LOS PAÑUELOS Y LA SOLUCIÓN

15 de abril de 2025

Era la única cosa que desde muchacho encontré súper “antihigiénica”, vaya, antes de conocer esa palabra.

Imagínense: yo -que cogía un montón de gripes al año- me pasaba todo el tiempo sonándome la nariz y estornudando.

Y mi madre, la pobre no daba abasto lavando mis pañuelos y los de mi hermano constantemente.

Y no se rían, al igual que con mis calzoncillos, los lavaba con clorox, jabón Oso, los ponía en la tendera a secar, los almidonaba y los planchaba.

Mi primo Enriquito Fernández Barros que era súper inteligente, me vio escupir en la acera y dijo regañándome: “Oye, mejor escupe en el pañuelo”. No le hice caso, porque para mí eso era el colmo de la asquerosidad.

Pero un día sentado en el portal junto a mi padre se me ocurrió decirle más o menos lo mismo que ahora les estoy escribiendo.

Se levantó de su sillón, fue a su cuarto, abrió el chiforrober, y me trajo dos pañuelos blancos, blanquísimos, que traían bordadas las letras “EF”, nuestras iniciales.

Me dijo: “Oye, no son para tus mocos, mantenlos inmaculados, son para cuando veas a una jevita sollozar, entrégaselo para que seque sus lágrimas en él”.

El que tenía ganas de llorar era yo, pero me reí porque mi padre había utilizado la palabra “jevita” que él me regañó una vez que la utilicé delante de él.

A cada pañuelo le puso dos gotas de “Guerlain” y me regaló también el pomo.

Y el 16 y el 28 de septiembre de 1952, cumpleaños de mi hermano y mío respectivamente cada uno recibió -dando brincos de alegría- sendas cajas de Kleenex.

Y después me enteré que yo había sufrido por ignorante porque los Kleenex ya habían sido fundado hacía 20 años el 12 de junio de 1924.

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