En olor de lluvia

Written by José A. Albertini

20 de mayo de 2025

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Romerico Romero, en vaso chato de cristal blanco y grueso, sirvió la bebida; amplió, a través del bigote canoso, la sonrisa y pronosticó.

—La primavera será copiosa y el verano caliente.

—¿Acaso eres meteorólogo…? -Florencio bromeó.

—No lo soy, pero tú y yo, como los demás habitantes de Santa Clara, conocemos los caprichos de la naturaleza.

—Tienes razón. Un pueblo rodeado de lomas, campos de labranza, pequeñas sabanas y cayos de montes, aprende a leer en el olor y sonido del viento.

—Este año, la festividad de Las Flores de Mayo, o mes de María, será tan mojado como cuando éramos niños -escuchó el ruido del aguacero y sin que Florencio Flores lo pidiera rellenó el vaso del amigo y se sirvió otro para él-. Por nosotros; los que están y los que no están.

—Nunca se han ido -Florencio Flores corrigió y miró al exterior; a la cortina de agua envuelta en truenos-. Algunos no llegan a entender -murmuró y con desgano secundó el brindis.

Los vidrios chocaron. Romerico Romero echó la cabeza hacia atrás y de un solo golpe tragó el ron e hizo una mueca. Con el reverso de la mano izquierda limpió labios y bigote. Después dijo.

—La primavera y los aguaceros devuelven el tiempo.

Florencio Flores, con largueza, paladeó el ron. Volvió a mojar la mirada en el aguacero y abundó.

—La primavera y el agua nada devuelven -apuró el resto del licor y sin quitar los ojos del torrente de agua enfatizó- El tiempo no se ha ido ni se irá en tanto existan sentimientos y memoria.

—¿Lo dices por ti…?

—Por mí o por cualquier otro.

—No te desprendes de la presencia de Rosalía Rosado.

—Nadie se desprende de lo que quiso y sigue queriendo, sin importar el sitio o estado en que se encuentre. ¿Acaso te desprendes de lo tuyo…?

Romerico Romero sirvió más ron.

—No debería estar bebiendo contigo. Soy el dueño del negocio. Bueno, a estas horas y con el aguacero que está cayendo, espero no venga nadie a comprar.

—Yo pago por los dos —Florencio Flores dijo.

—Pagas el primero que pediste. Los demás y los que quedan van por mí. Cada vez que hay olor a tierra mojada; estalla un aguacero y vienes aquí nos tomamos una botella de ron entera y a veces un poco más -Romerico Romero sonrió. Apretó las mandíbulas y retomó el tema-. Tampoco, como tú o cualquier vecino sensato de este pueblo, puedo ni deseo contaminar o relegar los afectos e instantes disfrutados con espejismos venideros. En una ocasión nos prometieron el futuro y recogimos cenizas de terror. El futuro es un peligroso juego de dados. Mejor el presente que busca el pasado.

—Esta tarde he sentido muy fuerte la presencia de Rosalía Rosado… Por favor, repite lo qué otras veces me has dicho…

—Todo se resume en lo de siempre. Rosalía Rosado, joven y bella, como era antes de morir, te acompañaba al cruzar la entrada. Tú, el anciano de hoy, llegó hasta el mostrador y pidió un trago. Ella, como la recordamos, quedó en la calle. Se empapó en el aguacero y se desvaneció entre los truenos.

—Recuerdas; murió en primavera y poco antes de fallecer, en medio del aguacero de aquel día, hubo olor a tierra mojada. No puedo verla, pero cada vez la siento más próxima. ¡Qué manera de quererla!; desearla. ¿Serás el único que, en el pueblo, ve su figura?

—No lo sé. Tal vez algunos, de los de entonces, tengan esa facultad. Pero nadie me ha comentado. Cuando llegó al barrio, siendo niña, se sumó al grupo. Fuimos a la misma escuela y junto a nosotros tomó la primera comunión. Ella me tenía afecto. Quizá eso hace la diferencia…

—¿Hay algo más que decir…? -suspicaz, inquirió Florencio Flores.

—¿Por qué preguntas…?

—Mentir, entre nosotros, es imposible.

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