LA VOZ DE LOS ASTROS

1 de abril de 2025

Buscar las respuestas a las preguntas inquietantes que azuzan a los seres humanos en los astros que pueblan el cielo es una realidad con raíces históricas que hasta hoy prevalece.

La astrología, que pudiéramos definir como práctica universal, adquiere identidades propias en los diferentes países, los de ayer y los de hoy. En La Biblia, por ejemplo, hay numerosos textos que nos sugieren la realidad de que hace más de 3,000 años el ser humano, desconocedor de la infinitud espacial, colocaba su confianza en los intrincados secretos siderales.  Mencionamos que en sus relaciones hostiles con los egipcios, según Las Escrituras, Moisés “levantó sus brazos al cielo” confiando en que le llegaría la ocasión de la libertad que reclamaba para su pueblo.  En el poético libro de los Salmos encontramos esta vívida expresión: “los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento proclama la obra de sus manos”. No queremos, por supuesto, afirmar que La Biblia condona la astrología; pero hemos querido ilustrar el hecho de la antigüedad de tal práctica.

Muchos creen en la astrología como brújula celestial que nos señala anticipadamente las cosas que habrán de ocurrirnos. Es un medio auxiliar del que disponen determinadas personas para aceptar el hecho de que en la vida nada es casual y todo lo que nos pasa sucede por alguna desconocida razón que nos imponen los astros de acuerdo con las posiciones que ocupan en el espacio infinito que llamamos cielo. Sin embargo, no todas las personas adictas a los horóscopos acuden a los mismos con un determinado tono de inclinación religiosa, sino por entretenimiento, curiosidad o diversión. Increíblemente fue el Papa Sixto IV el primer líder mundial del catolicismo romano en dibujar e interpretar un horóscopo y León X y Pablo III dependieron eventualmente del asesoramiento de los astrólogos; pero oportuno es indicar que la astronomía, en sus orígenes ejerció determinada atención en el estudio de la influencia de los cuerpos celestes en el carácter y la conducta humana.

No cabe duda de que la desconocida autoridad de la ley de gravedad, el movimiento terrestre que nos propicia las estaciones y la sucesión continuada de la noche y el día, los fenómenos como los terremotos y huracanes, las rebeldías incontrolables  de los mares y las temibles explosiones volcánicas  son hechos que el hombre primitivo relacionaba con dioses que se irritaban, tomaban venganza y ejercían su voluntad de manera absoluta. Los misteriosos fenómenos que los llevaron a pensar en dioses casi humanos  fueron el origen de las leyendas y  figuras mitológicas asociadas con la primitiva adopción de la astrología.

La astrología basa sus fundamentos en el sistema planetario en el que vivimos. Han existido a lo largo de los siglos diferentes enfoques para definir qué es un planeta. Hoy día una de las más aceptables definiciones afirma que “un planeta es un objeto que no es una estrella, es decir que no tiene fusión nuclear en su interior y se mueve alrededor de una estrella que en nuestro caso es el sol, siendo moderadamente redondo debido a su fuerza gravitacional”.  Varios planetas son orbitados por cuerpos celestes que no se consideran planetas, sino satélites debido a que no giran alrededor del sol. Se han medido, siguiendo la ruta de nuestro planeta aunque no pueda afirmarse que los números sean aritméticamente exactos, el tiempo en que demoran en darle una vuelta completa al sol. La tierra demora un año, Mercurio y Venus menos de un año; pero Uranio  emplea 83.7 años y Neptuno 163.7.

En la historia de las religiones se enfatiza el hecho de que la creencia en dioses supremos se debe a los misterios naturales que eran inexplicables. Para iniciar un estudio de este fenómeno  tendríamos que entrar en el campo de la mitología, muy relacionada con los fenómenos astrales y los sentimientos inexplorados en determinados seres humanos; pero en el caso de la astrología, justo es señalar que se basa en fundamentos astronómicos claramente expuestos. Tenemos el caso de los términos del zodíaco, faja celeste por el centro de la cual pasa la Elíptica (camino aparente del sol entre las otras estrellas durante el año) y que se divide en doce partes iguales llamadas signos, cada una de las cuales lleva el nombre de una constelación, y que en su origen etimológico se asocia con nombres de animales y símbolos comunicativos. Los doce espacios en que el zodíaco es dividido en la astrología no coinciden con el sistema utilizado por la astronomía para determinar el número de los días en cada uno de los meses del año. Aunque es fácil encontrar este hecho en cualquier aporte de información en revistas y periódicos, podemos brevemente mencionar los nombres de los doce signos zodiacales: Acuario, Piscis, Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario y Capricornio. 

Relacionando las imágenes del cielo y la posición de los planetas al momento del nacimiento, la astrología pretende darnos una idea de las características básicas de cada persona y sus preferencias y pasos en el transcurso de la vida. Es curioso el hecho de que cada uno de los mencionados signos zodiacales se encuentra bajo los cuatro elementos naturales definidos por los griegos y romanos, antes de la era cristiana,  como componentes básicos de la estructura universal. Son los signos de Agua, propios de los signos Cáncer, Escorpio y Piscis; los signos de Fuego, con sus identidad relacionada con Aries, Leo y Sagitario; los signos identificados con la Tierra: Tauro, Virgo y Capricornio y los que se asocian con el Aire: Géminis, Libra y Acuario.

Ahora la pregunta que cabe es cómo un astrólogo puede identificar las instancias diarias de  cada persona de un signo determinado en un mundo en constante vibración y movimientos, abrumado por la diversidad étnica y la creciente suma de sus habitantes. Algunos llegan hasta la osadía de apuntar doce hileras de números, supuestamente de la buena suerte, para cada grupo de personas que en total conforman los pertenecientes a los doce signos zodiacales. En la vida real la lotería solamente exhibe un número ganador. Evidentemente, la astrología quizás disponga de argumentos determinados para incursionar proféticamente en la vida emocional y afectiva de algunos seres humanos; pero ascender al nivel de la adivinación y a la misión profética de anticipar nuestra personalidad desde el momento en que aparecemos en este mundo por el milagro del nacimiento es pedir demasiado a una inestable  ciencia que carece, y valga la redundancia, de fundamento científico.

Para los que quieran escoger, tienen a su disponibilidad la Astrología China,  basada en los limitados conocimientos astronómicos de la Dinastía Han, y que en muchos lugares ha pasado a ser parte de la cabalística popular. Su vinculación con los cultos espurios de la santería y la brujería se hace evidente en las llamadas charadas o loterías urbanas ilegales. Podríamos mencionar las facciones de la astrología en muchos otros aspectos, pero nos ha llegado el momento de concluir y aprovechamos la oportunidad para insistir en que solamente Dios es el Señor y Guía de nuestro destino y que es en sus manos donde residen los valores verdaderos de nuestra vida. Recordemos estas sabias palabras de Jesús: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”.

Los astros, desde el escenario de la Tierra son bellos, inspiradores, admirables y llenos de encantos y misterios, pero no tienen voz para hablarnos. La única Voz de las estrellas es la de Dios: “¡Aclamen alegres al Señor, habitantes de toda la tierra, adoren al Señor con regocijo. Preséntense ante Él con cánticos de júbilo”!

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