LA HAVANA BAJO CERO

Written by Libre Online

29 de abril de 2025

Por Vicente Cubillas Jr. (1950)

Bob ha detenido el auto en el paseo de la carretera. De la gaveta del panel saca una especie de chaveta con mango de madera. Ahora abre la portezuela y una ráfaga de aire helado se cuela en el carro. Mientras con la hoja de acero desprende el hielo que se ha formado en el cristal del parabrisas paralizando el limpiador automático e impidiendo la visibilidad, echó una ojeada al asiento de atrás. Bajó una montaña de mantas y frazadas, Raúl y Francois tiritan de frío, pues el escaso calor que genera el “heater” apenas alcanza para combatir la frialdad en el asiento delantero.

Bob Van Westerbon es uno de esos americanos encantadores que conducen el auto a 75 millas sin importarle la nieve que hace resbaladiza la vía ni el escándalo que se traen dentro del auto herméticamente cerrado tres cubanos a los cuales lo único que no les ha congelado el frío es la lengua.

Cuando emprendimos la marcha una hora antes, bien sabíamos lo que nos esperaba en el camino y al llegar a “nuestra ciudad”. El termómetro instalado en el exterior de la farmacia del “Jefferson” marcaba cuatro grados bajo cero Fahrenheit, que son más de diez grados centígrados. Sobre Peoria descendía una capa de nieve que nos hacía pensar en mil angelitos jugueteando en las nubes y rompiendo y dejando caer las albas plumas de mil almohadas.

De repente, nos saca de nuestra abstracción algo que se nos viene encima, al costado de la carretera. Las caras sonrosadas de los querubes se esfuman y ante nuestros ojos a través del cristal empañado del auto danzan seis letras HA VA NA. A la velocidad que llevamos el poste de señales nos da la impresión de que se ha lanzado sobre nosotros.

Ahora torcemos por la carretera 78, cruzamos un largo puente sobre el río Illinois que me hace sonrojar pensando en el puente Alcoy, y ya estamos en Havana City. ¡La Havana bajo cero! Este último venía dándome vueltas en las entendederas por el camino. El contraste entre la capital de Cuba que imaginaba con el Morro y su banderita y el asfalto de las calles cuarteado y ablandado por el ígneo azote del sol y esta otra Havana, internada en el estado de Illinois, con sus calles y sus campos blanqueados por la nevada mientras las aguas del río se congelan a espacios. Indudablemente que ahí tenía material para un buen reportaje. Porque hay cuatro Habanas en Estados Unidos: en Illinois, Florida, Kansas y North Dakota. 

Pero la más importante de esas poblaciones es ésta de la que hablamos, con más de cinco mil habitantes (actualmente la población de este lugar ha disminuido y en 2023 se registraban 2827 personas), varias grandes industrias que emplean a todos los “havaneros” y, además, a centenares de vecinos de ciudades y villas cercanas.

En un tubo de grueso cartón llevo un hermoso pergamino en el que está escrito un afectuoso mensaje de salutación del alcalde de La Habana, Cuba, Dr. José Díaz Garrido, al alcalde de Havana, Illinois, Mr. Clarence Chester. El pergamino está ilustrado a plumilla y reproduce un aspecto del patio colonial del Ayuntamiento habanero.

Ha hecho el viaje conmigo desde Antillas a Filadelfia, de aquí a Nueva York y después a Chicago y Peoria, sin sufrir lo más mínimo. Tanto como el espíritu de sincera fraternidad que media entre nosotros y el mayor Chester, cuando este nos recibe en el ‘City Hall’ con un cordial apretón de manos y unas expresivas palmadas en la espalda.

Louis Becker, un “havanero” graduado de Bradley, establecido aquí, ha sido nuestro heraldo y quien nos conduce al alcalde y demás autoridades locales. En el despacho de Mr. Chester somos presentados a Freon L. Jones, doctor Richard W. Velde; Geralt Bonnet, presidente de la Cámara de Comercio y Ken W. Braendle, periodista que dirige el “Mason Country Democrat”, un semanario que se edita en Havana City.

Todos ellos nos acompañan en nuestro recorrido por la población. La primera escala la hacemos junto al río, donde un sencillo monumento de granito señala el lugar donde desembarcó Abraham Lincoln a su retorno de la guerra con los indios, camino del hogar. 

Allí, cerca de la corriente del Illinois dedicamos en silencio un pensamiento al viejo Abe.

Después visitamos varias granjas; la “Havana Coal Transfer Company”, la “Havana Power Station”, donde nos atiende muy gentilmente el ingeniero jefe, Mr. Richard L. Martin. ¡y la playa de Matanzas! Un poco más allá un poste indica el camino a Cuba, a 30 millas de distancia.

La cámara no se cansa de funcionar en todos estos lugares, pues estamos enterados de que el periodismo moderno exige, una consideración muy amplia del aspecto geográfico. 

Al mediodía en un acto tan sencillo y campechano como es la característica general de Havana City y sus vecinos entregamos al Mayor Chester el pergamino y recibimos de éste, un gesto gentilísimo, una llave simbólica de la ciudad, con una afectuosa inscripción. Y, además, un presente para el alcalde de La Habana, Cuba.

Durante el recorrido he estado charlando con Jones sobre la historia de Havana. Y éste me dice que es un misterio el origen del nombre de la ciudad. Indudablemente, y así lo indica todo, que fue tomado originalmente, de nuestra Habana tropical. De otro modo no se explica el que la playa cercana se llame Matanzas y una población inmediata, muy pequeña, lleve el nombre de Cuba.

Son las cinco de la tarde. Nos esperan dos horas de viaje y, en Bradley, un banquete de la “Theta Xi Fraternity”, en honor a los periodistas cubanos. 

En el alto puente, junto a los linderos de “nuestra ciudad” de Illinois, sobre la helada corriente, nos despiden Chester, Becker, Jones, Bonnet, Velde, Braendle… todos ellos “havaneros”. 

De esta otra Habana, acogedora y hospitalaria como la nuestra, donde el amor de la amistad y la franqueza que se les está saliendo por entre los pliegues de los gruesos abrigos a nuestros anfitriones, nos han hecho olvidar la caída en picada del mercurio en el termómetro de la farmacia: ¡cuatro bajo cero, Fahrenheit!

Bob sigue creyendo que el pedal del acelerador lo han colocado para algo en el piso del auto. Y cuando ya el contamillas anda marcando los 70, una gran valla metálica, a la vera del camino, nos hace volver la cara, para distinguir las letras, blanqueadas por la nieve:

¡Bienvenido a Havana: una ciudad amistosa!

Es un pañuelo agitado al viento, que nos dice adiós…

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