En olor de lluvia

Written by José A. Albertini

17 de junio de 2025

Capítulo I

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

—Nada es perfecto -razonó Romerico Romero-. Echas de menos el físico de Rosalía Rosado, pero el ayer, invariable, la mantiene a tu lado. A tu lado estaba cuando hoy, bajo el aguacero, llegaste a la tienda. Escoger ir en pos del pasado, avalado por acontecimientos milagrosos y una votación democrática, resultó ser la decisión correcta aunque, los jóvenes que éramos, tuvimos que pagar con la ausencia de hijos el precio de llegar a morar en lo por siempre conocido; sin trampas ni sobresaltos venideros. Fortunata Fortuna y yo, como otras parejas, ansiábamos tener descendencia, pero en el pasado es imposible proyectar el mañana. Claro, prefiero nuestro presente predecible que avanza a lo ya conocido. Me complace que Piedad Piedra, año tras año de los idos, prosiga con su preñez divina llevándonos a Las Flores de Mayo y que la también preñada Galatea Galatraba entregue rosas, a la entrada de la iglesia.

—Siento que avanzar del presente al pasado conservan intactas las partículas de Rosalía Rosado. Ellas no desaparecerán en el olvido. – Gustó otro pedacito de chorizo y con ron apaciguó el sabor rústico. Un brazo de viento, salpicado de lluvia, mojó la entrada de la tienda y un rayo iluminó las losas del pórtico.

—¡Capaz que el agua y el viento lleguen hasta aquí! -exclamó Romerico Romero. Salió de la protección del mostrador y cerró las puertas del comercio. Dentro las tinieblas se acentuaron-. Por hoy se acabó el negocio.

—Sube la llama -dijo Florencio Flores.

—Aproxímala a ti. Tengo que ahorrar; el carburo escasea -repitió.

—No me agrada tenerla cerca. El carburo huele mal. Prefiero los faroles de petróleo.

—Eso está bien para tu casa. Pero para un negocio el carburo ilumina mejor y no se necesitan tantas lámparas de petróleo.

—No importa. Déjalo así; ya mis ojos se acostumbran. ¡Escucha; oye como afuera suena el aguacero…!

***

Once niños, hembras y varones, con vestimentas blancas y modestas, se aprestan a recibir el sacramento de la santa comunión. El cura Casto Castor, días antes, había advertido a los mayores: A Cristo se le recibe con la misma sencillez conque vivió.

De los doce que catequizó Piedad Piedra solo falta Candelario Candela. Días después del lamentable incidente en que resultó abofeteado por el hermano Palomita, Candelario y su familia desaparecieron de Santa Clara.

La noche anterior había llovido. La mañana dominguera de aquel 15 de mayo revienta de sol. Árboles y flores del parque La Pastora destilan color y vida. En su pedestal, la estatua de Miguel Jerónimo Gutiérrez se permite una sonrisa.

Piedad Piedra y Galatea Galatraba, satisfechas del resultado de sus esfuerzos, no descuidan detalle alguno. Los padres de los iniciados, en bancos de primera fila, siguen el rito.

Los niños forman una fila. El sacerdote Casto Castor, de espaldas al altar mayor, estrena casulla y espera. En la mano izquierda sostiene el cáliz con las obleas consagradas. La hilera avanza. Al llegar frente al sacerdote el comulgante, en señal de recogimiento, con las palmas de las manos unidas y la mirada gacha, se postra. Cierra los ojos; adelanta el rostro. Abre la boca y recibe la hostia. El cura murmura algo en latín.

Continúa Romerico Romero. Sigue Rosalía Rosado con rostro de rubor y temblor de manos. Prosigue Florencio Flores que llena sus pupilas con la imagen femenina y, de mala gana, entorna los párpados. La huele en el aire del templo y no desea privarse ni de un solo ademán de Rosalía Rosado.

Antes del mediodía termina la ceremonia. Las familias se reúnen en el parque, al pie de las escalinatas de la iglesia y rodean al cura Casto Castor que ha salido a departir con todos, principalmente con los nuevos sacramentados.

Florencio Flores, contagiado con la alegre confusión, toma la mano derecha de Rosalía Rosado. Ella lo mira con naturalidad.

—Vamos hasta la estatua -la invita. —¿Qué hay en la estatua…? —Tengo que decirte algo.

—¡Vamos, vamos todos a jugar a los escondidos! -Romerico Romero seguido del monaguillo Carmelo Carmenate, otros niños y el sonriente hermano Palomita, se les encima.

—¡Yo los encuentro…! -exclama el cura Palomita.

—¡Sí, sí a los escondidos…! Rosalía, vamos a escondernos -Florencio Flores secunda.

Temas similares…

0 comentarios

Enviar un comentario