Después del golpe de estado de Fulgencio Batista mi padre -“Auténtico” de toda la vida- había quedado sin empleo.

Un mes antes de las Navidades de 1952 un bello “Cadillac” se detuvo frente a mi casa y se bajó un amigo de mi padre llamado Gabino Gancedo. Sostuvieron a puertas cerradas una larga y fructífera conversación.

Tres horas más tarde, a la hora de la cena, mi papá nos anunció: “Me acaban de ofrecer un tremendo trabajo de asesor político de Gonzalito García Pedroso -jefe de la Lotería Nacional – y nos mudamos para San José de las Lajas”.

Yo, con solo ocho años, airadamente me opuse diciendo: “Mira, papi, yo no voy para ningún lugar, yo adoro a Güines, Gonzalito es un batistiano y tú eres un politiquero”… Por primera y única vez ofendí a mi padre.

Pero, como “donde manda capitán no gobierna marinero” para San José nos fuimos.

Tremenda sorpresa: Allá me encantó ese próspero y bellísimo pueblo y llegué a admirar a su benefactor Gonzalo García Pedroso.

Fuimos súper bien recibidos, mi padre cobrando un gran sueldo, vivíamos en una buena casa en la calle Martí con un nuevo y magnífico televisor Admiral de 21 pulgadas…

Fui al mejor colegio laico del pueblo dirigido por Dionisio Oramas. Todo era maravilloso, tremendo cariño recibí por parte de los cheverísimos pobladores.

Por San José siento un profundo amor y gratitud. Sin embargo, a nuestra prosperidad se interpuso mi vehemencia güinerista.

Siendo un fiñe me iba a la parada de la Ruta 33, esperaba ver pasar a un buen amigo de mi padre llamado Emilio Fagundo, me montaba a su lado, nos bajábamos en La Viña, y el afectuoso esposo de Esperanza Piedra de la mano me llevaba hasta el “Pasaje Angulo” al apartamento donde vivía mi tía Evangelina. Y obligué a mis padres a regresar a La Huerta de Cuba.

Hoy muchísimos años más tarde digo: ¡Dios Bendiga a San José de las Lajas y a Gonzalito! Muchas gracias.