista y director, a la vez que dio sus primeros pasos como compositor y donde tocaban la clave, pasacalles, rumbas y más tarde, son. Había mucha competencia, por ver quien era el mejor. Se trasladaban de un lado a otro, recorriendo barrios, aquello parecía una conga de negros. Todo era trasmitido de boca en boca, como se transmite casi toda la música tradicional. Ellos no contaban con escuelas, la escuela era ellos mismos.

Aún en esta primera época de su carrera musical, ingresó en el grupo Renacimiento, también de Pueblo Nuevo.

Además, El Paso Franco y la comparsa El Barracón (donde en 1937 estuvo Chano Pozo). Para estas agrupaciones compuso muchas claves y guaguancós como: El Edén de los Roncos, El Desengaño y Dónde Estabas Anoche. 

Dichosa Habana, compuesta por Ignacio en 1925 y grabada con el título Iyámba beró por el Trío Villalón en 1925.

Piñeiro siempre fue una fuente que desbordaba música, le sacaba una poesía o una décima a cualquier cosa y muchas se perdieron porque no las escribía, las memorizaba y después las hacia sones, rumbas y dominaba la lengua africana (lucumí o carabalí). En él sobresalía el talento y el buen tino sonoro y en 1926 había compuesto numerosas canciones abakuá, entre ellas la que grabó con María Teresa Vera (1895-1965).

Según el santiaguero Eduardo Hernández (Nandín), que era muy amigo de Ignacio, plantea que Piñeiro dijo sobre María Teresa: “Era una mulata preciosa”, y luego Nandín agregó: “Piñeiro siempre estuvo enamorado de ella”.

El año 1926 fue un año importante en la vida de Ignacio, diríamos trascendental por motivos personales y también por motivos profesionales. En ese año su padre, al cual estaba muy unido, regresó a su Asturias natal. Este acontecimiento le marcó hasta tal punto que compuso, en ese mismo año y en recuerdo de su padre, la letra de la canción Asturias Patria Querida, sobre la cual hablaremos más adelante.

Benito Vega, de Pinar del Río y dueño de la Academia Habana Sport, le dijo a Piñeiro:

Yo sé que usted tiene una partida de números sacados. Hay 300 parejas bailando en la Academia, ¿Por qué usted no inventa una Guajira para que esta gente lo baile? Entonces Piñeiro sacó Alma Guajira, la primera Guajira que se hizo bailable en el Son. 

Durante esa época y a consecuencia de una pequeña guerra entre compañías discográficas, tuvo que aprender rápidamente a tocar el contrabajo para integrar el Sexteto Occidente, grupo que estaba organizando María Teresa Vera, quien fue su mayor ayuda para aprender a tocar el contrabajo. Los otros músicos eran: María Teresa Vera en la guitarra; Miguel García, cantante; Julio Torres, en el tres; Manuel Reinoso, en el bongó y Francisco “Paco” Sánchez, en coro y las maracas.

No habiendo en aquella época en La Habana estudios de grabación de calidad suficiente, realizaron su primera gira a Estados Unidos cuyo principal objeto fue grabar un disco con esta agrupación. Salieron en el barco de pasajeros Habana Red. Tocaron en el Teatro Apolo de Nueva York, lleno totalmente de un público entusiasmado. La Columbia Récords de Nueva York quería contrarrestar de esta forma el auge que estaba teniendo en La Habana el Sexteto Habanero, grupo contratado por la RCA Víctor. La Columbia Récords le grabó:  Cabo de la Guardia y No me engañes. También cumplió contratos con las compañías disqueras Brunswick y Odeón.

El ciclón de 20 de octubre de 1926 atrapó a María Teresa y el Sexteto Occidente en Nueva York, sin embargo, cuando el barco donde venían atracó en el muelle del puerto, La Habana estaba allí, sacudida, desgarrada, pero insumergible.

De cualquier manera, el Sexteto Occidente tuvo una vida efímera, de meses, no tuvo el éxito que la Columbia esperaba.

Ya formando parte del Sexteto Occidente le grabaron sus sones: Esas No Son Cubanas, Sobre una Tumba una Rumba, En La Alta Sociedad, El Genio de la Fiesta, No Tumbo Caña y otros.

Esta agrupación sonera gozó de gran éxito y popularidad dentro y fuera de Cuba, realizando presentaciones en distintos escenarios, desde teatros hasta las más famosas academias de baile habaneras.

Indudablemente, esta fue la etapa, en la que Ignacio se desarrolló como compositor y se adentró en los secretos sonoros de la rumba, algo fundamental para su visión creativa y renovadora del son, al que llegó incluso antes de integrar el Sexteto Occidente.

Finalmente, cuando llamaron a María Teresa para tocar en los Aires Libres del Hotel Pasaje, ella inesperadamente, le vendió el Sexteto Occidente a Ignacio que luego el 23 de diciembre de 1927 pasó a conocerse como el Sexteto Nacional y ella dejó de actuar, se cree que debido a su religión afrocubana (Santería).

Otra versión fue que María Teresa Vera cantó caprichosamente En La Alta Sociedad provocando que altos dignatarios de la potencia Efori Enkomó se disgustaran y decidieran no otorgarle a Ignacio la Moruá Yuanza para la cual estaba propuesto, que era un cargo de suma importancia debido a que era quien dirigía los cantos convocando a los Diablitos a bailar. María Teresa viendo el peligro que podía correr por profanar, cantando esa canción, se hizo santo y es allí donde se le advirtió que dejara por algún tiempo la agrupación.

El son nació en la provincia de Oriente, concretamente en Santiago (Son Santiaguero 1920). Con la entronización del son en La Habana apareció el Sexteto Habanero y, más tarde, el grupo en el que participó Ignacio, el Sexteto Occidente (ampliando sustancialmente la zona de influencia). Con esta denominación Ignacio logró la integración del género son como realidad de toda Cuba: ni Santiaguero ni Habanero, le puso Sexteto Nacional. porque tenía músicos de todas partes de Cuba y se formó en Pocito #56-D altos entre Oquendo y Soledad en Pueblo Nuevo.

El Sexteto Nacional lo integraban: Juan de la Cruz, primera voz y clave; Bienvenido León, segunda voz y maracas; Francisco González Solares (Panchito Chevrolet) en el tres; José M. Carriera Inciarte (El Chino), en los bongó; Alberto Villalón en la guitarra y el propio Ignacio que lo dirigía y tocaba el contrabajo. 

El son habanero Las Cuatro Palomas de Ignacio Piñeiro fue grabado por primera vez en Nueva York, el 21 de octubre de 1927 por el Sexteto Habanero, además grabaron Esas No Son Cubanas y una semana después el Sexteto Nacional la grabó también en Nueva York.

Como verán existía un intercambio fraternal de temas musicales, una sana rivalidad artística entre las agrupaciones. Ya el 2 de septiembre de 1926 el propio Sexteto Habanero había cantado Yo No Tumbo Caña, otra obra de Ignacio y cantada en Nueva York por Rafael (Piche) Hernández y en La Habana, el 19 de marzo de 1927 el son Meneíto Suave cantado por Abelardo Barroso.

Fue en diciembre de 1927 cuando Ignacio le incorporó la trompeta de Lázaro Francisco Herrera (el Jabao o el Pecoso) a la percusión, la voz y las cuerdas. Ese instrumento de viento había sido hasta entonces un elemento inédito en el ambiente sonero. Entonces le cambió el nombre para Septeto Nacional al que se le atribuye la expansión del son antes de Arsenio Rodríguez. 

En 1927 el Septeto Nacional debió de grabar en Nueva York y fue entonces que se incorporó Abelardo Barroso como cantante, sustituyendo a Juan de la Cruz.

El Septeto Nacional se convirtió en una de las agrupaciones más importantes en la historia del son.

Aunque incursionó en diversos géneros su mayor aporte fue su labor de experimentación con el son, la guajira y modalidades rítmicas de origen afrocubano como el guaguancó, lo que posibilitó la evolución y desarrollo de este género y la aparición de modalidades como la guajira-son.

Todas fueron fruto del talento y el buen tino sonoro de alguien que navegó como pocos en las ancestrales aguas de la nacionalidad musical cubana y se convirtió, hasta hoy día, en un obligado referente de la rumba y del son.

Ignacio, debido a su escasa instrucción y a las necesidades económicas, se vio obligado a alternar su trabajo musical con los oficios de carpintero, tonelero, fundidor, tabaquero, jornalero en los muelles y hasta albañil cuando le llamaron para colocar mármoles en el Capitolio Nacional.

Agustín Gutiérrez Brito (1898-1983) conocido por Manana era ahijado de Ignacio y su ayudante de albañil y contaba que Piñeiro era muy bueno y rápido colocando mármoles y azulejos. Luego se fue para Oriente y allí aprendió a tocar los bongos y canto abakuá, incorporándose entonces al Septeto Nacional como bongosero y bailarín. Fue el creador del ritmo Martillo en el bongó.

Según músicos y amigos de Ignacio contaron sobre su facilidad para componer: “por ahí pasaba una madama y te sacaba un guaguancó, sacaba una canción por cualquier cosa y luego le pedía a Lázaro que se la copiara y le pusiera música”.

Según Lázaro Herrera: “muy inteligente para sacar un numero en el momento, era muy espontáneo, le dictaba y él escribía, nunca estudió música, pero era un armonista grandísimo, el estilo cubano lo tenía dentro de su cabeza, mezcló el son con el guaguancó y la poesía”.

Entonces, ¿De dónde le viene el apellido Piñeiro?, según se dice, con aciertos de veracidad, él y su hermano Prudencio Rodríguez, trabajaban transportando mercancías desde los muelles del puerto habanero hasta la bodega de un español de apellido Piñeiro.

Ambos muchachos acarreaban en rústicos carretones el cargamento. Los vecinos del barrio solían comentar cuando divisaban a los hermanos obreros portuarios, ¡Ahí llegan los Piñeiro! refiriéndose, por supuesto, al dueño de la bodega. Con el tiempo, fueron conocidos como “Los Piñeiro”, y así, Ignacio, adoptó ese apellido artístico como propio.

Como ya sabemos, Ignacio movido por la tristeza de un hijo que ve cómo su padre abandona Cuba para regresar a su tierra natal, compuso la letra del Asturias, Patria Querida y la canción se popularizó muy rápidamente en La Habana y así comenzó a tocarla en todas las fiestas de la Sociedad Asturiana y en los Jardines de La Tropical y La Polar. Es así como la canción, durante los dos años siguientes, se popularizó en La Habana y llegó hasta España fruto de la emigración y la comunicación que había con Asturias.

El Septeto Nacional partió de La Habana el martes 18 de junio de 1929 en el buque S.S. Cristóbal Colón hacia Nueva York donde llegaron el viernes 21. La intención era realizar algunas grabaciones con la Columbia Récords, para continuar finalmente hacia España.

Por una mala maniobra en la bahía de Nueva York el barco encalló y sufrió averías en sus máquinas. Esto impidió que pudieran bajar a tierra como estaba planificado, motivo por el cual no realizan las grabaciones contratadas desde Cuba.

Durante la espera de tres largos días que duró la reparación del barco fueron visitados por algunos empresarios de la Compañía Columbia y amigos. Piñeiro que había comenzado a escribir en Cuba, Suavecito, lo continuo allí y se lo dedicó a la hija de su compadre de Nueva York, porque, a la hija del amigo le gustaba mucho y cuando los visitaba en el barco hasta llegó a bailar en los ensayos del número. Aunque Suavecito lo terminó de escribir en Sevilla.

El joven cantante José “Cheo” Jiménez (sustituto de Abelardo Barroso) con sólo 18 años, falleció el 2 de julio a bordo del barco, entonces hicieron un sarcófago de zinc bien cerrado, envuelto en la bandera cubana y al mediodía lo lanzaron al agua, en pleno Océano Atlántico.

El Septeto Nacional llegó al puerto de Vigo en los primeros días de julio, integrado por: Piñeiro, director y contrabajo; Juan I. de la Cruz, voz prima (tenor) y claves; Bienvenido León, voz segunda y maracas; Francisco González Solares (Panchito Chevrolet) en el tres; Agustín Gutiérrez Brito (Manana) bongosero; Eutimio Constantín Guilarte, guitarra y Lázaro Herrera Díaz, trompeta.

En sus presentaciones actuaron además la pareja de baile conformada por el bongosero Agustín Gutiérrez y Urbana Troche, así como las rumberas Mercedes Rodríguez, Esther Hernández y Mercedes Lozano. En Vigo fueron recibidos por el embajador de Cuba e informados del aplazamiento de su participación hasta el mes de octubre, motivo por el cual firmaron un contrato de representación exclusiva con la Agencia SEDECA de Madrid, que se extendió a más de cuatro meses por distintas regiones de la Península Ibérica, con la condición de priorizar las presentaciones en el territorio asturiano, donde Ignacio tenía especial interés en visitar, por su ascendencia.

Los días 24 y 25 de agosto, se presentaron en el Teatro Toreno del pueblo Cangas del Narcea. El 29 y 30 de agosto en el Teatro Jovellanos de Oviedo y el 1 de septiembre en el Teatro Cine Grado de la villa del mismo nombre, todas ellas en Asturias.

Actuó con su grupo en esta tierra, a pesar de que el son por aquel entonces no era un aire popular en Asturias, en donde las modas populares llegadas de América venían ligadas a otros ritmos: habaneras de la propia Cuba, corridos mexicanos y tangos argentinos.

Cuando Piñeiro llegó a Asturias se encontró con la desagradable sorpresa que su padre había muerto. La decepción y la tristeza hizo que cambiara la letra. 

Después de cruzar toda Asturias y de actuar en Grado, de donde supuestamente era originario su padre, reescribió en Santander su nueva versión de Asturias Patria Querida donde actuaron en el Gran Cinema de Santander y en el cine España.  

De viaje a Valladolid se presentaron en el céntrico Teatro Pradera, todas estas actuaciones fueron muy destacadas por la prensa y la agencia SEDECA debido al estreno del son dedicado a Asturias. 

Además, actuaron en las ciudades de Vigo y La Coruña. En Madrid, en el Teatro Avenida (situado en el #37 de la Gran Vía) y en el cabaré Maicú. 

Esa última versión de Asturias Patria Querida fue la que se grabó el 3 de octubre de 1929, cuando se grabaron 8 canciones en Madrid que aparecieron de dos en dos temas en 4 discos de 78 r.p.m., sin duda los más populares del grupo y los más demandados en aquel momento por el público. 

De entre todas las canciones grabadas ese día, sin duda, la que más éxito logró fue el tema titulado Suavecito con el que se hicieron populares a lo largo y ancho de la geografía española.

En todas las biografías existentes en Cuba sobre Ignacio Piñeiro y el Septeto Nacional aparece la referencia de haber grabado en Madrid con la compañía RCA Víctor. Sin embargo, no fue esa la compañía grabadora ni editora de los temas del Septeto Nacional en España, sino La Compañía del Gramófono, La Voz de su Amo. 

De Madrid se encaminaron a Sevilla (motivo principal de su visita a España) para actuar en el Pabellón de Cuba de La Feria-Exposición Iberoamericana que se realizó entre el 9 de mayo de 1929 y el 21 de junio de 1930, con la participación de 17 países: Portugal, EE.UU, Brasil, Cuba, Uruguay, México, Argentina, Chile, Colombia, Venezuela, República Dominicana, Costa Rica, Bolivia, Panamá, El Salvador, Perú y Ecuador.

El son Suavecito fue la obra que inauguró la actuación del Septeto Nacional en la Feria de Sevilla el día 5 de octubre de 1929 cuando le había agregado la estrofa: Una Linda Sevillana, Le Dijo A Su Maridito, Me Vuelvo Loca Chiquito, Por La Música Cubana.

El 11 de octubre de 1929 el periódico La Unión de Sevilla, resaltó la Medalla de Oro y la Mención Honorífica (Diploma) Embajadores del Folclor Cubano en Europa concedida al Septeto Nacional por los éxitos cosechados en la Exposición, celebraron a toda gala en el hotel. 

Uno de los huéspedes, un sacerdote se puso furioso, pero el frenesí de la música pudo calmar al sacerdote para que brindara por el éxito y bailara hasta la madrugada. 

De regreso a Madrid, actuaron en la embajada de Cuba y en el Palacio de la marquesa de Arguelles. Lázaro Herrera recordaba que cuando se presentaron en el Palacio hasta los Reyes se movieron al son de la música.

La bailarina Urbana Troche aportó una dimensión bailable desconocida en estos países, así lograron un éxito total. 

En el viaje de regreso a Cuba hicieron un alto nuevamente en Nueva York, y en noviembre de ese mismo año grabaron dos discos. En el primero incluyeron el famoso Suavecito y un tema nuevo titulado “Incitadora Región”. 

Llegaron a La Habana encumbrados en una merecida popularidad, porque el pueblo cubano era conocedor de los éxitos cosechados por la agrupación en España. 

El 20 de diciembre de 1929 estuvieron en el Roof Garden del Hotel Plaza, donde también bailó la pareja de Urbana Troche y Agustín González (Manana).

Sería en esos primeros años de la década del ’30 cuando estrenó: La Cachimba de San Juan, Mentira Salomé, El Guanajo Relleno, El Alfiler, El Castigador, Don Lengua, Rumberos de la Habana y otros.

En 1930 fue uno de los fundadores de la Asociación Nacional de Soneros Cubanos. Actuaron en el cabaré Sans-Souci con la pareja de bailes de Margot y Elpidio y en 1931 se presentaron en las radioemisoras Lavín y CMCG de la Habana.

Entonces el grupo fue renovado y esta etapa se consideró la más brillante cuando Alfredo Valdés Valdés (1908-1988, el hermano mayor de Marcelino, Oscar y Vicentico Valdés) ingresó en esta formación en reemplazo de Juan de la Cruz.

En 1932, en el Hotel Dos Hermanos en Batabanó, donde estrenó Buey Viejo.

El Septeto Nacional grabó para la Columbia, después cambió para Brunswick en 1930 y la Víctor en 1931. Grabaron en 1933 en Chicago.

En el kilómetro 52 de la Carretera Central estaba lo más famoso de Catalina de Güines, las butifarras del Congo (Guillermo Armenteros) y cuando Piñeiro lo conoció y las probó, le compuso el sabroso son Échale Salsita en honor a las famosas butifarras.

En febrero de 1932 llegó a La Habana el compositor norteamericano George Gershwin, se conocieron y fue influenciado por él cuando en la radioemisora CMCJ escuchó el recién compuesto son de Piñeiro.

Cuando el estadounidense incorporó el coro de la canción Échale Salsita en la Obertura Cubana en 1932, Piñeiro escuchó la obra y se le preguntó si deseaba tomar algún tipo de acción legal por el uso inconsulto de parte de su composición, Piñeiro respondió: “Para mí es suficiente que el gran Gershwin me haya considerado parte del folklor”.

Piñeiro sazonó el ajiaco de la salsa cubana y latina con su canción Èchale Salsita.

Piñeiro y su Septeto Nacional fueron invitados a La Exposición Universal de Chicago que tuvo lugar del 27 de mayo al 12 de noviembre de 1933 y donde ganaron la Medalla de Oro. 

Filmaron un corto musical titulado El Frutero.

En el período de 1930 a 1933, los integrantes del Septeto Nacional eran: Ignacio Piñeiro, director y contrabajo; Francisco González Solares, tres; Eutimio Constantín, guitarra; Alfredo Valdés, tenor; Bienvenido León, barítono, y Abelardo Barroso, voz prima y guía; Miguel Ángel Portillo, bongó, y Lázaro Herrera, trompeta (conocido como El Jabao o el Pecoso).

En 1934, Ignacio Piñeiro por motivos económicos se retiró del grupo, porque a pesar de sus éxitos los músicos ganaban poco. Entonces tomó las riendas Lázaro “El Jabao” Herrera, como director y trompeta; Francisco González Solares, tres; Eutimio Constantín, guitarra; Bienvenido Granda, tenor, guía y claves; Marcelino Guerra (Rapindey), barítono y maracas; Oscar Espinosa, contrabajo, y Ramón Castro, bongó.

En 1936, el Septeto Nacional se presentó en la CMCY, Radio Autran. 

En 1937 estuvieron trabajando en el cabaré La Campana, con la pareja de Alfredo y Aida.

En 1938 estuvieron tocando en Radio Cine de la calle Galiano.

En 1940, el grupo realizó varias presentaciones por las radioemisoras CMQ de Cambó, Gabriel y Mestre. CMCQ en la Loma del Mazo de La Víbora, propiedad de Andrés Martínez. 

Este mismo año, Miguelito Valdés grabó obras de Ignacio Piñeiro y el Septeto contó en esta ocasión con la participación de su fundador, Piñeiro.

Desde 1947 Piñeiro vivió en una humilde casa de otro barrio popular, San Miguel del Padrón. 

En 1954, reapareció Piñeiro al frente del Septeto, con el que se presentó en el programa de televisión Música de Ayer y de Hoy, con la participación de Alfredo Valdés, Bienvenido León, Rafael Ortiz, Francisco González Solares, Agustín Gutiérrez, Lázaro Herrera y Oscar Villalta. A partir de entonces, el Septeto actuó esporádicamente por la radio y grabó varios discos.

Luego en 1958 el grupo se reorganizó con cuatro originales, permaneciendo Piñeiro al frente hasta poco antes de su fallecimiento el 12 de marzo de 1969.

Ignacio Piñeiro se caracterizó por una recia personalidad y ello impregnó la fecunda inspiración que lo caracterizara.

Se ha afirmado que del son oriental él tomó el estribillo, de la guajira tradicional no bailable extrajo la métrica, la décima y luego le puso la salsa del guaguancó.

Diversas fuentes consultadas coinciden en afirmar que Ignacio Piñeiro logró captar, desarrollar y expresar la riqueza plena del son. Además, sus modificaciones estructurales, cadencia, ritmo, melodías y letras depuradas, lo elevaron a la categoría de Son clásico, que todavía hace de las suyas en los bailables populares.

A lo largo de su trayectoria, Ignacio Piñeiro compuso 327 piezas que incluyen: Afro-Son, Canción, Canción-Son, Conga, Danzón, Guaguancó, Guaguancó-Son, Guajira-Son, Guaracha, Guaracha-Son, Pregón, Rumba, Rumba-Son, Son, Son-Montuno y Villancico.

Sobre la versión de Asturias Patria Querida: No fue hasta 1984, dos años antes de la visita del Papa, cuando Asturias, Patria Querida fue oficialmente declarado himno del Principado de Asturias. Antes de alcanzar su rango de himno regional era una canción muy conocida en España, cantada en fiestas y celebraciones, sobre todo entre asturianos. 

Cuentan que cuando Juan Pablo II visitó Asturias en 1986 lo recibieron, como era de rigor, con los acordes del himno asturiano. Pero el Papa, que además de ser polaco las cazaba al vuelo, les dijo con cierta sorna a los dignatarios presentes en el acto: “Esa música a mí me suena”. Y cómo no le iba a sonar si era una melodía de su propio país, trasplantada a Asturias tiempos atrás por mineros polacos que se habían asentado en esa región en el norte de España.

Para algunos era casi un escándalo constatar que la música del himno no fuera originariamente asturiana (más aún, ni siquiera española en general), sino que había sido importada de Polonia. ¡Quedaba entonces el consuelo de la letra, al parecer tan auténticamente asturiana como la fabada misma! Eso era lo que se creía hasta que los investigadores se pusieron a examinar con lupa el texto de la canción devenida en himno y hallaron que todas las pistas apuntaban a una inevitable conexión cubana. El letrista desconocido de Asturias, Patria Querida de repente dejaba de serlo. Salía del armario del anonimato, pero con un nombre que no tenía nada de anónimo ni de anodino. Se llamaba Ignacio Piñeiro, y así se sigue llamando, puesto que es una figura inmortal de la música popular cubana junto con su afamado Septeto Nacional. 

La finalidad de Ignacio Piñeiro, al componer su canción, no era más que homenajear al padre nostálgico a través de un tema que exaltase los valores de su Asturias natal. Y tanto lo logró con su texto sencillo y candoroso, que llegó a popularizarse como el canto por excelencia a la tierra asturiana. Con el tiempo, vaya usted a saber cómo y cuándo, la letra se divorció de la música original para casarse con la melodía polaca y alcanzar así su avatar definitivo de canción sincrética y transcultural, elevada con toda justicia a la categoría de himno asturiano.

En 1928 la canción debió de popularizarse, al menos entre la colonia asturiana, que en la película muda Mieres del Camino del cubano de origen asturiano, Juan Díaz Quesada y estrenada en el Teatro Pombo de Mieres (pueblo situado al sur de Oviedo, Asturias) el 30 de enero de 1928, donde aparece al final una leyenda con la letra de la cuarteta Asturias Patria Querida. 

Ya de regreso en Cuba, en 1930, motivado indudablemente por el éxito que el son Asturias Patria Querida estaba teniendo en la isla, y después de haber decidido grabarla, la inscribió el 14 de febrero de 1930 en el Registro General de la Propiedad Intelectual de la Secretaría de Agricultura, Comercio y Trabajo de la República de Cuba. 

En primer lugar, llama la atención que Ignacio Piñeiro señale por escrito en el impreso del Registro el día en que había estrenado el son Asturias Patria Querida. 

Según consta de su puño y letra, Piñeiro determinó que la estrenó días antes, el 9 de febrero de 1930, en el restaurante-cabaré Sans Souci, en Arroyo Arenas, Marianao. La explicación, evidentemente de carácter legal, Piñeiro no quería problemas con los sindicatos del sector artístico, que podrían sancionarle por haber interpretado en público la canción antes de estar legalizada.

El hecho de no registrar inmediatamente la canción también tiene una explicación, aparte de la bisoñez de Ignacio Piñeiro en estas lides (por la poca importancia que se daba al hecho de componer una canción y la dejadez manifiesta por desconocimiento de los derechos propios adquiridos como autor). 

Hay que señalar que Ignacio Piñeiro no leía ni escribía música, trámite que era necesario en el negociado de la propiedad intelectual en el que había que aportar las hojas pautadas (manuscritas o impresas) con la línea melódica, la letra de la canción y las características de estilo de ésta. Pero es que, además, ninguno de los músicos que tocaban con él sabían escribir música, con lo cual fue aplazando ese trámite hasta que el Sexteto se convirtió en Septeto con la llegada al grupo de un extraordinario músico como fue el trompetista, Lázaro “El Jabao” Herrera. Lázaro Herrera fue el transcriptor de la mayor parte de la producción creativa de Ignacio Piñeiro y, cómo no, el anónimo transcriptor (no aparece como tal en el Registro de la Propiedad Intelectual) de la melodía en el género de son que Ignacio Piñeiro creó para el Asturias Patria Querida, un son bailable que Ignacio Piñeiro tocaba insistentemente ante la demanda de la colonia asturiana que gozó de gran popularidad tanto en los Jardines de La Tropical y de La Polar como en las fiestas particulares en donde el grupo de Piñeiro era contratado para amenizar el baile.

Correspondió al Septeto Nacional del maestro Ignacio Piñeiro ser la primera agrupación de su tipo en hacer sonar los primeros sones en el continente europeo y conquistar con rotundo éxito la simpatía del público y diseminar los ritmos cubanos con su excelencia musical.

El Septeto Nacional ha influido en la creación de diversos ritmos y géneros musicales como el Mambo, el Cha-Cha-Chá, la Timba, el Latin Jazz y la Salsa. 

“El son es lo más sublime, para el alma divertir”

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