La Coquetería

25 de febrero de 2025

Todo tuvo lugar en la iglesia después del sermón que predicó el pastor sobre este texto bíblico, “asimismo, que las mujeres se vistan con ropas decentes, con pudor y modestia, no con peinado ostentoso, no con oro, o perlas, o vestidos costosos, sino con buenas obras como corresponde a las mujeres que profesan la piedad” (I Timoteo 2:9-10).

En el almuerzo que se celebró terminado el  servicio religioso varias  damas me confrontaron con esta pregunta: “¿Es pecado la coquetería?”.

Generalmente muchos creen que la palabra coquetería procede del mueble habitacional que llamamos coqueta, ante el cual las mujeres solían pasar un rato largo y delicioso; pero en este mundo moderno los cuartos de baño vienen equipados con espejos por los cuatro costados e instalaciones eléctricas para todos los nuevos utensilios que tanto ayudan a resaltar la belleza femenina, lo que ha hecho que la coqueta haya pasado a planos secundarios. Ciertamente la palabra procede del francés “coquette”, femenino de “coquel”, que originalmente se usaba para referirse a “un gallito”. (de “coq”, gallo). La probable explicación es que el gallo se contonea para lucir su belleza, se pasea con donaire y hasta conduciéndose con definido tono narcisista. De ahí el salto de aplicar a las mujeres, por extensión imaginativa, el atributo de la coquetería.

Todo es cuestión de exceso y de apreciación personal. No puede negarse que hay mujeres a las que se les va la mano en  su forma de vestirse, y probablemente el pastor se refería a ese hecho, pero una coquetería controlada, dentro de los parámetros de la moral es práctica que exalta la feminidad. Conozco a una señora, ya entrada en los noventa años, que se viste de manera respetuosamente sugestiva, es discreta en las joyas que usa y  muy atinada en los perfumes que escoge. No pasa jamás inadvertida. Su coquetería es  naturalmente encantadora. La verdadera coquetería es para agradar, no para seducir. La diferencia entre ambos conceptos es más que conocida.

Sobre el tema se han expresado notables escritores y pensadores. Honorato de Balzac, el famoso escritor francés señaló en cierta ocasión que “la mujer es coqueta mientras no ama”. No caben dudas de que la palabra “coqueta” suele tener una connotación con tintes despectivos. Balzac sugiere que la coquetería es una forma tentadora de buscar amor, cuando en realidad es todo lo contrario. La mujer se engalana, se embellece, se hace agradable para impresionar al hombre que la ama, y en un sentido más analítico, porque se ama a sí misma.

Willliam Shakeaspeare es más pragmático, y afirma que “no ha existido mujer linda que no haya hecho ensayos de coquetería frente al espejo”, expresión que nos indica que el poeta inglés creía que la mujer no se embellece porque carezca de belleza. Toda mujer tiene sus encantos. Es, indudablemente, la creación más refinada de Dios. Me gusta la descripción que hace Jean Racine: “bella, sin más adornos, con el simple aderezo de una belleza acabada de arrancar al sueño”.

A mis amigas cristianas les dije que las épocas se suceden unas a otras y que las costumbres son tan cambiantes como el rumbo del viento. No tengo que irme tan lejos como para alcanzar a Pablo. Recuerdo, en mis tiempos de mocedad, el consabido moño en la cabeza de la mujer adulta, el vestido comprometido con el tobillo y la blusa escondiendo la soberanía del cuello. Los que obliguen a la mujer de hoy a vestirse así, bajo pretextos de religiosidad, son fanáticos o despistados.  Me encanta el tono epigramático  con el que lo explica esta simple rima de don Ramón de Campoamor:

“¡Oh, encantadores seres

del alma humana incompresible abismo!

¡Si el hombre sabe poco de sí mismo,

Sabe menos quizás de las mujeres!”

“Sin la mujer la vida es pura prosa”, dijo el laureado poeta nicaraguense Rubén Darío, lo que me hace recordar la frase de una romántica Rima de Gustavo Adolfo Bécquer: “¡Mientras exista una mujer hermosa, habrá poesía!”. 

Recuerdo a una muchachita que fuera alumna del colegio en el que yo ejercía mis funciones de capellanía. Tenía por costumbre pintarse un lunar al lado derecho de su boca. Una tarde le pregunté por qué lo hacía, si a todas luces se veía que el lunarcito era una farsa. Su respuesta me hizo reír: “¡es que me encanta la canción Cielito Lindo”. Me di cuenta de que la coquetería no es un invento de la vanidad femenina, sino un detalle instintivo que toda mujer, desde niña disfruta.

Ha sido un hecho histórico que la sociedad ha querido imponer sus puntos de vista sobre las mujeres. En muchos casos el hombre, por falso concepto de autoridad, celos o prejuicios, quiere limitar la libertad moral que la mujer quiere ejercitar para resaltar su belleza y su independencia. El tema no es nuevo. En 1662 – hace casi 350 años- Moliére, el dramaturgo francés, escribió  en versos, en cinco actos,  una comedia que tituló “La Escuela de las Mujeres”. El argumento pudiera identificarse con muchos casos de hoy, pues se trata de “una mujer irreal que se ve obligada, aún en contra de sus sentimientos, a obedecer las órdenes de su tutor”. Precisamente fue Moliére el autor de esta expresión: “la coquetería es la flor más hermosa que pudo conocer la naturaleza”.

Y es imposible omitir unas de las más famosas redondillas de Sor Juana Inés de la Cruz:

Hombres necios que acusáis

a la mujer sin razón,

sin ver que sois la ocasión

de lo mismo que culpáis”.

¿Es coqueta una rosa cuando abre sus pétalos o exhala su perfume? ¿Es coqueta una puesta de sol o un ave cantándole a las nubes que pasan? La belleza es una preferencia de Dios. Un libro bíblico precioso, y a menudo esquivado por puritanos obsoletos, es el “Cantar de los Cantares”  Hagamos una muy limitada descripción que hace un hombre rendido ante la mujer que ama: “hermosas son tus mejillas, entre los adornos, tu cuello entre los collares. Adornos de oro haremos para ti, con cuentas de plata … ¡cuán hermosa eres, amada mía, cuán hermosa eres, tus ojos son como palomas ….”. 

Nos damos cuenta de que la preciosa dama del “Cantar de los Cantares” se adornaba para resaltar su belleza. Los adornos no son la belleza, simplemente son medios para exaltarla. De aquí que no compartamos la idea de la frugalidad paulina insertándola en nuestra cultura de hoy. El Apóstol Pablo hacía bien en exaltar la modestia en las mujeres cristianas de sus días debido a la inmoralidad reinante en medio de la cual vivían. Tenía razón Víctor Hugo cuando dijo que “generalmente, la historia de las debilidades de las mujeres es también la historia de las bajezas de los hombres”.  Esa frase pudo haberla insertado el Apóstol Pablo en sus epístolas, pero hoy, una coquetería sin asociación con la falta de pudor, lucida con fineza y buen gusto, no tiene que ser criticada.

“¿Le gusta la mujer coqueta?”, me preguntó, tendiéndome un lazo, una de las señoras que ha provocado este artículo. Mi respuesta, sin que supiera que parodiaba a Voltaire, sencilla y cabal, fue  ésta: “Pues claro, recuerde que Dios creó a las mujeres para, con sus artes, dominar a los hombres”.

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