El EXTRAÑO CASO DEL Dr. OPPENHEIMER

Written by Libre Online

11 de febrero de 2025

Acusado de constituir un riesgo para la seguridad nacional, el físico que fabricó la Bomba Atómica y que conocía todos los secretos vitales de defensa de los Estados Unidos, fue suspendido en el desempeño de sus cargos oficiales, mientras el tribunal que lo juzgaba decidía su destino. A continuación, LIBRE pone a disposición de sus lectores, dos artículos escritos en 1954 por la prensa norteamericana.

LO QUE DICE “WOLD REPORT”

¿Por qué después de once años “gozando de la mayor confianza”, ahora se acusa al doctor J. Robert Oppenheimer, de constituir un riesgo para la seguridad nacional? 

Desde 1943, el doctor Oppenheimer conoce todos los secretos importantes relacionados con las investigaciones atómicas de los Estados Unidos, muchos de los cuales se deben a sus profundos conocimientos del átomo y del hidrógeno. Sin embargo, ahora se le niega acceso a estos secretos. Su pasado, sus costumbres y hasta sus ideas están siendo investigadas cuidadosamente. 

En cierto modo, una parte de la respuesta que podría esclarecer el misterio del doctor Oppenheimer, la encontramos en la vigencia de un nuevo concepto de la seguridad y, otra en las propias ideas, planes y relaciones del eminente físico. 

Este será “el extraño caso del doctor J. Robert Oppenheimer”, al que se considera el hombre que ha desempeñado el papel más importante en la fabricación de la Bomba Atómica y cuyos conocimientos y consejos facilitaron la fabricación de la primera superbomba de hidrógeno. 

Se cree que no hay otro hombre en el mundo que guarde en su mente más secretos relacionados con la seguridad de los Estados Unidos, que este científico de cincuenta años de edad. Hasta junio de 1953, el doctor Oppenheimer actuó como consejero de les Fuerzas Armadas en asuntos atómicos; fue el primero de los consejeros científicos de la Comisión de Energía Atómica y a la vez consejero de la Casa Blanca y de la Secretaría de Relaciones Exteriores. 

Por espacio de once años el doctor Oppenheimer creó secretos y conoció los más importantes de la nación, asistiendo además a las que pudiéramos llamar conferencias supersecretas. 

Hoy, el hombre que creó tantos secretos relacionados con la seguridad de la nación, que se guardan celosamente, se encuentra acusado de constituir un riesgo para esa misma seguridad. Los pasos que se han dado contra el doctor Oppenheimer se iniciaron en la Casa Blanca hace varios meses, el 23 de diciembre de 1953, al disponerse que fuera suspendido en el desempeño de sus cargos. Pero hasta la semana pasada este hecho no trascendió al público. 

La pregunta que todos se hacen en estos momentos es la siguiente: ¿Por qué al cabo de once años en cuyo decursar el Gobierno ha venido aceptando los trabajos y las ideas del doctor Oppenheimer, súbitamente dispone que se investiguen su vida y sus actividades por considerarlo peligroso para la seguridad del país? 

La respuesta la encontramos parcialmente en las nuevas regulaciones del Gobierno que tienden a determinar quién constituye y quién no, un peligro para la nación. Bajo el Gobierno anterior el procedimiento era distinto. La lealtad era su vara de medir, y los trabajos del doctor Oppenheimer en la fabricación de la Bomba Atómica eran considerados como una prueba de lealtad. Pero ni ahora, ni antes se han producido acusaciones de deslealtad contra el doctor Oppenheimer. 

El presidente Eisenhower cambió los procedimientos. Actualmente lo que se toma en consideración es la seguridad y no la lealtad. Y por esta vía entran en escena las relaciones sociales del individuo, sus ideas, sus costumbres y sus actividades, que pasan a ser objeto de severo escrutinio. De aquí, que el doctor Oppenheimer se encuentre sometido al juicio secreto de una comisión especial integrada por tres miembros. 

La suspensión del doctor Oppenheimer en su cargo de consejero de Energía Atómica fue decretada en diciembre del año pasado y durará hasta que se conozca el fallo del Comité que examina su actuación. A partir del momento en que se dictó esta medida, se le prohibió al científico todo acceso a los lugares donde se guardan los “secretos de la seguridad nacional”; pero para proteger su vida privada no se hizo pública la medida, que seguramente aún se desconocería si el propio afectado no la hubiese declarado a la prensa en el curso de la pasada semana. 

Ahora los cargos que se le hacen al famoso científico son conocidos en todas partes, al igual que su minuciosa respuesta. Mientras tanto, se espera que la Comisión anuncie de un día para otro su fallo. Pero, desde el momento en que se produjo la sorprendente revelación, el extraño Caso del doctor Oppenheimer, constituye la actualidad más trascendente, puesto que la resolución que se adopte indicará a toda la nación lo que convierte a un hombre, bajo el nuevo concepto o las nuevas regulaciones, en un peligro para la seguridad del país. 

Las amistades de ayer y las relaciones de hoy están siendo consideradas por los miembros del Comité. El doctor Oppenheimer ha tenido muchas relaciones con personas de las que se sabe que en un tiempo u otro han sido comunistas. Su esposa lo fue en una época y anteriormente estuvo casada con un comunista. Frank, hermano del propio científico también fue comunista. Steve Nelson uno de los colaboradores del doctor Oppenheimer fue convicto en 1953 de conspirar para el derrocamiento del Gobierno por medio de la fuerza. 

El doctor Oppenheimer no niega estas relaciones, pero sí que haya sido comunista. El senador republicano McCarthy ha dicho públicamente que tiene pruebas de que el científico fue miembro del Partido Comunista en cierta época. 

En el procedimiento pro-seguridad adoptado por el Gobierno se están tomando en consideración todos los aspectos que acabamos de mencionar. En consecuencia, cabe preguntar si las relaciones del pasado son las que provocan dudas acerca de la “seguridad” en el caso de un hombre que tiene a mano los principales secretos de la nación. 

También están investigando las actividades del Dr. Oppenheimer, considerado como uno de los dirigentes de los científicos nucleares, a muchos de los cuales ha adiestrado en estos problemas. El hecho de que constantemente los científicos hayan ejercido presión para que se den a conocer los secretos atómicos, es otro de los aspectos que se estudian. 

Desde hace tiempo el Dr. Oppenheimer ha venido propugnando la internacionalización del átomo y se ha opuesto al mantenimiento del secreto en tiempos de paz. Igualmente cooperó en la redacción de un plan en 1946 para la internacionalización del control atómico y en 1947 hizo su propio plan para que los descubrimientos atómicos fuesen compartidos por todo el mundo. En la época en que se hicieron ambos proyectos los Estados Unidos tenían el monopolio atómico. En 1949 se opuso a que los Estados Unidos fabricasen la superbomba de hidrógeno, aun cuando ya se sabía que la Unión Soviética había hecho estallar una bomba atómica, y estaba en condiciones de desarrollar, la bomba de hidrógeno. 

Entre otras acusaciones contra Oppenheimer, figura la de haber procurado que otros científicos se negasen a trabajar en la bomba de hidrógeno y que continuó tratando de demorar su fabricación aun después de haber ordenado el presidente Truman en 1950 que se procediera a fabricarla. El Dr. Oppenheimer niega este cargo diciendo que su oposición “terminó de una vez por todas” tan pronto como se recibió la orden del Presidente. 

También se encuentran ahora sometidas a estudio las ideas del Dr. Oppenheimer, sobre la base de la relación que puedan tener con la seguridad. Como se sabe Oppenheimer era consejero del Congreso, de la Casa Blanca y de las secretarías de Estado y Defensa. En 1951, presentó un proyecto tendiente a reducir el radio de acción de los bombarderos que pueden conducir y arrojar la bomba de hidrógeno, relegando las armas atómicas para usos tácticos exclusivamente. 

Esta proposición hecha por un hombre de ciencia sin conocimientos militares, que de adaptarse hubiera cambiado por completo el plan de defensa de los Estados Unidos alarmó profundamente a las Fuerzas Aéreas, las que ahora están muy interesadas en que se lleve adelante la investigación. Todos estos curiosos aspectos han creado “el extraño caso del Dr. Oppenheimer”. 

Un súbito cambió en la vida privada del Dr. Oppenheimer, también está siendo considerado seriamente. Durante los treinta y dos primeros años de su vida, el Dr. Oppenheimer fue esencialmente un científico. Durante el tiempo que actuó como profesor en la Universidad de California, vivía tan al margen de los acontecimientos que no se percató del desastre del mercado de valores ni de la espantosa depresión económica. En su casa no tenía teléfono ni radio. De pronto, alrededor del año 1936, cambió totalmente. Despertó, dice, al darse cuenta de lo que estaban haciéndole los nazis a los judíos. En esos días comenzó a interesarse por los acontecimientos mundiales y tuvo sus primeros contactos con los comunistas. 

Los hombres que en 1943 lo nombraron director de los trabajos de la bomba atómica en Los Álamos, no ignoraban las relaciones que había tenido con los comunistas, pero sus méritos como conocedor de la física nuclear eran indiscutibles y su lealtad no fue puesta en duda. La labor que realizó en Los Álamos satisfizo a cuantos habían intervenido en su nombramiento, y aun después de que su nombre fue mencionado en el seno de los comités que investigaban las actividades del espionaje soviético en 1948 y 1950, el Dr. Oppenheimer conservó su elevada posición y siguió formando parte de los consejos secretos de la nación. Algunos de los que testificaron ante las comisiones investigadoras, dijeron que individuos en busca de informaciones científicas para Rusia, se habían acercado al Dr. Oppenheimer, el cual los rechazó sinceramente indignado. Los testigos también negaron que el Dr. Oppenheimer fuera miembro del partido Comunista. 

A medida que se advierte el cambio efectuado en las costumbres del Dr. Oppenheimer, esto es, cuando se le ve avanzando cada vez más desde el campo científico hacia el de los acontecimientos mundiales, nuevas preguntas acuden a los labios de los investigadores. Conjuntamente con otros hombres de ciencia, Oppenheimer se encontró profundamente envuelto en el problema que consistía en decidir lo que debía hacerse con el monstruo que habían creado. Al conocer los terribles efectos de la bomba arrojada sobre Hiroshima, sintieron graves escrúpulos morales. 

Las mismas cualidades de brillantez y de diplomática paciencia que hicieron al Dr. Oppenheimer tan popular entre sus alumnos, convirtieron a los principales científicos de la nación en sus devotos admiradores. De este modo llegó a ser su vocero y su director en la campaña para ponerle fin al secreto atómico de modo que fuera compartido por las demás naciones. 

Oppenheimer ha tenido en sus manos casi todos los planes que se redactaron con la finalidad de internacionalizar los secretos de la energía atómica. Como consejero de la secretaría de Estado, colaboró en el plan Acheson-Lilienthal de 1946, al que se le hicieron severas críticas a tenor de que ponía en manos de Rusia los secretos de la bomba atómica, llegándose a decir que estaba “admirablemente preparado para satisfacer las aspiraciones comunistas”. 

Aunque este plan establecía determinadas regulaciones, hubiera permitido a la Unión Soviética bloquear cualquier castigo que se intentara imponer a los violadores por parte de las Naciones Unidas. Le bastaba al gobierno de Moscú, para este fin, hacer uso del veto. Después de una larga consulta con Oppenheimer, Bernard Baruch revisó el plan, presentándolo por último a la consideración de las Naciones Unidas. En su nueva versión el plan eliminaba el veto y Rusia salió del paso, vetándolo. 

Más tarde, en 1947, Oppenheimer presentó a las Naciones Unidas su propio plan. “En él, dijo, adopto los principios fundamentales para el desarrollo cooperativo internacional de la energía atómica”. En suma, el plan consistía en el establecimiento de laboratorios atómicos diseminados por todos los ámbitos del mundo. Prohibía la investigación en lo concerniente a las bombas y descartaba el secreto. 

Cuando Rusia hizo estallar una bomba atómica en 1949, el cuadro atómico cambió por completo. Los Estados Unidos habían perdido el monopolio de la tremenda arma. Lewis Strauss, miembro de la Comisión de Energía Atómica propuso que los Estados Unidos volvieran a conquistar su puesto primerísimo con un programa intensivo encaminado a fabricar un arma nueva todavía más poderosa, la superbomba de hidrógeno. 

El doctor Oppenheimer conjuntamente con sus compañeros científicos que formaban parte del Comité de Asesores de la Comisión de Energía Atómica se opusieron a lo propuesto por Strauss. No solo pusieron en duda la posibilidad de fabricar tal arma sino también la moralidad de su empleo. Sin embargo, a despecho de las objeciones, el presidente Truman en 1950 ordenó que la fabricasen y, según las declaraciones del doctor Oppenheimer en ese mismo momento terminó su oposición al proyecto. Ahora se le acusa de haber mantenido su actitud en contra. Por otra parte, los informes revelan que el interés del doctor Oppenheimer en el papel que desempeñaría en materia militar la bomba de hidrógeno, aún continúa muy vivo. 

Los planes de defensa propugnados por el doctor Oppenheimer, contribuyeron en gran medida a provocar el descontento de las Fuerzas Aéreas. En los tres se tendía a reducir al mínimo la importancia de la Bomba de Hidrógeno en caso de guerra y el doctor Oppenheimer en su calidad de asesor actuó en la defensa de todos. 

Uno de estos movimientos que ahora se estudian cuidadosamente está representado por el plan de 1951 que causó gran sorpresa a las Fuerzas Aéreas pues representaba la inutilización de los bombarderos con su cargamento de bombas de hidrógeno. El plan apuntaba la esperanza de que las demás naciones harían lo mismo que los Estados Unidos con lo que se evitaría la muerte de la población civil. Las fuerzas aéreas vieron en este proyecto una forma de privar a la nación de su arma más poderosa, mientras que el Ejército rojo y sus Fuerzas Tácticas Aéreas mantenían la balanza del poder en Europa. 

Otro de los movimientos sospechosos fue el orientado a paralizar la primera prueba de la bomba de hidrógeno en 1952. El doctor Oppenheimer, entonces consejero de la Secretaría de Estado, urgió al presidente Truman para que anunciara que había resuelto no probar la bomba basando esta determinación en sentimientos humanitarios. Este anuncio debía ser acompañado de una advertencia en el sentido de que consideraría como un acto de guerra por parte de cualquier nación el uso de la bomba de hidrógeno. 

El tercer movimiento consistió en la exposición por un grupo de científicos de una teoría de defensa para los Estados Unidos, cuyo territorio debía quedar protegido por la vigilancia de una fuerza aérea tan grande que ningún bombardero enemigo pudiera traspasarla para atacarlo y, en consecuencia, los Estados Unidos no tendrían necesidad de usar la bomba de hidrógeno. 

Estos tres movimientos fracasaron, pero su exposición alarmó a las Fuerzas Aéreas que vieron con disgusto los esfuerzos de los científicos para ejercer influencia en lo que respecta a las tácticas de la defensa nacional. Los tres casos y los hombres que en ellos intervinieron fueron tomados en cuenta durante el último otoño o sea en los momentos en que se inició “el extraño caso del doctor Oppenheimer.” 

Durante este período, el doctor Oppenheimer como director del Instituto de Estudios Avanzados, de Princeton, New Jersey, hizo numerosas declaraciones de carácter público sobre la situación internacional en las que abordó problemas atómicos, propugnando al mismo tiempo la cooperación mundial. 

Varias veces dijo que no debíamos confiar mucho en nuestro monopolio atómico, porque “es como un cake helado que se derrite enseguida”. En otra ocasión dijo que, “Los hombres de nuestro tiempo jamás nos sentiremos seguros”. 

EN 1953 escribió un artículo para “Foreign Affairs” recomendando menos secreto en los asuntos atómicos y que se procediera con más franqueza en nuestras relaciones con los demás países. Criticaba al mismo tiempo el temor de ofrecer “informaciones vitales al enemigo” pues a su manera de ver, “el enemigo tenía sus fuentes de información”, asegurando por último que la carrera para mantenerse en el primer lugar en lo que respecta a la producción de armas atómicas, frente a cualquier enemigo en potencia, no representaba la solución final del problema. 

En otra oportunidad el doctor Oppenheimer habló de la persecución a los comunistas, expresando que estaba “sincera y profundamente preocupado porque tal sistema de protección contra el comunismo constituye una subversión que nos lleva a adoptar sus mismos métodos. Aliento la esperanza de que volvamos a la fe tradicional americana en el sentido común, que es la base de nuestro sentido político.” 

Ahora el hombre que fabricó la bomba atómica se encuentra bajo sospecha y sus ideas y actividades que han creado esta sospecha están siendo investigadas para decidir si debe o no continuar conociendo los secretos vitales de los Estados Unidos. 

Cargos Que Han Hecho del Doctor Oppenheimer un Hombre Importante 

Profesor de la Universidad de California y del Instituto Tecnológico de California, 1929-47; director de los trabajos de la Bomba Atómica en Los Álamos, 1945; director del Comité Asesor General de la Comisión de Energía Atómica, 1946-52; consejero de la Comisión de Energía Atómica, desde 1952 hasta el momento en que fue suspendido del empleo; consejero del Buró de Investigación de la Secretaría de Defensa, 1948-53; consejero de la Secretaría de Estado en lo concerniente a la Comisión de desarme de las Naciones Unidas, 1952-53.

Actitudes Asumidas por el Doctor Oppenheimer 

Bomba de Hidrógeno: — Opuesto al proyecto para fabricarla. Discutió conjuntamente con otros científicos en su calidad de asesor de la Comisión de Energía Atómica la posibilidad de fabricarla, asegurando que sus resultados serían inciertos, que debilitaría el programa de las bombas atómicas y que moralmente era un error. 

Estrategia Aérea: — Propuso que los Estados Unidos retirasen la amenaza de usar superbombas contra el territorio enemigo. Sugirió que el Gobierno anunciara que en caso de guerra no utilizaría sus Comandos Aéreos Estratégicos o sea los bombarderos de largo alcance. En apoyo de su proposición dijo que si los Estados Unidos no atacaban las ciudades soviéticas Rusia respetaría igualmente las de Estados Unidos y de la Europa Occidental. De nuevo recurrió a los escrúpulos morales. 

El Control Atómico. — Propugnó el control internacional de la energía atómica, abogando por una completa y absoluta libertad en los empleos del átomo para usos no bélicos. 

La carrera de armamento atómicos. —El arte del ataque y el arte de la defensa, dijo, tendrán una importancia militar suprema, si se ponen en juego en lugar de la supremacía en el arsenal de las armas atómicas. “Nuestras veinte mil bombas atómicas no debilitarán en un sentido estratégico profundo, las dos mil de Rusia”. 

El Secreto Atómico: — Las características y los efectos probables de nuestras armas atómicas, así como su número y los cambios que puedan hacérseles en el curso de los próximos años, dijo en otra ocasión, no son cosas para mantenerlas en secreto. Mi punto de vista se basa en el hecho de que el enemigo tiene sus informantes. 

La persecución de los comunistas: — Afirmó que el sistema empleado para combatir a los comunistas nos está llevando al empleo de los mismos métodos del comunismo. 

La paz mundial: —Se muestra disgustado porque esperaba que después del empleo de la bomba atómica en la guerra, el mundo se pondría de acuerdo para vivir en paz. 

Los descubrimientos científicos: — Declara que después de la producción de la bomba atómica se sintió un poco asustado de lo que había hecho, pero que es justo decir que ningún hombre de ciencia puede oponerse al progreso por temor a lo que haga el mundo con sus descubrimientos.

LO QUE DICE “TIME” 

“Usted no tiene idea de lo desagradable que me resulta hablar de mi propia vida. Es imposible ser enteramente franco. Hablar de uno mismo es un arte y como todo arte requiere técnica; una técnica que es necesario aprender. Si usted ha vivido una existencia que no es libre y pública, es casi imposible dejar de enmarañarse”. 

Las palabras anteriores fueron dichas por el físico J. Robert Oppenheimer a un periodista que lo entrevistó en 1948. La semana pasada, la vida de Oppenheimer—no solamente los pro y los contra de los cargos que se le hacen a tenor de que puede constituir un riesgo para la seguridad nacional, sino también sus ideas sus actividades y su carácter—se ha convertido en un asunto del mayor interés para cuantos compartimos con él, la vida en este inquieto planeta. 

Sus contemporáneos lo vienen considerando como un genio de la física y director en los trabajos de fabricación de la Bomba Atómica. En segundo término, habían comenzado a darse cuenta de que era un líder en otro sentido, de que se había convertido en el símbolo de una nueva característica entre los físicos (y muchos otros hombres de ciencia) una característica que oscila entre la vieja confianza en sí mismos y nuevas y profundas dudas. El Oppenheimer que simboliza este aspecto se había convertido en una potencia en los más altos consejos políticos de la nación, parcialmente debido a que se hizo necesario a los hombres a cuyo lado se colocó y, parcialmente también, por la fuerza de su personalidad. Su genio, quizás, no estaba confinado únicamente en la física. Públicamente se sabe que la estrella de su influencia comenzó a declinar hace varios años y que ha llevado la peor parte en muchas controversias que pueden haber decidido el destino de la República. De pronto, la semana pasada, se tuvieron noticias de que había sido suspendido en sus cargos gubernamentales porque su actuación despertaba dudas en el sentido de que pudiera constituir un riesgo para la seguridad nacional. 

Conjuntamente con la chocante noticia llegó un documento extraordinario: la respuesta de Oppenheimer a la carta en que la Comisión de la Energía Atómica le comunicaba que había sido suspendido en sus empleos. Oppenheimer escribió un bosquejo autobiográfico de cuarenta, y tres páginas “porque lo que ustedes dicen no puede ser comprendido claramente si no se conocen mi vida y mi obra.” 

La carta de Oppenheimer es una joya literaria. La fuerza de su personalidad se manifiesta en cada página y ha conmovido de modo especial a los hombres y a las mujeres de su propia edad, —50 años—. Muchos hombres diez años más viejos o diez años más jóvenes no la han comprendido enteramente. Su carta es el relato de un extraño período histórico; el período de las décadas de 1920 a 1950, no tanto por la importancia de los acontecimientos como por lo extraordinario de los estados mentales. Su relato constituye un ejemplo de lo que ha sucedido en ese período a un gran número de intelectuales en todo el mundo. 

Empero, como Oppenheimer es el primero en reconocer, ninguna autobiografía debe ser considerada como la última palabra. Tomando como punto básico su carta a la Comisión de Energía Atómica y además otras cosas que ha dicho y escrito, informes suministrados por sus amigos y por sus enemigos, así como su actuación a través de los años, presentamos a continuación un retrato de Robert Oppenheimer. 

Un Godo, Pero un Godo Sorprendente 

“Nací en New York en 1904” dice Oppenheimer en su carta a la Comisión de Energía Atómica. “Mi padre vino a este país desde Alemania, cuando tenía diecisiete años de edad. Fue un hombre de prósperos negocios y muy activo en los asuntos que afectaban a la comunidad… Yo asistía a la Ethical Culture School y a Harvard, donde ingresé en 1922.” 

Uno de sus condiscípulos recuerda que cuando cursaban el tercer o cuarto grado, Robert hizo una de sus contadas salidas al patio del recreo en los momentos en que un niño lanzaba la pelota tan alto que fue a dar a la calle. El director del colegio amonestó a los muchachos por jugar con tan poco cuidado, diciéndoles además que la pelota podía haber lastimado a cualquier persona que pasase por la calle en esos instantes. Robert inmediatamente calculó la fuerza probable con que la pelota había chocado contra la acera, demostrando enseguida que su velocidad no era suficiente para dañar a ningún transeúnte. En la escuela superior aprendió cálculos, se interesó en los griegos y en unos tres meses pudo leer a Sófocles sin necesidad de tener a mano un diccionario. 

Cuando tenía cinco años, su abuelo consiguió interesarlo en el estudio y conocimiento de los minerales. Tenía un bote de vela al que bautizó con el nombre de “Trimethy”, pensando en la trimethyline que parecía interesarle mucho. De su vida social en la Escuela de Cultura Ética una vez dijo: “Una de mis características es que no recuerdo a ninguno de mis condiscípulos. Fui un muchacho desagradable.”

Harvard le causó profundo efecto. Le pareció que se le abrían las puertas de un paraíso intelectual. Más tarde calificó esta experiencia como “la época más interesante de toda su vida” “Fue como los bárbaros entrando en Roma. Tuve entonces una verdadera oportunidad para aprender. Me entusiasmé. Me sentí vivir. Tomé más cursos de los que había pensado…” 

¿Por qué Oppenheimer que había acumulado más conocimientos que los típicos novatos americanos, se consideraba un bárbaro? ¿Por qué este joven aparentemente tan lleno de vida bendecía a Harvard por haberle dado “casi la vida”? ¿Lo separaron los estudios de la vida, en lugar de acercarlo más? De ser así, no fue precisamente porque Oppenheimer se concentrará demasiado en las disciplinas técnicas. Su principal interés era la física, pero no entró en este austero y noble sacerdocio, sin tener contacto con el mundo de las ideas que tenía a su alrededor. En Harvard, el joven que ya conocía a Sófocles y que más tarde se sorprendería de todo lo malo que hay en el mundo, descubrió a Dante y se entusiasmó con la literatura francesa. 

El futuro conductor de hombres a quien los condiscípulos no le dejaron recuerdos, tampoco los dejó. En la Memoria de la escuela sólo hay una línea en que lo citan porque fue alumno durante tres años. 

Robert Oppenheimer continuó sus estudios en los Estados Unidos y en el extranjero. Cuando regresó de Europa en 1929, ya se le consideraba, un físico de gran porvenir. Enseguida aceptó un nombramiento en el Instituto Tecnológico de California y otro en la Universidad de California en Berkeley. No le gustaba vivir en New York porque no era una ciudad típica americana. Prefería el Oeste, sus distancias, sus soledades. Le gustaba pasear a caballo por el desierto. 

En esta época su “vena gótica” todavía era fuerte, pero su ignorancia no era la del hombre sin cultura, sino la del individuo desconectado de las realidades de la vida, a causa de la falsa confianza de los que se sienten bien protegidos. Esta característica era frecuente a su alrededor. Más adelante Oppenheimer la resumirá diciendo: “Cuando salí de la escuela y vi el mundo me simpatizó el espíritu nihilista de esos tiempos. Mi vida desde niño no me había preparado en forma alguna para enfrentarme con la realidad representada por las cosas amargas y crueles que hay en la vida”. 

El Segundo Despertar 

En su carta a la Comisión de Energía Atómica, Oppenheimer habla de su vida en California: “Mis amigos, lo mismo en Pasadena que en Berkeley eran en su mayoría profesores, científicos, literarios y artistas. Estudié y leí en sánscrito con Arthur Ryder… Como no me interesaban la política ni la economía, no leí obras de esta índole. Puedo decir que vivía casi enteramente ajeno a la escena contemporánea. Nunca leía periódicos ni revistas. No tenía radio ni teléfono… Sólo me interesaba el hombre y su experiencia. La ciencia que había escogido me interesaba profundamente, pero no comprendía las relaciones del individuo con la sociedad…” 

Oppenheimer hace énfasis sobre los aspectos negativos de su aislamiento. Aún hoy no da la sensación de que comprende que la experiencia del hombre incluye necesariamente “la relación del hombre con la sociedad”. 

En California, Oppenheimer continuó leyendo ávidamente: leyó a los exégetas católicos y las novelas de Dostoievski. Algunos de sus amigos dicen que este período fue el de su “torre de marfil”. Pero en realidad esta torre tenía comunicaciones verdaderamente impresionantes. Dostoievski pudo decirle más de lo que necesitaba saber acerca del mundo de los años treinta, mucho más de lo que Oppenheimer hubiera descubierto instalando en su casa un teléfono o un receptor de radio. Pero Dostoievski no pudo concluir su exposición: se produjo una interferencia en la línea. Cuando Oppenheimer tuvo conocimiento de las maldades del mundo, la revelación fue como un trueno aturdidor. En su carta a la Comisión dice: 

“En los últimos días de 1936 mi interés comenzó a cambiar… Me enfurecía el tratamiento que recibían los judíos en Alemania… Vi los efectos de la depresión económica en mis alumnos… Comencé a sentir la necesidad de participar más activamente en la vida de la comunidad. Pero no estaba preparado, carecía de la experiencia necesaria para tener una buena perspectiva que me ayudase en el análisis de los asuntos políticos… 

“Los hechos que despertaron mis mayores simpatías y mi más grande interés fueron los relacionados con la guerra en España. Nunca había estado en ese país, conocía muy poco de su literatura y nada de su historia, ni de su política, ni de sus problemas contemporáneos. Pero como la mayoría de los americanos me sentí atraído por la causa de los Leales… El fin de la guerra y la derrota de la República me produjo un gran pesar. 

“Probablemente a través de las organizaciones de auxilio de los españoles, conocí al Dr. Thomas Addis… un médico distinguido de quien no tardé en ser amigo. Addis me rogó que hiciera por su mediación mis contribuciones al auxilio de la causa española, explicándome que ese dinero iba directamente al esfuerzo de guerra a través de secretos canales comunistas, en tanto que por otro conducto sólo servía para auxiliar a los civiles. Le complací… En esa época no consideraban peligrosos a los comunistas y algunos de los objetivos que públicamente perseguían, se me antojaban buenos. 

“Con el tiempo estas contribuciones terminaron. Estuve en una gran fiesta que se celebró para recaudar fondos de auxilio para España, la noche antes del ataque a Pearl Harbor. Al día siguiente cuando escuché las noticias sobre el comienzo de la guerra, llegué a la conclusión de que ya había hecho bastante por la causa de España y que había otras crisis más graves en el mundo… 

“En el verano de 1939 en Pasadena, conocí a la que había de ser mi esposa. En esa época era la señora del Dr. Harrison, miembro del Instituto Tecnológico de California. Supe que había estado casada con Joe Dallet, que murió peleando en España. Dallet había sido un comunista de rango en su Partido y, durante un año o dos de su breve matrimonio, mi mujer también había sido miembro de ese partido. Cuando la conocí, no tardé en descubrir que estaba un tanto desencantada y molesta porque el partido Comunista no era en realidad lo que ella se había imaginado.

“En la época en que nos mudamos a Los Álamos, a principios de 1943, tanto ella como yo, sin duda a consecuencia del cambio sufrido en mis puntos de vista y que la gran presión del trabajo de guerra, dejamos de participar en las organizaciones izquierdistas y mi asociación con esos círculos terminó por completo, sin que jamás volvieran a reanudarse.” 

Las relaciones de Oppenheimer con los comunistas antes de la Segunda Guerra Mundial las conocía el Gobierno en sus detalles más esenciales (como ahora lo señala la Comisión de Energía Atómica) y, no obstante, tal conocimiento lo nombraron director del laboratorio atómico de Los Álamos, en 1943. No es posible pensar que el Teniente General Leslie Groves, que lo nombró, tenga simpatías pro-comunistas y, sin embargo, la semana pasada ratificó su fe en la lealtad de Oppenheimer. 

Para comprender a Oppenheimer y su tiempo, lo más importante no es saber que se puso al lado de la facción comunista de los leales españoles, sino que esta fue la primera actitud política que adoptó. 

En casi todo el mundo occidental en los años treinta, el cuerpo principal de la intelectualidad se inclinó hacia el comunismo como la antítesis del fascismo. Con la misma confianza del “godo” que se había apartado de la política experimentaron los intelectuales la atracción de un sistema que se proclamaba científico. En Alemania, millares de hombres bien educados y descontentos con la política de los primeros años de la década de 1920 se sumaron al fascismo. El proceso fue el mismo. Lo que tiene verdadera importancia no es saber a cuál de los dos lados malos se agruparon, sino que estos “godos” tan ignorantes en política constituían una poderosa fuerza dentro de los predios de la civilización. 

El Despertar al Pecado 

El despertar de Oppenheimer al final de la década de los años treinta, lo colocó dentro de esos predios. 

Había descubierto la sociedad. Su labor en Los Álamos no era únicamente sobre teorías físicas. Ahora lo evoca en su carta a la Comisión: “Tuve que organizar un “staff”. Viajé por todo el país. La idea de desaparecer en las soledades desérticas de New México por un período indeterminado y bajo auspicios casi militares, disgustaba a muchos buenos hombres de ciencia y mucho más a sus familiares. Pero “el sentimiento patriótico al cabo prevaleció. La mayoría de los científicos con quienes hablé vinieron a Los Álamos…” Oppenheimer no solo había descubierto la sociedad, sino también que poseía insospechadas dotes para actuar como director. 

El 16 de julio de 1945, cuando el primer “hongo” se elevó sobre las arenas de Alamogordo, Oppenheimer despertó a otra realidad. Al respecto dice: “En cierto sentido crudo que nada puede disimular, los físicos habían conocido un pecado y este es un conocimiento que no se olvida.” 

Ante este hecho, ante esta realidad, algunos científicos permanecieron inertes. Oppenheimer no fue de estos. El hombre que casi era ajeno a la sociedad y a la política en 1936 se hallaba en 1945 preparado para expiar lo que consideraba el pecado de querer cambiar en una forma fundamental la política del mundo. Escribiendo en Foudations for World Order en 1947, volvió la vista hacia el pasado, hacia las esperanzas que en 1945 había compartido conjuntamente con los que le seguían, y que, en su esencia, propugnaban una internacionalización genuina cuya meta sería un gobierno mundial. 

El nuevo Oppenheimer no era hombre capaz de contentarse con una simple declaración sobre aspiraciones políticas. Comenzó a actuar en la política del átomo. ¿Si había aprendido el griego en tres meses, cómo no le iba a ser posible aprender con la misma rapidez la forma en que debían practicarse las relaciones internacionales y la manera de evitar la guerra? Si comprendió o no realmente su nuevo interés, es cosa que aún no puede asegurarse de modo preciso. Pero es innegable que aprendió a leer el libro de la política sin necesidad de diccionarios. 

En la lucha de los civiles contra los militares por el control del átomo, Oppenheimer se convirtió en un factor poderoso. Ocupó su puesto como presidente del Comité General de Asesores de la Comisión de Energía Atómica y fue el autor predominante del plan Acheson-Lilienthal de 1946 para el control atómico internacional. David Lilienthal dijo de Oppenheimer: “Es el único genio auténtico que conozco”. Dean Acheson declaró en cierta ocasión que las dos mentalidades más grandes que conocía eran Lord Keynes y Robert Oppenheimer. Estas manifestaciones nos dan la medida de su influencia en el Washington de la postguerra. Sus seguidores más devotos y al mismo tiempo la fuente principal de su fuerza y su influencia la constituían los hombres de ciencia que todavía se hallaban realizando labores militares. Por su parte Oppenheimer decía de los científicos en general que representaban “un pequeño pero magnífico ejemplo de la verdadera fraternidad internacional.” 

La Simiente de la Sospecha 

Pero ni aún esta fraternidad constituía una prueba contra el mal, ni siquiera contra la sospecha de que pudiera haber algo dañino y pernicioso. La semana pasada se conoció una curiosa quebradura en la fraternidad de los científicos liberales, al trascender al público el ataque que le hiciera a Oppenheimer en 1949, el doctor Edward U. Condon, que también fue combatido por sospecharse que constituía un riesgo para la seguridad. Condon actualmente es reverenciado como un mártir por los que consideran que las investigaciones de esta índole cuando afectan a los científicos tienen el mismo carácter que las pretéritas “cacerías de brujos y hechiceros.” El 7 de junio de 1949, Oppenheimer testificó ante el Comité de Actividades AntiAmericanas de la Cámara de Representantes, que investigaba las actividades del doctor Bernard Peters, del grupo de los científicos atómicos. 

El interrogatorio al que contestó Oppenheimer apareció poco después en el “Times-Union” de Rochester, provocando una extraordinaria reacción en Condon, quien le escribió a su esposa que se hallaba en Washington, que reuniera en su casa a determinadas personas para que escucharan la lectura de una carta en la que decía entre otras cosas: “Tengo entendido que Oppenheimer se encuentra desde la semana pasada bajo los efectos de una gran tensión nerviosa. 

Gente de Princeton dice que se halla muy preocupado porque teme que lo ataquen. Claro está que sabe cuánto se puede decir de sus actividades izquierdistas… Da la impresión de que trata de comprar su inmunidad personal, convirtiéndose en informador…” 

Cuatro días más tarde Condon le escribió a Oppenheimer diciéndole: “Uno siente la tentación de creer que usted es tan tonto que piensa que puede comprar su propia inmunidad ofreciendo informes sobre otras personas. Tengo la esperanza de que no sea así. Usted sabe muy bien que una vez que esa gente se decida a investigar el “dossier” de usted y lo dé a la publicidad, todas las revelaciones que hasta ahora se han hecho resultarán muy pálidas e insignificantes.” 

El 5 de julio de 1949, Oppenheimer les escribió al “Times-Union”: 

“Por el artículo publicado, cualquiera puede llegar a la conclusión de que el Dr. Peters propugnaba el derrocamiento por medio de la violencia del gobierno constitucional de los Estados Unidos. El doctor Peters ha desmentido elocuentemente tal afirmación… “Quiero hacer público mi profundo disgusto porque algo dicho en tal contextura haya sido mal interpretado y pueda perjudicar al doctor Peters y su futura carrera como hombre de ciencia…” 

La carta de Condon nada probó en contra de la lealtad e integridad de Oppenheimer, pero demostró que McCarthy no tiene el monopolio de poner en entredicho reputaciones y que un científico liberal es capaz de imputar a otro miembro de la gran fraternidad internacional, los más bajos motivos en su actuación. 

La Bomba de Hidrógeno 

El primer contratiempo grave que Oppenheimer experimentó como vocero del grupo de científicos atómicos, fue provocado por el problema de la Bomba de Hidrógeno. 

En su carta a la Comisión de Energía Atómica, dice refiriéndose a este asunto: “No hubo controversia seria en torno a la Super (bomba de hidrógeno) hasta que la Unión Soviética hizo estallar su bomba atómica en el otoño de 1949. Poco después, en octubre de 1949, la Comisión de Energía Atómica reunió en una sesión especial al comité de asesores, pidiéndonos que considerásemos el asunto y la aconsejáramos en dos aspectos: “Primero, si en vista del éxito de la Unión Soviética, continuaba siendo adecuado el programa de la Comisión y en caso contrario, que modificaciones debían hacérsele; segundo, si un programa para el desarrollo de la Super debía formar parte de un nuevo programa…” 

“El Comité expresó su oposición unánime a la iniciación por los Estados Unidos de un programa de esa clase… Creo no equivocarme al asegurar que la oposición unánime a dicho programa estaba basada en el convencimiento al que nos habían llevado consideraciones técnicas entre otras, de que tal empeño en esos momentos debilitaría en vez de fortalecer la posición de los Estados Unidos… Nunca urgí a nadie para que no trabajase en ese empeño.” 

Con vista a los informes que han llegado a la luz pública, no es posible determinar dónde está lo cierto: si en la versión de Oppenheimer o en la acusación que se le hace de haber tratado de obstruccionar la Bomba de Hidrógeno. Se sabe, sin embargo, que Oppenheimer era el hombre de mayor influencia en el grupo cuya oposición a la Bomba de Hidrógeno se basaba en alegatos morales, políticos y también técnicos.

Se conoce igualmente que Oppenheimer en su papel de estratega se opuso con toda su influencia a la doctrina del Comando Estratégico del Aire, que mantiene que la seguridad de los Estados Unidos y las posibilidades de evitar la guerra o ganarla, consiste en la capacidad para contestar al ataque de Rusia con las armas atómicas más destructoras que se puedan fabricar. 

Desde hace mucho tiempo esta doctrina es la clave de la política defensiva de los Estados Unidos. Ahora bien, que Oppenheimer se opusiera a esta política no equivale a decir que sea desleal. 

El propio vicepresidente de los Estados Unidos, Mr. Richard Nixon dijo la semana pasada que cree en la lealtad de Oppenheimer. Pero la política y el peculiar poder de Oppenheimer provocan violentos antagonismos. 

El sentimiento de responsabilidad moral en lo que concierne a la guerra no está limitado a los científicos atómicos. Muchos generales tienen el mismo sentido, que no es ajeno a numerosos civiles que tampoco son científicos y que desempeñan altos cargos en el Gobierno del país. Este hecho no los hace mejores ni más leales que Oppenheimer, pero tampoco menos. 

Es posible que los verdaderos fundamentos del conflicto que ha culminado en los cargos que se le hacen a Oppenheimer, sean anteriores a la hora en que fue señalado con el dedo de la sospecha. Su actitud en 1945 evidenció la profunda convicción de que conjuntamente con sus colegas debía cambiar el mundo, que debían triunfar sobre los hombres que por su estupidez y su inmoralidad, traicionan a la sociedad, la cual, era un descubrimiento reciente, por lo menos para Oppenheimer, pero que ya le resultaba preciosa, tan preciosa como su salvación por lo que consideraba el pecado de Alamogordo. 

Desde hace millares de años el hombre lo sabe bien que el sentimiento de culpabilidad desarrolla en algunos individuos en sentimiento de orgullo. Muchos de los funcionarios civiles y militares a quienes Oppenheimer se ha opuesto, han tenido la impresión de que lo animaba una arrogancia suprema y un vivo deseo de tener entre sus manos el destino de la sociedad. 

Quizás se equivocaron al pensar tal cosa de Oppenheimer, pero aún en el caso de que estuvieran en lo cierto, la acusación de deslealtad no podría ser la más apropiada. Más, sea como sea, la vida de J. Robert Oppenheimer es una amarga parábola de estos amargos tiempos.

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