Negociaciones públicas y ocultas (I)
A las 10:00 de la mañana del miércoles 24 de octubre las líneas de bloqueo se habían trazado. Diecinueve barcos de la segunda flota de Estados Unidos, bajo el mando del Vice-almirante Alfred Gustaf Ward, formaron un arco que se extendía 800 millas desde el Cabo Maisí en el extremo este de Cuba. El gobierno soviético había devuelto a la Embajada Americana una copia de la proclama de cuarentena emitida por el presidente, considerándola inaceptable, al tiempo que las agencias de prensa informaban que Kruschev había solicitado una conferencia cumbre, en respuesta a una apelación de paz presentada por el filósofo Bertrand Russell315 que se había dirigido, igualmente, al presidente Kennedy. El presidente norteamericano desechó el mensaje del pacifista inglés.
Otros también mediaban. El secretario general Actuante de las Naciones Unidas, U Thant, envió idénticas cartas a Kennedy y Kruschev solicitando la suspensión del bloqueo y del envío de armas a Cuba por dos o tres semanas.
En horas del mediodía de ese miércoles, veinticinco barcos soviéticos se dirigían a Cuba. Los aviones norteamericanos de reconocimiento los habían localizado a todos y tomada nota de su posición, la velocidad con que se movían y la dirección a que se dirigían.
Los primeros buques soviéticos se van acercando a la línea de intercepción. Las 800 millas de las costas de Cuba marcaban el punto de confrontación.
Para los que seguían los acontecimientos a través de la televisión, el radio y la prensa escrita, el momento era de extrema ansiedad. En pocas horas, tal vez en minutos, se producirá el choque inevitable. Kennedy lucía, ante los ojos del mundo, como una “sólida roca”; mostraba “inquebrantable fortaleza y firmeza” en esta “confrontación”. Así lo ha recogido la leyenda.
CONVERSACIONES DE BOB KENNEDY Y EL EMBAJADOR DOBRYNIN. OFRECIMIENTOS.
CONCESIONES
Sí. Esa es la leyenda. La historia es otra: La noche anterior, (la noche del martes 23), habla el presidente enviado a su hermano Bob a ver, sigilosamente -a espaldas de los altos militares del Pentágono y de los asesores y hombres de confianza que componen el Comité Ejecutivo- al Embajador Soviético Anatoly Dobrynin para evitar la confrontación.
¿A qué se debe la inquietud del Presidente?. Una hora antes, en una recepción en la Embajada Soviética en Washington el Teniente General Vladimir A. Dubovik parece sugerir que los capitanes de los barcos soviéticos que se dirigen a Cuba tienen órdenes de desafiar la línea de cuarentena. Al llegar Dobrynin a la recepción, minutos después, se niega a desmentir al Gral. Dubovik:
“Él es un militar. Yo no. Él es el que sabe lo que la Marina va a hacer, no yo”.
Alguien, de inmediato, informa a la Casa Blanca.
Hora y media después llega, intranquilo, a la Embajada Soviética, Robert Kennedy. Pregunta el hermano del presidente “¿Qué instrucciones tienen los capitanes de sus barcos, que se dirigen a Cuba, al llegar a la línea de cuarentena?”. La respuesta del diplomático soviético confirmó las sospechas del ministro de Justicia: “Nuestros capitanes tienen órdenes de continuar su curso hacia Cuba”. Bobby Kennedy respondió con claridad, “Los buques de nuestra Armada tienen órdenes del presidente Kennedy de interceptarlos… yo no sé cómo esto terminará”.
Con esas palabras, confirmadas por las respectivas versiones de Dobrynin y Robert Kennedy, concluyó aquella reunión. La primera de siete que celebrarían.
LAS PRIMERAS
CONCESIONES
El presidente conversaba en la Casa Blanca ese martes en la noche cuando “llegó Robert Kennedy, pálido, cansado y desgreñado” (descripción textual de su biógrafo Arthur Schlesinger), con la preocupante noticia. Los barcos soviéticos no tienen instrucciones de cambiar su rumbo ni de detener su marcha.
Algo hay que hacer. Kennedy -consultando tan solo con su hermano y el embajador británico. ¡No el norteamericano; el británico! – toma una decisión: Reducir a 500 millas la línea de intercepción. Se ampliaba así el tiempo para las secretas negociaciones que ya estaba realizando. Al recibir, a través de McNamara, estas instrucciones la oposición de la marina norteamericana fue dramática. Schlesinger expresa que la medida se tomó “sobre protestas emocionales de la Armada”. Por minutos parece menos gallardo el gladiador.
Horas más tarde Kennedy cambió nuevamente sus anteriores instrucciones a la Armada. Las debilita aún más. Mucho más. Si los barcos soviéticos entraban en la zona de cuarentena “y aparecían llevando armas ofensivas” no debían ser detenidos ni interceptados “sin la autorización expresa de la Casa Blanca”.
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