Lo que se planeó como un acto de gran relevancia en la política exterior de esta nación para iniciar un proceso de paz en las hostilidades Ucrania-Rusia, terminó en un espectáculo deplorable, como una bronca de taberna de arrabal. Quedará marcado en los anales de la Casa Blanca como un brutal y vulgar evento jamás protagonizado ante las cámaras de televisión para ser visto por cientos de millones alrededor del mundo. Quizá se presenció el momento inicial del aniquilamiento de una nación. O tal vez, lo que es peor, el desencadenamiento de eventos con amenazas más allá de las fronteras de Ucrania, envolviendo al resto de Europa.
¿Amenaza de una tercera guerra mundial? Es posible; pero no vendrá de Ucrania, sino de la Rusia de Vladimir Putin.
El extraordinario show televisado a nivel global se desvió, poco después de comenzar, para mostrarnos, no el extraordinario momento de un avance en la situación política global en busca de la paz, sino el estruendoso choque de tres personalidades. El mundo observó, de primera fuente, la conducta de estos tres actores en el drama de Ucrania.
De un lado, Volodomir Zelenski, diminuto físicamente, pero elevado en estatura moral, electo por su pueblo libremente para dirigir su país, solamente para verlo injustamente invadido por el inescrupuloso totalitario Vladimir Putin.
Por el otro, Donald Trump, de carácter meteórico, intimidante, arrogante, y líder del mundo libre, y el inevitable J. D. Vance, siempre presto a expresiones extemporáneas, exigiendo a Zelenski a mostrar respeto por su jefe.
El presidente de Ucrania había sido invitado a la Casa Blanca para firmar el acuerdo que cedía a Estados Unidos el derecho a una parte de la riqueza mineral de su país como compensación por la ayuda de éste en su defensa contra la agresión rusa. Todo marchaba bien. Zelenski estaba listo para firmar, cuando Vance, en una fatal interjección, demandó del mandatario visitante, respeto para su jefe. De ahí en lo adelante, todo el infierno explotó. Se alteraron las voces, los gestos, las acusaciones abiertas y semi cubiertas repicaban por toda la Oficina Oval. Sin embargo, durante toda la alteración, no surgió, en ningún instante, por parte del presidente ni de su ayudante Vance, una sola palabra de recriminación, o crítica, hacia Vladimir Putin, el verdadero culpable de la guerra en Ucrania. La carga fue toda contra el visitante, el que, al final, fue echado de la Casa Blanca. Todo un show deplorable, de mal gusto, y de un desplante callejero y vulgar jamás presenciado en la Casa Blanca. Fue un tiempo perdido, con un gran ganador: Vladimir Putin.
¿Dónde fijar la culpa de este chapucero fiasco histórico en la diplomacia americana? ¿En Trump y Vance? ¿En Zelenski?
En resumen, cada uno tiene su legítima porción: Zelenski tal vez por no haber mostrado un mejor sentido de acomodamiento a los deseos de Trump de alcanzar una pose neutral; Vance, por demostrar, una vez más, no estar listo para la tarea, en una impropia intrusión requiriendo de Zelenski reconocimiento y gratitud por la ayuda recibida, cosa que él había hecho en numerosas ocasiones, y Donald Trump por esa perenne reticencia en reconocer la culpabilidad de Putin en el comienzo y continuación de una guerra que éste inició y de la cual la comunidad de países del mundo, en todas sus latitudes, es testigo; más el evidente escalamiento en su hostilidad hacia Volodomir Zelenski que está lejos de contribuir a un mejor entendimiento en el noble objetivo de alcanzar la paz. Todos tienen, en mayor, o menor escala, culpa que compartir. En el desagradable espectáculo diplomático de la Casa Blanca, no hubo inocentes. Todos pecaron de intransigencia. Aunque, como en la guerra, no fue Zelenski el que comenzó el intercambio en la Oficina Oval.
Importa repetir que el presidente Trump está ciertamente interesado en lograr la paz en Ucrania. Pero ¿en qué condiciones? ¿Cediendo a todas las demandas de Putin? Porque, en estos momentos, por todo lo que se sabe, lo que el presidente ha considerado son solamente las condiciones del mandatario ruso. Nada de seguridad para Ucrania de no ser invadida de nuevo. Ni de justa compensación por los enormes daños sufridos. ¡Nada! Quizá una supuesta, ilusoria promesa, de que, por el momento, no seguirán matando a los ucranianos.
También importa repetir, y esto es de enorme importancia, que la entrega de Ucrania a Putin sería catastrófica para ese país, para Europa, y, consecuentemente, una calamidad política para el presidente Trump. El presidente de esta nación, la más grande, rica y poderosa del planeta, no puede, simplemente, retirarse del conflicto, lavarse las manos, y dejar todo el sangriento embarre a los augurios de la casualidad. ¡No! Eso sería actuar a lo Biden, en el retiro de Afganistán.
No creemos que Donald Trump quiera ser el presidente que abandonó Ucrania a los dominios de Vladimir Putin con todas las terribles previsibles consecuencias.
Sin embargo, la actitud del presidente ignora que el 63% del pueblo americano respalda el apoyo a Ucrania, y que la amplia mayoría del votante republicano, entre ellos los que votaron por él, cree que Rusia es el agresor en el conflicto y más del 80% desaprueba la conducta de Putin.
En frecuentes ocasiones la percepción y la realidad se confunden. En el momento actual la percepción casi generalizada, dentro y fuera del país, es que Trump luce más como un aliado de Putin, que un negociador imparcial en busca de un final justo en aras de la paz.
BALCÓN AL MUNDO
Se le acabó la ilusión momentánea a Maduro. Pensó que, aceptando unos cuantos miles de sus paisanos deportados de Estados Unidos, muchos de ellos, no todos, delincuentes con expedientes delictivos, Trump se conformaría y se ablandaría contra su dictadura. Pero Donald Trump tenía otros planes. Las licencias que disfrutaba Chevrón para explorar, producir, y exportar petróleo que le procuraba cientos de millones de dólares mensuales a Chevrón y a su gobierno, fueron, ¡al fin!, suspendidas. El ingreso a Venezuela por este concepto se elevaba entre 4 y 5 billones al año, de los cuales él, y los bandoleros de su gobierno, obtenían una buena lasca.
Por ahora Nicolás Maduro terminará con menos ingresos, quiero decir, dólares, y más bocas que mantener con esos miles de deportados.
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Y en Cuba, país pordiosero por obra y gracia de la ideología marxista, se sentirán los ramalazos de las sanciones a Venezuela. A ver si sus patrones, Rusia y China vienen a su rescate en su hora de desdicha. Es muy de dudar porque Cuba, aparte de su papel de vasallo, no tiene nada que ofrecer y las dos naciones mencionadas tienen suficientes problemas económicos para echarse al hombro otra carga más. Si no lo están haciendo ahora, por qué pensar que lo harán en un futuro cercano.
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Varios líderes árabes endorsaron la pasada semana un plan de Egipto para la franja de Gaza que permitiría a sus residentes permanecer en su tierra. Viene siendo una contrapropuesta al plan de Donald Trump de relocalizar a los palestinos a distintos países de la región.
El problema con el proyecto de Trump es que ninguno de los países consultados está dispuesto a recibir a los palestinos como residentes permanentes.
Los quieren mucho, pero a distancia.
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