Un reconocido neurocientífico francés propone fomentar la lectura de libros en papel, debido a sus efectos positivos en el desarrollo intelectual, social y emocional de los niños y niñas, y como un antídoto contra los efectos de las pantallas en la mente que pueden conducir al ‘atontamiento digital’, según este ferviente defensor de la lectura compartida entre padres e hijos.
Por Daniel Galilea.
Cientos de estudios demuestran que la lectura por placer tiene un impacto único en el aprendizaje cognitivo de los niños. Fomenta el lenguaje, los conocimientos generales, la creatividad, la atención, la escritura, la expresión oral, la autocomprensión y la empatía”, señala Michel Desmurget, doctor en neurociencia.
Para este neurocientífico francés de referencia “no hay herramienta más útil para el desarrollo cerebral que un libro”. Por esa razón, recomienda que los niños y las niñas lean libros en papel, sumergiéndose en esa lectura, que considera mucho más fructífera para el cerebro infantil que las pantallas digitales, dibujando, subrayando y doblando las páginas de esos libros.
Michel Desmurget es director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica de Francia. Este investigador y escritor francés especializado en neurociencia cognitiva es autor de una vasta obra científica y divulgativa y ha colaborado en prestigiosos centros de investigación en el mundo.
Desmurget es una de las voces que más tiempo lleva alertando sobre los efectos perniciosos de las pantallas en el cerebro infantil, y en su libro ‘Más libros y menos pantallas’ propone a padres y maestros, desde un enfoque optimista, soluciones concretas para evitar que nuestros hijos e hijas se conviertan en lo que este neurocientífico califica como ‘cretinos digitales’.
Destaca que el lingüista Stephen Krashen ya constató hace décadas que “cuando los niños leen por placer, cuando se convierten en ‘adictos a los libros’, adquieren de manera involuntaria y sin un esfuerzo consciente casi todas esas habilidades que se conocen como competencias lingüísticas y que preocupan a tantas personas”.
“Se convierten en lectores eficaces, aprenden un amplio vocabulario, desarrollan su capacidad de comprender y utilizar estructuras gramaticales complejas, adquieren un estilo de escritura adecuado y presentan una buena (aunque no necesariamente perfecta) ortografía”, destaca Desmurget.
Leer desde la infancia
“Es fundamental que los menores lean desde su más tierna infancia, porque la lectura por placer estructura el pensamiento, organiza el desarrollo del cerebro y civiliza nuestra relación con el mundo; el libro construye al niño literalmente en su triple dimensión: intelectual, emocional y social”, enfatiza.
Pero “la lectura está cediendo terreno a una cultura digital lúdica, que provoca un efecto idiotizante, como han demostrado de manera irrefutable numerosos estudios científicos, y genera consecuencias negativas probadas, para el lenguaje, la concentración, la impulsividad, la obesidad, el sueño, la ansiedad o los resultados académicos”, lamenta este investigador.
Para Desmurget el mejor antídoto contra la idiotización de las mentes es la lectura, la cual es una ‘máquina de configurar la inteligencia’, en su dimensión cognitiva (que nos permite pensar, reflexionar y razonar) y en su dimensión socioemocional (que nos permite comprendernos a nosotros mismos y a los demás, lo que facilita las relaciones sociales)”.
“¡Un lector es lo contrario de un cretino digital!”, enfatiza Desmurget, que fundamenta todas sus afirmaciones en un rastreo riguroso de la literatura científica.
“Los formatos en papel son preferibles, sobre todo en el caso de los textos largos y complejos, porque favorecen la concentración y la sensación de inmersión”, señala.
Compartir la lectura en familia
“¿Cómo cultivar en los niños el amor por los libros? Ese amor no es en absoluto innato. Se inculca y se transmite lentamente. Para los padres es un legado que transmitir; para los hijos, un derecho a recibir una herencia”, puntualiza.
Sin embargo, “sabemos, por una investigación reciente, que muchos padres y muchas madres no leen con sus hijos porque no son conscientes de que es necesario hacerlo, y de los enormes beneficios y del placer que proporciona esta actividad”, recalca.
“Independientemente de la edad que tengan y del país en el que residan, a nuestros hijos les gusta que les lean historias. Esto es, al menos, lo que asegura una aplastante mayoría de ellos (entre el 85 y el 95 %). La proporción de adolescentes que dicen adorar esta práctica también alcanza niveles sorprendentes, por lo general superiores al 75 %”, según puntualiza.
Explica que “este amor universal por la lectura compartida está anclado a dos raíces”.
“La primera raíz, de tipo emocional, tiene que ver directamente con los niños, y consiste en la sensación de estar viviendo un momento ‘especial’ que aporta un placer mutuo, un momento de risas, palabras, calidez y complicidad”, señala.
“El segundo anclaje, más utilitarista, está ligado a los padres y a su aspiración de obtener beneficios concretos, como el desarrollo del lenguaje, el enriquecimiento de la imaginación, la iniciación a la lectura y la mejora de los resultados académicos”, añade.
Y “cuánto más se expone un niño a la lectura compartida, más tiende a leer por sí mismo, sea cual sea su edad”, puntualiza.
El impacto del ‘elefante digital’
Sin embargo “muchos padres, cuando abandonan la lectura compartida, también renuncian a supervisar y alentar las actividades de sus hijos en torno a los libros. Una doble pena que numerosos niños parecen llevar mal”, lamenta.
A ello hay que añadir el peso de lo que Desmurget denomina “el omnipresente elefante digital”. “Está demostrado que cuanto más se expongan los miembros del hogar (niños y/o padres) a las pantallas durante su tiempo de ocio, menos tiempo dedicarán a las actividades de interacción intrafamiliar, entre ellos la lectura compartida”, asegura el autor.
“Existen multitud de estudios sobre el impacto de este ‘elefante digital’, a distintas edades, pero su conclusión general es la misma: el consumo lúdico de pantallas constituye un enemigo feroz y ancestral de la lectura”, según Desmurget.
“Para aprender a leer hay que leer y fomentar la lectura más allá de las tareas escolares. Un niño que no lee en casa durante su tiempo de ocio jamás se convertirá en un verdadero lector. Acabará dominando la descodificación y la comprensión de los textos más comunes, pero será incapaz de penetrar en la inmensa riqueza de los contenidos complejos”, adelanta.
Reitera que muchas familias suelen relajarse en sus esfuerzos por ayudar al niño, convencidas de que la lectura compartida se vuelve inútil a partir de la escuela primaria porque es entonces cuando, supuestamente, el alumno ya lee solo.
Pero “a un niño de diez u once años que lea poco fuera del ámbito escolar y no se exponga a través de la experiencia de la lectura compartida, a las convenciones y dificultades específicas del lenguaje escrito, le costará enormemente penetrar en textos más complejos, adecuados para la curiosidad y las inquietudes propias de su edad”, advierte.
“La lectura compartida provoca que la inteligencia verbal del niño, según es posible medirla en la actualidad a partir de pruebas estandarizadas, pase de 100 a 111” mientras que “varios estudios demuestran que también ayuda a mejorar la atención, esa que las actividades del ocio digital se empeñan metódicamente en destruir”, asegura Desmurget.
Leer, cuanto antes mejor
“¿Cuándo hay que empezar a leer cuentos a los niños? Se sabe que lo óptimo es comenzar temprano. La mayoría de las investigaciones recomiendan hacerlo ya entre el primer y el tercer trimestre tras el nacimiento.
Y “la lectura compartida, practicada como actividad de acompañamiento, sigue siendo un fecundo instrumento para el aprendizaje, incluso cuando el niño es ya capaz Pde leer por sí mismo”, destaca Desmurget.
Los efectos positivos de esta actividad familiar se refuerzan leyendo varias veces el mismo libro, lo cual aumenta de manera significativa la memorización de los tesoros lingüísticos y narrativos de un libro, y permite que el niño conozca más palabras y amplíe su vocabulario, lo que facilita que se centre más en la historia narrada en el libro, según explica.
Para que esta actividad dé sus frutos los padres deben hacer que sea agradable, alegre, lúdica y divertida, realizándola en un ambiente sereno, libre de toda prisa, hostilidad, sermones e interrupciones por parte de los adultos, y expresando muchas palabras de aliento para el niño, según Desmurget.
“Para que un niño se convierta en un lector hay que evitar que sus inicios sean demasiado arduos, dedicando tiempo a hablarle, a proponerle juegos con el lenguaje”, concluye.
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